viernes, 26 de julio de 2024

Viajes y Re-conocimientos. Rodolfo Privitera


Poeta y traductor, nunca habría llegado a Privitera si no es gracias a cierta obsesión por el escritor argentino Néstor Sánchez

En su novela Siberia Blues, Sanchez narra la desaparición de su amigo Rodolfo (oculto bajo el personaje del 'Obispo', así llamado por su renuncia al trabajo ("el fuego sagrado del ocio", dice). 

Viajes y Re-conocimientos supone, si no una antología (aunque en realidad no sé si es una antología), sí un resumen de la vida del autor desde el punto de visto del aprendizaje, el conocimiento y las experiencias duraderas. 

Poemas sobre la infancia ('Comienzos'), sobre la sexualidad ('Las formas del cuerpo o cuerpo de Eros'), pseudo misticismo y lecturas orientalistas ('Re-conocimientos') y libro poético de viajes. Parece que Privitera viva para transformar su experiencia en poesía (pero sin la altura de Cernuda) o que más que busque en su experiencia directa algo que le permita escribir poesía. 

Él mismo describe la sensación que produce su obra, supongo que sin querer referirse a sí mismo (o quizás sí, consciente de su capacidad). En un texto en prosa de carácter crítico añadido al final del libro, 'Desinosuidades', escribe: 

Un aspecto del arte de algunos artistas contemporáneos es la representación de una visión personal, arbitraria pero desconectada de los otros "otros". Pareciera ser que en algunos de ellos la comunicación es la imposibilidad de comunicarse como si cada uno de nosotros perteneciera a planetas distintos e inconciliables. La inocente visión de creer que hay secretos que podemos mantener secretos en este tipo de sociedad que es el magma de las repeticiones. Sin embargo, ese disparo ingenuo a ninguna parte, puede alcanzar su destino en cualquiera que tiene una pregunta. 

Estamos en el tiempo en el que los poetas se hacen prescindibles, lo cual no está mal, pero me pregunto quién los va a remplazar, si es que entendemos que algunos de ellos son algo más que una conciencia moral de nuestras sociedades. 


Sobre Néstor y Rodolfo: 

cuartaprosa.com

palabrasamarillas.blogspot.com

eneabiumi.com

eltriunfodearciniegas.blogspot.com

triunfo-arciniegas.blogspot.com

sábado, 13 de julio de 2024

De miedo en miedo. Armonía Somers


Leonard Cohen escribió que el corazón envejece al contacto con los demás. Esta frase se relaciona con la segunda novela de la escritora uruguaya Armonía Somers, De miedo en miedo. Los manuscritos del río

El texto comienza con dos recuerdos del  narrador protagonista:

 1) Un encuentro íntimo con una mujer descrito como un acto de violencia a la defensiva: "Seguimos desplazándonos durante el resto de la noche, con mi sexo primeramente a quemaropa, y luego casi a cuerpo traviesa, único dato seguro sobre mí que podría ofrecerle por el momento". 

2) El recuerdo hipocondríaco de una escena de su juventud. Cuando trabajaba de botones en un hotel, un hombre le dio ola mano húmeda junto con el dinero para el transporte público. El protagonista sintió asco, miedo a la contaminación bacteriológica, lo que Jason A. Bartles en su artículo  'La ética de exponerse en De miedo en miedo de Armonía Somers' llama "amenaza de infectar la pureza esencial del yo". 

En el presente de la novela, el narrador es un adulto casado con un hijo y trabaja en una librería. Una clienta se acerca al mostrador y le dice (frase de un simbolismo romántico): "busco cierto libro raro". Esa intervención supone el inicio de un diálogo entre dos personajes hipocondríacos que comparten la misma hipocondría: el miedo el miedo a mostrarse, a ser contactado, el miedo a mostrarse vulnerable frente a los demás. 

Bartles define este proceso de los dialogantes como "la ética de exponerse", ya que estos dos personajes deciden romper las reglas que cada uno utiliza para protegerse y, por el camino (y aquí entra una interpretación política del amor), aprenden (o más bien se predisponen) a destruir el concepto de individualidad pura hacia la construcción de una comunidad. 

Además, en relación con su primera novela, La mujer desnuda, el texto nos habla de cómo las experiencias pasadas configuran el presente y sobre la necesidad de reconstruirlo para iniciar un proceso (no necesariamente amoroso) en comunidad. Si el matrimonio del protagonista se basa en la protección y la ocultación del yo, el narrador, en un momento de la novela, le dice a su esposa (a quien nunca conocemos): 

Quiero que hablemos ahora mismo - le supliqué- de esas cosas sin importancia que nos han sucedido alguna vez, pero que siguen provocando destrucción como la bomba de Hiroshima". 


Más información: 

Jason A. Bartles: 'la ética de exponerse en De miedo en miedo de Armonía Sommers'. 

La escritura de Armonía Somers Pulsión y riesgo. María Cristina Dalmagro (coord.) Editorial Universidad de Sevilla. Colección escritores del cono sur. 

Un libro cada día

Lissardi y Grynbaum

El blog de Claudio Paolini






 

lunes, 8 de julio de 2024

Diálogos de los muertos. Luciano de Samostata


Esta obra corresponde a una época extraña para nosotros. En el siglo II después de Cristo comienza una era de indeterminación en la que Roma (como imagen ideal y como imperio), se descompone o se transforma en otro paradigma social que tardará casi un milenio en materializarse: la Edad media. 

Nacido en Siria, Luciano de Samóstata pertenece a esa Roma que ya es más un concepto de referencia que un imperio. Como un postmoderno de la antigüedad su objetivo es destruir los pilares culturales de la antigua Roma desde dentro. 

La bajada a los infiernos, al inframundo, el regreso del reino de la muerte, se conoce en la poesía grecolatina como la nekyia (literalmente 'evocación de los muertos'). En realidad, supone un episodio simbólico en la construcción y el desarrollo del personaje mítico que cohesionará una cultura. El viaje del héroe al hades (Heracles, Teseo, Odiseo, Orfeo, Osiris, Cristo...) se nos plantea al mismo tiempo como una aventura iniciática y como una transmisión de un conocimiento espiritual simbólico, que implica una experiencia transformadora


En los Diálogos de los muertos, conversan (como en piezas de microteatro) estos habitantes del inframundo, pero el nihilismo, el descreimiento o el cinismo de Luciano de Samostata le llevan a atacar cualquier resto de vanidad y ambición que le quede a cualquiera los personajes que se encuentra en el averno: Diógenes, Pólux, Plutón, Menipo, o Caronte y Hermes, entre otros. 

Porque Luciano parte de un ateísmo materialista para enfrentarse (en estos diálogos humorísticos no exentos de poética, belleza y sabiduría) contra la superstición religiosa y ofrecernos, quizás de un modo consciente o involuntario, una entrada (casi dos siglos después del nacimiento del Cristo y de los cristianos) a un mundo que se aleja cada vez más de Homero, aunque nunca se aleje, porque Homero le da forma y lo determina. 

Caronte, Hermes y varios muertos. 

Caronte.- Mirad cuál es nuestra situación. Como podéis observar, nuestra barquichuela es muy pequeña, carcomida y llena de agujeros, y, sólo que se incline un poco más, volcaremos; y vosotros, habéis llegado todos a la vez, y además con mucho equipaje. Así que si embarcáis con todo, luego os podéis arrepentir, especialmente los que no saben nadar. 
Hermes.- ¿Y qué podemos hacer para llegar a buen puerto? 
Caronte.- Yo os aconsejo que dejéis en la orilla toda esa carga inútil y subáis sin nada, y aún así no será fácil que la embarcación aguante. A ti, Hermes, te ordeno que no permitas la entrada a aquellos que antes no hayan dejado su equipaje en tierra. De pie junto a la escalera, pásales revista y no los aceptes si antes no se han despojado de todo el equipaje. 
Hermes.- Tienes mucha razón, así que acataré tus órdenes. Vamos a ver, ¿quién es el primero?
Menipo.- Soy Menipo. Mira, Hermes ha lanzado al agua mi alforja y mi bastón. Menos mal que el manto lo dejé, y bien que hice. 
Hermes.- Entra, Menipo, gran hombre. Puedes escoger tu asiento, junto al piloto, y en la parte más alta, para que puedas ver a todos. Y aquel joven tan hermoso de allí, ¿quién es? 
Carmóleo.- Ese es Carmoleo de Mégara, el irresistible, cada uno de sus besos valía dos talentos.
Hermes.- Ya puedes ir deshaciéndote de tu belleza, de tus labios besucones, y de tu larga cabellera, también de tus mejillas sonrojadas y del resto de la piel. Está bien así; ya puedes entrar, ahora pesas mucho menos. ¡Tú, el del manto púrpura, la diadema, y el rostro terrible! ¿Quién eres? Lampico.- Me llamo Lampico, y soy tirano de Gela. 
Hermes.- ¿Y te presentas aquí con toda esta pompa, Lampico? 
Lampico.- No sé por qué razón te extraña tanto, ¿es que un tirano tiene la obligación de llegar desnudo, Hermes? 
Hermes.- Un tirano, claro que no, pero tú ahora eres un muerto, y éstos sí la tienen. Venga, desnúdate.
Lampico.- Mírame, ya no me queda nada. 
Hermes.- Ahora debes abandonar también la soberbia y el orgullo, Lampico. Pesan demasiado para entrar contigo en la barca. 
Lampico.- ¿No podría al menos conservar la diadema y el manto? 
Hermes.- De ninguna manera. Debes dejarlo todo. 
Lampico.- Haré lo que me dices. ¿Qué más? Porque todo lo he soltado ya, como puedes comprobar.
Hermes.- Despójate también de la crueldad, la locura, la insolencia y la cólera. 
Lampico.- Al fin, desnudo estoy. 
Hermes.- Está bien, sube ya. Y tú, grueso y musculoso, ¿cuál es tu nombre? 
Damasias.- Damasias, el atleta. 
Hermes.- Sí, ya me lo parecía. Te reconozco, pues te veía a menudo en las palestras. 
Damasias.- Así es, Hermes. Puedes dejarme entrar ya, pues estoy totalmente desnudo. 
Hermes.- A mí no me lo parece, amigo mío, pues son muchas las carnes que te rodean. Así que, deshazte de ellas, o de lo contrario la barca se hundirá al poner en ella un solo pie. Y también tira las coronas y trofeos que vas luciendo. 
Damasias.- Heme totalmente desnudo, como puedes ver peso lo mismo que cualquier muerto.
Hermes.- Ahora ya está mejor. Puedes subir. Y tú, Cratón, abandona tus riquezas, placeres y esa buena vida que llevas. No puedes subir tampoco con las pompas fúnebres ni los títulos de tus antepasados. Olvídate del linaje y la gloria, y arroja todos aquellos elogios que recibiste de algunas ciudades, y también esas inscripciones de las estatuas a ti dedicadas. No debes mencionar el gran sepulcro erigido en tu nombre, pues ya sólo el recuerdo de todo ello, pesa mucho. 
Craton.- Aunque me cueste, lo haré. Pues, ¿qué otra cosa puedo hacer si no? 
Hermes.- ¡Oye, tú! ¿A dónde vas tan armado? ¿Por qué llevas ese trofeo? 
Un General.- Lo traigo porque vencí, Hermes, y la ciudad me colmó de honores por mi sobresaliente valentía en la guerra. 
Hermes.- Suelta ese trofeo. En el Hades no te hará ninguna falta, pues allí reina la paz. Y ese de grave expresión, altivo gesto, de arqueadas cejas y abundante barba, que va totalmente sumido en sus meditaciones, ¿cuál es su nombre? 
Menipo.- Un filósofo, aunque de hecho, puedes llamarlo impostor o charlatán. Cuando le desnudes, descubrirás bajo su capa muchos objetos ocultos, dignos de risa. 
Hermes.- Primero, quítate el vestido, y después todo lo demás. ¡Oh Zeus! ¡Cuánta vanidad traes!, ¡cuánta ignorancia, vanagloria, espíritu de contradicción y problemas inextricables, espinosos discursos y liosos pensamientos! Y, por si no bastara, muchísimo trabajo inútil, y excesiva charlatanería, frivolidad y gran cantidad de palabras sin sustancia y, ¡por Zeus! También traes montones de oro, sensualidad, desvergüenza, ira, y voluptuosidad. Aquí nada pasa inadvertido, por mucho que quieras ocultarlo. Deja también tu falsedad, después tu presunción y superioridad. Con toda esa carga, ni una nave de cincuenta remos soportaría tu peso. 
Filósofo.- Me desharé de todo ello, si tú me lo pides. 
Menipo.- También debería afeitarse esa barba tan pesada y espesa, Hermes, por lo menos hay cinco minas de pelos. 
Hermes.- Tienes razón: ¡Quítatela también! 
Filósofo.- ¿Y quién me afeitará? 
Hermes.- Menipo lo hará con el hacha que usan los constructores de naves. Y utilizará la pasarela como tajo. 
Menipo.- No, Hermes. Será más divertido con una sierra. 
Hermes.- Con el hacha será suficiente ... ¡Bien! Ahora, sin esa peste a animal, pareces más humano.
Menipo.- ¿Te parece si le retoco también las cejas? 
Hermes.- Es una buena idea, pues las tiene arqueadas en lo alto de la frente, dándole un aspecto soberbio, no sé por qué. ¿Qué es eso? ¿Ahora lloras, canalla?, ¿es que te asusta la muerte? Embarca ya de una vez. 
Menipo.- Sin embargo, aún guarda lo peor debajo del brazo. 
Hermes.- ¿A qué te refieres, Menipo? 
Menipo.- A la adulación, Hermes, con la que ganó todo lo que tiene. 
Filósofo.- Entonces tú, Menipo, debes dejar tu libertad, sinceridad y despreocupación, también tu alma noble y tu risa: pues eres el único que no para de reírse. 
Hermes.- Ni hablar. Consérvalas. Pues todas ellas son ligeras, fácilmente transportables y muy útiles para el viaje. En cuanto a ti, orador, ya puedes ir descargando toda esa engañosa verborrea, repleta de contradicciones, comparaciones, barbarismos, además de otras muchas pesadas cargas del lenguaje.
Orador.- Está bien, lo dejo todo. 
Hermes.- Pues ahora, barquero, ya puedes quitar las amarras, recoger la pasarela y levar el ancla; después, despliega la vela y hazte cargo del timón. Espero que tengamos un buen viaje. ¿Por qué os lamentáis ahora, imbéciles, en especial tú, filósofo, a quien acabamos de afeitar la barba? 
Filósofo.- Lloro, Hermes, pues creía que el alma era inmortal. 
Menipo.- Te engaña; son otros motivos los que le afligen. 
Hermes.- ¿Cuáles son? 
Menipo.- Que ya no podrá nunca más disfrutar de magníficos banquetes, ni tampoco podrá escapar por la noche a escondidas de la gente, tapándose la cara con la capa, y así poder ir de burdel en burdel hasta el día siguiente, ni los jóvenes serán engañados y ni le ofrecerán ya más dinero a cambio de su charlatanería disfrazada de falsa sabiduría. Eso es lo que más le duele. 
Hermes.- ¿Y a ti, Menipo, no te apena estar muerto? 
Menipo.- No tengo ninguna razón para estar afligido, pues, como bien sabes me adelanté a la muerte, sin que nadie viniese a buscarme (1). Oye, perdona, ¿no oyes un clamor, como gritos que provienen de la tierra? 
Hermes.- Tienes razón, Menipo, y no vienen de un solo lugar. Los de Gela se han reunido en la asamblea y celebran gozosos la muerte de Lampico, mientras las mujeres sujetan a su esposa, y sus hijos, muy jóvenes aún, pasan por lo mismo, como presa de otros niños, son apedreados continuamente. En Sición aplauden al orador Diofanto, pues pronunció un discurso fúnebre en honor a Cratón. Y, ¡por Zeus!, también está presente la madre de Damasias que inicia, gimiendo, las lamentaciones de un grupo de mujeres por la muerte de su hijo. En cambio, a ti Menipo, nadie te llora; así tus restos pueden descansar en una paz absoluta. 
Menipo.- No lo creas. Si escuchas con atención, oirás a los perros aullar lastimosamente y también el batir de alas de los cuervos, cuando estén reunidos en mi entierro. 
Hermes.- Eres único, Menipo. Al fin hemos llegado a la otra orilla: presentaos vosotros ante el tribunal, seguid recto ese camino; el barquero y yo debemos ir a buscar otros muertos. 
Menipo.- Buen viaje, Hermes. Sigamos adelante. ¿A qué estáis esperando? Seremos juzgados de todas formas. Se dice que los castigos impuestos son verdaderamente crueles: ruedas, piedras, aves carroñeras (2). Y la vida que habéis llevado quedará evidenciada en cada uno de vosotros.
(1) Hace referencia al suicidio de este personaje.
(2) El autor hace referencia a castigos impuestos a diferentes personajes mitológicos como el de la roca y el buitre, sufrido por Prometeo, Sísifo, o Ticio. 


Más información: 

patriciadamiano.blogspot.com

www.elindependientedegranada.es

Pliego suelto 

El vuelo de la lechuza

Mitología a través del arte