viernes, 26 de diciembre de 2014

Cómico de la lengua. Néstor Sánchez



Néstor Sánchez es ya mi escritor preferido definitivamente.

Y Cómico de la Lengua (su última novela antes de desaparecer en busca de la inmortalidad, literalmente) es la culminación de un camino extremo emprendido a ciegas en los límites del lenguaje y de una visión desmitificadoramente pesimista del mundo contemporáneo. Después de Cómico de la lengua no quedaba mucho más, lo explica el propio Néstor muchos años después cuando un periodista le preguntó que por qué dejó de escribir:  

¿Ya no escribe más? 

“A veces, por las tardes, cuando voy a un bar que está aquí cerca me permito pensar por un momento en la escritura y es evidente que aparece una leve onda de sosiego, es como si me fuera dado encontrar una épica en esta vida monótona que llevo. Es que nunca en mis libros inventé una historia. Todo ha sido en base a mi vida presente o pasada y esto ahora ya no puede ser. Me quedé sin épica”.

Un Rimbaud argentino dignificando (y destruyendo) la narrativa en castellano desde dentro. Un bailarín de tangos profesional que en Cómico de la Lengua ironiza sobre el papel del narrador y del lector, pero al mismo tiempo también pone en duda el proceso en el que ser humano comprende, asimila y fija el mundo (su entorno) en ideas preconcebidas y estancadas, pero nunca sin perder el sentido del ritmo, que si en Córtazar era el swing, en Néstor Sánchez (apasionado de la música) podría asemejarse al bebop, las vanguardias y el free jazz.

Hasta que descubres el truco la novela es casi incomprensible: una nueva vuelta de tuerca al manuscrito encontrado del Quijote, pero no su transcripción, sino la descripción del texto, la descripción del narrador representado en el texto original (emisor y transmisor enfrentados en un juego de perspectivas), lo "inscripto" y el juego del pictograma oculto como un código que esconde una frase extraña, que supone la reflexión final de la novela:

Si me sí o no puede ser o si fue mascara. N(estor)/S(anchez) X(ris)t(o)

Es decir si el reflexivo es Néstor Sánchez aplicado al narrador y entendiendo que esa pregunta se la hizo él mismo en, digamos, la vida real...

Y la cruz, símbolo esotérico que predice su búsqueda futura, no la cruz cristiana sino el símbolo atávico que los cristianos utilizaron para su representación de lo universal en la tierra: el cruce, el punto exacto donde la eternidad se una al tiempo presente.


Literatura en acción:

En todo caso una única frase indistinta que arranque con la palabra lentitud. Lentitud de ninguna manera fragmentaria o discontinua: el anochecer (la caída de al tarde, el crepúsculo) del día quince de octubre unas dos horas despues de haber entrado y de haber atrancado la puerta, a poco más o menos hora y media de haber entreabierto en parte la persina, Nacha Ortiz sin pintura respirable en la cara y con el pelo en dos (cierta precisión motriz indefinible) empieza a desvestirse con una lentitud que por largos momentos tenderá a volverse irritante...



...................................



sábado, 20 de diciembre de 2014

Escrito en la arena. Hermann Hesse



Como muchos narradores importantes del siglo XX, Herman Hesse se sentía poeta, lo demuestra el hecho de que nunca abandonase la escritura de versos y su último poema esté fechado la víspera misma de su muerte.

Quizás su percepción poética del mundo impulsara su narrativa al nivel que todos conocemos, y al mismo tiempo su narrativa ocultase su obra poética, que sin desmerecer no llega al nivel de sus novelas y narraciones. Y siendo esto cierto, he de decir que personalmente la narrativa de Herman Hesse (menos un cuento que trata sobre un niño que le rompe una mariposa de colección a otro y que no recuerdo el título, que era genial y que si alguien me recuerda se lo agradeceré) me parece fría, vacía y falsamente espiritual y esotérica.



Leyéndole siempre he sentido que Hermann Hesse miraba en su interior y se asustaba, algo que se corrobora con una historia que él mismo, sorprendido, cuenta: abandonó a su mujer y a sus hijos porque nació en su interior el deseo de matarlos...

No obstante, su poesía, sencilla y directa, sí que me gusta y en sus poemas se expresan todas las ideas que desarrollará en su narrativa, ofrecen de forma condensada tanto los temas como la aptitud ante la vida  inferidas de Demian, Bajo las ruedas, Siddharta o El lobo estepario. Lo decía el mismo Wittgestein, si algo puede expresarse debe ser expresado de manera más sencilla posible y si no, hay que callar. 


Anochecer en la aldea

Entra el pastor con sus ovejas
por callejuelas silenciosas,
Dormir desean las casuchas
y cabecean en la sombra.
Entre los muros donde estoy,
me siento solo y extranjero,
mi corazón apura el cáliz
de mi dolor con pesadumbre.
Donde el camino me llevó
siempre una lumbre daba abrigo,
Pero yo nunca conocí
qué es una patria y un hogar.


Sobre Hirsau

Mientras descanso bajo los abedules
recuerdo tiempos ya pasados,
cuando con mi dolor adolescente
un mismo bosque atravesaba.

En este lugar mismo, sobre el musgo,
tímido y ardoroso, yo soñaba
con una joven rubia y muy esbelta,
primera rosa para mi corona.

Pasado el tiempo envejeció mi sueño
y se alejó de mí. Más otro sobrevino.
¡Cuánto hace ya que me dijera adiós!

¿Con quién se fue? ¿Quién fue?
Aún hoy no lo sé, solamente que era
graciosa, esbelta y rubia de cabellos. 


El poeta

Para mí, el solitario, sólo para mí
brillan las innumerables estrellas de la noche,
la fuente de piedra susurra su mágica canción,
y sólo para mí, para mí, el solitario,
surcan las sombras coloreadas
igual que nubes que deambulasen como sueño sobre el paisaje.
No un hogar ni un sembrado,
ni bosque o profesión me fueron concedidos,
mío es tan sólo lo que no tiene dueño,
el arroyo que cae tras el velado bosque,
mío el fecundo mar,
mío el gorgojeo de los niños que juegan, el dolor y las lágrimas del enamorado solitario en el atardecer.
Míos también los templos de los dioses,
el venerable bosque del pasado.
Y no es menos mi patria en el futuro
la iluminada bóveda celeste:
Mi alma alza el vuelo a veces con nostalgia
para ver el futuro dichoso de los hombres,
para ver el amor, vencedor de la ley, amor de pueblo a pueblo.
Vuelvo a encontrarme a todos, cambiados con nobleza:
al rey, al campesino, al comerciante, al laborioso pueblo de los marineros,
al jardinero y al pastor, todos, agradecidos,
celebran la universal fiesta del futuro.
Sólo falta el poeta,
él, testigo solitario,
portador del anhelo del hombre y su pálida imagen,
pues que el futuro, el mundo consumado
no necesitan más. Sobre su tumba
muchas coronas se marchitan,
pero ni rastro ya de su recuerdo.

Montañas en la noche

El lago se ha extinguido,
oscuro duerme el cañaveral
murmurando en el sueño.
Sobre el campo extendidas
alargadas montañas amenazan.
No reposan.
Hondamente respiran, se mantienen
unidas unas contra otras.
Respirando hondamente,
llenas de oscuras fuerzas, irredentas
en su pasión devoradora.


Libros

Ninguno de los libros de este mundo
te aportará felicidad,
pero secretamente te devuelven
a ti mismo.

Allí todo lo que necesitas,
sol y luna y estrellas,
pues la luz que reclamas
habita en tu interior.

Ese saber que tú tanto buscaste
por bibliotecas, resplandece
desde todas las páginas,
puesto que es tuyo ahora. 


Excursión en el otoño tardío

La lluvia de otoño ha escarbado en el bosque grisáceo,
el valle tirita con el viento frío de la mañana
los duros frutos del castaño caen,
estallan y sonríen húmedos y pardos.

El otoño también ha escarbado en mi vida,
el viento arranca hojas desgarradas
y sacudiendo va rama tras rama, ¿dónde el fruto?

Florecí amor, fue sufrimiento el fruto
Florecí fe, y el odio fue su fruto.
Corre el viento por mis ramas estériles,
yo me río con él, aún resisto tormentas.

¿Cuál es el fruto para mí? ¿cuál mi meta?
Yo florecía y era mi meta florecer. Ahora marchito
y esa es la meta, no otra cosa,
breves las metas son que el alma se propone.

Dios vive en mí, Dios muere en mí, Dios sufre
en mi pecho, y es ésta meta suficiente.
Buen camino o errado, flor o fruto,
todo es lo mismo, nombres tan sólo.

El valle tirita con el viento frío de la mañana,
los duros frutos del castaño caen
y ríen fuerte y claro. Yo con ellos.


Lobo estepario. 

Yo voy, lobo estepario, trotando
por el mundo de nieve cubierto;
del abedul sale un cuervo volando,
y no cruzan ni liebres ni corzas el campo desierto.

Me enamora una corza ligera,
en el mundo no hay nada tan lindo y hermoso;
con mis dientes y zarpas de fiera
destrozara su cuerpo sabroso.

Y volviera mi afán a mi amada,
en sus muslos mordiendo la carne blanquísima
y saciando mi sed en su sangre por mi derramada,
para aullar luego solo en la noche tristísima.

Una liebre bastara también a mi anhelo;
dulce sabe su carne en la noche callada y oscura.
¡Ay! ¿Por qué me abandona en letal desconsuelo
de la vida la parte más noble y más pura?

Vetas grises adquiere mi rabo peludo;
voy perdiendo la vista, me atacan las fiebres;
hace tiempo que ya estoy sin hogar y viudo
y que troto y que sueno con corzas y liebres
que mi triste destino me ahuyenta y espanta.

Oigo al aire soplar en la noche de invierno,
hundo en nieve mi ardiente garganta,
y así voy llevando mi mísera alma al infierno.




domingo, 14 de diciembre de 2014

Cuentos de Nueva York. O'Henry.


No es el mejor escritor de cuentos de la historia como se dice, pero sí llegó a cierta perfección formal en el relato corto, proponiendo algunos juegos inocentemente complejos que elevaban a cierta altura una literatura sencilla concebida desde el inicio para las masas: paradojas, caminos paralelos y simetrías, finales sorpresivos marca de la casa (con algo de mecánico y forzado) y el reflejo literario de algunas contradicciones de la vida y zonas de conflicto, presentadas con la suficiente ligereza para resultar amable a cualquier tipo de lector, sobre todo en este libro en concreto.  



El tono de Cuentos de Nueva York es el mismo que algunas de las grandes obras de Will Eisner y podrían haber estado ilustrados por él mismo: el individuo aislado en la ciudad, cierta percepción naturalista en la lucha por la vida y el romanticismo del perdedor, pero también cierta conclusión asimiladora y una idea ideal (a veces románticamente decadente) de Nueva York como símbolo excluyente del mundo contemporáneo: Estados Unidos en esa época era un imperio floreciente y poderoso que pretendía universalizar su concepto de existencia...



Existe por ahí una película con algunos de sus cuentos Cuatro páginas de la vida (1952), presentada por el mismísimo John Steibeck, que calificaba a O'Henry como uno de los escritores americanos más importantes... A mi me pasó que leyendo su obra me resultaba imposible no imaginárselo como un señor mayor entrañable e integrado, defensor y guardián de cierta educación y maneras llamémoslas clásicas.



Por eso resulta sorprendente su vida esclavizada al alcohol, exiliado unos años en Centroamérica acusado de desfalco, posteriormente capturado y condenado a cinco años de cárcel de los que cumplió solamente tres. De hecho, fue en la cárcel donde comenzó a escribir relatos y fue al salir cuando, para borrar las huellas de su pasado, cambio su nombre por el de O'Henry, que venía de la expresión Oh, Henry! referida a un gato llamado Henry aparecido en algún episodio de su infancia.

A pesar de disfrutar de éxito literario y notoriedad social nunca consiguió bienestar económico, en parte por su adicción a la bebida.

Cuando murió dejó inconcluso un extraño cuento titulado "El sueño", aquí lo dejó:


La psicología vacila cuando intenta explicar las aventuras de nuestro mayor inmaterial en sus andanzas por la región del sueño, "gemelo de la muerte". Este relato no quiere ser explicativo: se limitará a registrar el sueño de Murray. Una de las fases más enigmáticas de esa vigilia del sueño, es que acontecimientos que parecen abarcar meses o años, ocurren en minutos o instantes.
Murray aguardaba en su celda de condenado a muerte. Un foco eléctrico en el cielo raso del comedor iluminaba su mesa. En una hoja de papel blanco una hormiga corría de un lado a otro y Murray le bloqueaba el camino con un sobre. La electrocutación tendría lugar a las nueve de la noche. Murray sonrió ante la agitación del más sabio de los insectos.
En el pabellón había siete condenados a muerte. Desde que estaba ahí, tres habían sido conducidos: uno, enloquecido y peleando como un lobo en una trampa; otro, no menos loco, ofrendando al cielo una hipócrita devoción; el tercero, un cobarde, se desmayó y tuvieron que amarrarlo a una tabla. Se preguntó cómo responderían por él su corazón, sus piernas y su cara; porque ésta era su noche. Pensó que ya casi serían las nueve.
Del otro lado del corredor, en la celda de enfrente, estaba encerrado Carpani, el siciliano que había matado a su novia y a los dos agentes que fueron a arrestarlo. Muchas veces, de celda a celda, habían jugado a las damas, gritando cada uno la jugada a su contrincante invisible.
La gran voz retumbante, de indestructible calidad musical, llamó:
-Y, señor Murray, ¿cómo se siente? ¿Bien?
-Muy bien, Carpani -dijo Murray serenamente, dejando que la hormiga se posara en el sobre y depositándola con suavidad en el piso de piedra.
-Así me gusta, señor Murray. Hombres como nosotros tenemos que saber morir como hombres. La semana que viene es mi turno. Así me gusta. Recuerde, señor Murray, yo gané el último partido de damas. Quizás volvamos a jugar otra vez.
La estoica broma de Carpani, seguida por una carcajada ensordecedora, más bien alentó a Murray; es verdad que a Carpani le quedaba todavía una semana de vida.
Los encarcelados oyeron el ruido seco de los cerrojos al abrirse la puerta en el extremo del corredor. Tres hombres avanzaron hasta la celda de Murray y la abrieron. Dos eran guardias; el otro era Frank -no, eso era antes- ahora se llamaba el reverendo Francisco Winston, amigo y vecino de sus años de miseria.
-Logré que me dejaran reemplazar al capellán de la cárcel -dijo, al estrechar la mano de Murray.
En la mano izquierda tenía una pequeña biblia entreabierta.
Murray sonrió levemente y arregló unos libros y una lapicera en la mesa. Hubiera querido hablar, pero no sabía qué decir. Los presos llamaban la Calle del Limbo a este pabellón de veintitrés metros de longitud y nueve de ancho. El guardia habitual de la Calle del Limbo, un hombre inmenso, rudo y bondadoso, sacó del bolsillo un porrón de whisky, y se lo ofreció a Murray diciendo:
-Es costumbre, usted sabe. Todos lo toman para darse ánimo. No hay peligro de que se envicien.
Murray bebió profundamente.
-Así me gusta -dijo el guardia-. Un buen calmante y todo saldrá bien.
Salieron al corredor y los siete condenados lo supieron. La Calle del Limbo es un mundo fuera del mundo y si le falta alguno de los sentidos, lo reemplaza con otro. Todos los condenados sabían que eran casi las nueve, y que Murray iría a su silla a las nueve. Hay también, en las muchas calles del Limbo, una jerarquía del crimen. El hombre que mata abiertamente, en la pasión de la pelea, menosprecia a la rata humana, a la araña y a la serpiente. Por eso sólo tres saludaron abiertamente a Murray cuando se alejó por el corredor, entre los guardias: Carpani y Marvin, que al intentar una evasión habían matado a un guardia, y Bassett, el ladrón que tuvo que matar porque un inspector, en un tren, no quiso levantar las manos. Los otros cuatro guardaban humilde silencio.
Murray se maravillaba de su propia serenidad y casi indiferencia. En el cuarto de las ejecuciones había unos veinte hombres, entre empleados de la cárcel, periodistas y curiosos que...



Nota del Editor
Aquí, en medio de una frase, "El sueño" quedó interrumpido por la muerte del autor O. Henry. Se conoce, sin embargo, el final:
Murray, acusado y convicto del asesinato de su esposa, enfrentaba su destino con inexplicable serenidad. Lo conducen a la silla eléctrica, lo atan. De pronto, la cámara, los espectadores, los preparativos de la ejecución, le parecen irreales. Piensa que es víctima de un error espantoso. ¿Por qué lo han sujetado a esa silla? ¿Qué ha hecho? ¿Qué crimen ha cometido? Se despierta: a su lado están su mujer y su hijo. Comprende que el asesinato, el proceso, la sentencia de muerte, la silla eléctrica, son parte de un sueño. Aún trémulo, besa en la frente a su mujer. En ese momento, lo electrocutan.
La ejecución interrumpe el sueño de Murray.






...................................




martes, 9 de diciembre de 2014

Las Quimeras. Gérard de Nerval



Siendo Nerval el mayor representante del romanticismo francés, lo que tiene de romántico le limita y, precisamente, en una extraña percepción de la realidad (que nace es la mística romántica pero que en cierto sentido se opone a la retórica de la exaltación del ego y el sentimiento del romanticismo, siendo casi lo mismo) es donde Nerval encuentra el camino para desarrollar su obra: el conocimiento profundo del tiempo cíclico.

Un tiempo interno que es la memoria y el sueño y que se manifiesta en imágenes y solamente accesibles a través de las palabras: el tiempo mítico o mejor, el tiempo en el que se construyen y se fijan los mitos...


Y los poemas de Las Quimeras, un pequeño poemario de apenas doce sonetos pero universal y macrocósmico en la intecionalidad (digo mal, porque no se orientan en la dirección del universo, sino más bien hacía otro plano, más confuso, de conciencia), que no tratan sobre el tiempo, pero se edifican sobre esta corriente temporal que anuncia lo que luego desarrollará Bergson, Proust y (si se le puede meter en el mismo saco) Borges:

La Treizième revient... C'est encore la primière;
et c'est toujours la seule, -ou c'est le seul moment...

(La Décimotercera regresa... es aún la primera;
y es siempre la única, -o el único momento...)

El descubrimiento de este espacio temporal de la consciencia responde a la búsqueda de una verdad interior: mientras su vida, llamémosla "real" o "física", se descomponía en la locura (que le llevó a suicidarse después de pasear una langosta por la calle como si fuese un caniche) abría las puertas de la consciencia sin poder entrar del todo, no invitado por algo externo a él, sino como el hallazgo entre la memoria, la voluntad poética, etc: el primer movimiento de la conciencia es para Nerval, como también lo será para Proust, la búsqueda del recuerdo, dice Adriana Yánez en Mito y Romanticismo.

No solo el recuerdo, también la escena creada por la imaginación el paisaje de la consciencia y por supuesto, la música (dice en un poema):

¡Hay una melodía por la que yo 
daría todo Rossini, todo Mozart, todo Weber, 
una vieja melodía, lánguida y fúnebre,
con encantos secretos sólo para mí!
Cada vez que llego a escucharla
mi alma rejuvenece doscientos años...
es el reinado de Luis XIII; creo ver extenderse
una verde colina que el poniente dora, 
después un castillo de ladrillo con esquinas de piedra,
con vitrales teñidos de rojos colores, 
rodeado por grandes parques, con un arroyo
mojando sus pies, que fluye entre las flores;
después una dama, en su alta ventana,
rubia de ojos negros, vestida a lo antiguo,
que, posiblemente en otra existencia,
he visto ya... ¡y a la que recuerdo!

Aquí podéis leer los poemas de Las Quimeras... yo os dejo con mis versos preferidos:

Mi frente aún está roja por el beso de la reina;
he soñado con la gruta donde nada la sirena...
y dos veces he cruzado triunfante el Aquerón...

(...) la musa me ha convertido en un hijo de Grecia...

Y el ardor de otrora brilló en sus verdes ojos...

El águila ya ha pasado, el nuevo espíritu me llama,
de nuevo me he puesto para él el vestido de Cibeles...

(...) de vuelvo los dardos en contra del dios vencedor.
Sí, yo soy de aquellos que toma venganza,
él me ha marcado la frente con su irritado labio...

... que siempre de nuevo comienza...

¡Ellos regresarán!, aquellos dioses que siempre lloras,
el tiempo devolverá el orden de los días de otrora;
la tierra se ha estremecido por un soplo profético...

(...) aún dormita bajo el arco de Constantino,
y nada ha perturbado el severo pórtico. 

La tercera regresa... y aún es la primera;
y siempre la única, -o es el único instante.

(...) desde la cuna hasta el féretro,
aquella que amaba aún tiernamente me ama.

He tocado con mi frente la bóveda eterna.

Falta el Dios en el altar donde yo soy la víctima...

(...) donde la nada es la sombra,
una espiral que engulle los mundos y los días.

Enfriándose, grado a grado, el universo languidace...

¿Estás segura de transmitir un hálito inmortal,
entre un mundo que muere y otro que renace?...

y finalmente:

de las fuerzas que posees tu libertad dispone,
pero de todos tus consejos el universo se abstiene...



...................................













lunes, 1 de diciembre de 2014

Sobre la lectura. Marcel Proust


La verdadera vida, la vida por fin descubierta y aclarada, 
la única vida, por consiguiente, plenamente vivida, 
es la literatura: esa vida que en cierto sentido 
vive a cada instante en todos los hombres tanto como en el artista, 
pero no la ven, porque no intentan aclararla

Antes que cualquier otra cosa, Marcel Proust era un lector que buscaba algo en la literatura de otros, que buscaba eso mismo en sus experiencias convertidas en recuerdos y que después, agotado de las experiencias, continuó buscando eso mismo durante los 15 años que permaneció recluido en el 102 del Bolevard Haussmann en París, donde cubrió las paredes de corcho para aislarse de los ruidos y no ser molestado mientras escribía compulsivamente En busca del tiempo perdido.

Este ensayo, Sobre la lectura, prologaba una traducción al francés de la obra de Ruskin y frente al escritor ruso que defendía la ocurrente idea de que leer era conversar con 'amigos' más sabíos que uno, Marcel Proust proponía que toda lectura es una lectura interior, es decir una conversación consigo mismo y que lo único que le se le puede agradecer a los grandes escritores es abrir puertas en nuestra consciencia que de no ser por ellos (no solamente por ellos, por el texto, por el lugar y el momento en el que fueron leídos, etc) hubieran permanecido cerradas. 

Esta idea es aplicable a toda forma de arte y enlaza con su consciencia temporal bergsoniana que tantos buenos frutos nos ha dejado. Para el joven Proust esta manera extrema de vivir en la literatura era un modo de permanecer en la vida y de crecimiento, lo que puede llevar, es cierto, a un cierto aislamiento crónico.

Aquí van unos fragmentos:

La lectura no puede compararse sin más a una conversación (...), la diferencia esencial entre un libro y un amigo no es su mayor o menor sapiencia, sino la manera en cómo se establece la comunicación entre ellos, consistiendo la lectura para cada uno de nosotros , al revés de la conversación, en recibir comunicación de otro pensamiento pero continuando solos, es decir, sin dejar de disfrutar de la capacidad intelectual de que se goza en la soledad y que la conversación disipa inmediatamente, conservando la posibilidad de la inspiración y toda fecundidad del trabajo de la mente sobre sí misma.

(la literatura) todo lo que puede hacer por nosotros es excitar nuestro deseos. (...) No es más que una consecuencia del amor que los poetas despiertan en nosotros por lo que concedemos una importancia literal a cosas que no son para ellos más que una ligera idea de un paraje maravilloso, diferente del resto del mundo, y en cuyo secreto quisiéramos que nos hiciesen penetrar.

Y una advertencia:

La lectura se encuentra en el umbral de la vida espiritual, puede introducirnos en ella, pero no la constituye. 



....................................








miércoles, 26 de noviembre de 2014

Los demonios. F.M. Dostoyevski



La novela tiene un origen real: el 21 de noviembre de 1869 encontraron muerto un joven cerca de la universidad de Moscú: tenía una herida en la cabeza y el cuerpo fue arrojado a un estanque atado a piedras para hundirlo más fácilmente. El crimen lo perpetró una falsa célula anarquista dirigida por Sergei Nechayev, ruso occidentalizado y seguidor de Bakunin. Aunque todo apuntaba a que lo asesinaron por diferencias políticas, parece que había en juego algunas emociones más.

A partir de aquí Dostoyevski construye una novela en la que expresa todo su odio a las primeras generaciones de izquierda rusas (recordemos que el escritor pasó 10 años en Siberia en una situación lamentable por colaborar con el comunismo) por poner por encima el ideal al conocimiento profundo de las gentes a las que deben servir, pero es algo más que eso: quiere hablar, entiendo, de lo que él entendía como la degradación moral de Rusia, que, influenciada por las ideas occidentales se olvida de lo que Dostoyevski llamaba "la inocente fe cristiana del mujik".

Lo de "las novelas de tesis" siempre me ha resultado gracioso. Se trata de demostrar (¿o plantear?) una idea a través de una ficción, lo que conduce a una demostración falsa y a veces exagerada. En cualquier otro escritor conduciría al ridículo, pero hablamos de Dostoyesky, que como escritor estaba muy por encima de sus ideas y de sí mismo. El libro, es cierto, pierde si se lee como un ajuste de cuenta a escritores más populares que él (que nadie conoce ya, por cierto) o un reflejo de sus frustraciones y sus fobias sociales, pero a través del personaje Nikolai Stavogrin conduce (redimensiona) la novela al desarrollo de su tema favorito: el pecado del cinismo y la reconversión místico religiosa. 

No importa mucho sobre lo que escribiese Dostoyevsky: todo lo escribía con sangre y así, todos sus texto tienen el valor de la vida (o más que la vida, incluso, si lo piensas).  


....................................



jueves, 20 de noviembre de 2014

Lady sings the blues (memorias). Billie Holiday

Confesaba Billie Holiday que no podía cantar nada que no sintiera. Si no era así, no cantaba y punto. De nuevo la imposibilidad de disociar el arte y la vida: era en las emociones donde Billie Holiday encontraba una verdad profunda que manifestar y compartir, y eso es precisamente lo que la diferencia de muchos otros cantantes, músicos y artistas del siglo XX: no era un actriz.

En su autobiografía, Billie Holiday recupera (actualiza -imitando a Proust-) su pasado y podría parecer que su valor literario desmerece frente a la historia misma, es decir, el punto de vista de lo sucedido contado por la protagonista: conocer un poco más a una persona importante.

Pero no es así, literariamente es un texto poderoso, primero (y esto es algo que valorar de la traductora, Iris Menéndez) porque el estilo, la sintaxis y el ritmo (el fraseo) provocan la misma sensación que cuando escuchas sus entrevistas, es decir, parece que tienes a Billie Holiday al lado contándote lo que ha sido su vida.

(Escuchad estás entrevistas, resulta impresionante su tono de voz y la manera musical en la que intercala las frases)





Hay dos maneras de contar una autobiografía:

1. Relatar tu historia como un bloque cerrado y finito, completo, pensando que el lector o el oyente podrán encontrar algo enriquecedor (por cualquier motivo) en ella. Es un modo de justificarse ante la muerte que solamente sirve para darse valor a sí mismo intentando convertir la experiencia en mitología. O

2. Recuperar (actualizarlo) el pasado, buscando en él claves que ayuden a encontrar algo verdadero en el presente, sabiendo que el pasado cambia a cada instante y que sus sombras serán diferentes bajo la luz del futuro. Este el modo en el que lo entendían Marcel Proust, Henry Miller o Anaïs Nin, y también como Billie Holiday accede a su historia. Este es es el modo valioso y el que tiene interés literario.


Billie Holiday debía de ser una buena persona y su necesidad de trasmitir en su música una emoción experimentada solo era la exigencia de encontrar y manifestar (compartir) la verdad, lo que la describe como alguien con un criterio artístico sofisticado y profundo. Por este motivo, todo lo que ella cuenta en esta biografía (lo que ella ha decidido contar) es real y verdadero. VERDAD en mayúsculas aunque, de hecho, no todo lo que cuenta sea cierto...

Recuerdo la primera vez que escuché a Billie Holiday... Sábado: mi hermano mayor había salido y yo me quedé en casa solo (tendría 13 años aproximadamente) y en la tele (en la 2) La noche temática trataba sobre el jazz. Primero pusieron la película Lady sings the blues basada en estas memorias y protagonizada por Diana Ross y después, un documental sobre la vida de Billie Holiday: me enamoré al instante de su voz, de su expresión facial y de cómo levantaba las cejas. Me hice con el Song for distingue lovers y desde entonces su música es algo que me acompaña prácticamente cada semana y si paso algún tiempo sin escucharla me siento raro.






....................................



lunes, 10 de noviembre de 2014

Canciones espirituales. Novalis


La poesía religiosa, cuando es la manifestación sincera de una experiencia interna, puede interpretarse como una gran metáfora con la que se intenta expresar aquello que no puede verbalizarse. Como en los textos taoistas suele predominar en ella el lenguaje contradictorio (como herramienta para deshacer en una primera fase la lógica mental del lector) acompañado, por supuesto, de la imaginería religiosa que corresponda. Para el poeta Novalis, el cristianismo.

Pero no la imitación a Cristo (o al cristo de los evangelios, como sería lo verdaderamente cristiano-católico) Novalis persigue (desea) la unión (física y espiritual) con Cristo como símbolo (buen romántico) de un ideal místico de plenitud y, entiendo, felicidad: el retorno al paraíso, la Edad de Oro o el Jardín del Edén (puede entenderse también al modo Zen: el jardín interior). Al final, el deseo de una realidad donde todo es perfecto y no existe el dolor ni la frustración.


Pero Novalis era un místico romántico lo que significa que su búsqueda de ese ideal (representado en la figura de Jesucristo expiando nuestros pecados en la cruz) es más que búsqueda, huida. Dice en una de sus canciones:

Mi mundo estaba roto.
Como picados por gusanos,
se marchitaban corazón y flores;
todas las posesiones de mi vida,
cada deseo un poco me enterraba,
y aún estuve aquí para el suplicio.

Enfermaba en silencio,
siempre lloraba pidiendo una salida.
Sólo permanecía por el miedo y la angustia...

Bajo está luz, las canciones de Novalis no parecen, entonces, la obra de un místico que ha experimentado el reencuentro de lo externo y de lo interior (quizás de un ascético), sino más bien una manifestación más de la insatisfacción occidental que provoca cierto tipo de vida... Una manifestación, al ser indirecta, más sincera que la del artista que expresa sus padecimientos conscientemente, ya que aquí aparecen reflejados como materia secundaria, el autor no le dio excesiva importancia y quedan como los cimientos involuntarios de su obra:

El recuerdo de un mundo perdido tranquilo y feliz (¿la infancia?) que aún se esconde en la consciencia del ser humano insatisfecho y el deseo sincero de un nuevo advenimiento de esa edad de oro que está por venir: una falsa esperanza a la que agarrarse o una creencia verdadera que no le impide a Novalis celebrar la belleza del mundo, la naturaleza con todas sus contradicciones, como si fuese la obra artística de un dios. 








.....................














lunes, 3 de noviembre de 2014

Lavorare stanca (Trabajar cansa). Cesare Pavese



A este poemario llegué invitado por El oficio de vivir, el descarnado diario de Pavese que termina un día antes de su suicidio. Lo busqué seducido por la sonoridad y el impacto del título "laborare stanca" (trabajar cansa), que siempre quedó en mi cabeza como un recuerdo de que la vida no siempre es fácil, o no para todo el mundo...

 ...tema sobre el que revuelan todos los poemas del libro: la vida entendida como el esfuerzo diario exigido por las rutinas necesarias para mantenerse con vida: un recuerdo de Sísifo y de su castigo. 

Lo leí en Sicilia en italiano, comprado en una librería de Milazzo, por lo que de primeras las palabras, sin resultar ininteligibles del todo, no significaban mucho más que una ligera connotación familiar. No obstante recibí el impacto del ritmo seco y contundente de Pavese:

Nell'ombra del tardo crepuscolo
mio cugino è un gigante vestito di bianco, 
che si mueve pacato, abbronzato nel volto, 
taciturno. Tacere è la nostra virtud.



Porque el ritmo, como en la música, es lo más importante de la poesía. La ausencia de ritmo casi convierte a estas dos artes en otra cosa. Eliot componía con un tambor y muchos de sus versos surgieron de lo que el ritmo le indicaba. Además, todo el mundo sabe lo que ocurre con un mal batería, por ejemplo. Escrito en 1936, tanto por su forma y su contenido, sorprende la modernidad y la novedad del texto si lo comparamos con los poetas españoles de la generación del 27: las vanguardias les envejecieron. 

En Laborare stanca además de un libro enérgico en su desaliento encontramos un ejemplo de lo que poco después los directores italianos dejarían como manifiesto universal: el neorealismo: una poesía sencilla en su concepción, clara y aparentemente objetiva. 


TRABAJAR CANSA

Atravesar una calle para escapar de casa
puede hacerlo un muchacho, pero este hombre que anda
todo el día por las calles ya no es un muchacho
y no escapa de casa.
Hay tardes de verano 
en que hasta las plazas se vacían, tendidas
bajo el sol declinante, y este hombre que llega
a una alameda de inútiles hierbas, se detiene.
¿Vale la pena estar solo, para estar siempre más solo?
Caminar por caminar; las plazas y las calles
están solas. Es preciso detener a una mujer,
hablarle y persuadirla de vivir juntos.
De no ser así, uno habla a solas. Es por esto que a veces
el borracho nocturno comienza a farfullar
y relata los proyectos de toda la vida.
No es verdad que esperando en la plaza desierta
el encuentro se dé con alguno; pero quien va por las calles
se detiene de vez en cuando. Si fueran dos,
aun andando en las calles, la casa estaría
donde aquella mujer y valdría la pena.
En la noche, la plaza vuelve a quedarse vacía
y este hombre, que pasa sin mirar las casas
entre inútiles luces, ya no levanta sus ojos:
sólo mira el empedrado hecho por otros hombres
de manos endurecidas, como las suyas.
No es justo quedarse en la plaza desierta.
Es seguro que existe esa mujeren la calle
que, rogándoselo, quisiera consolar esa casa.


LABORARE STANCA

Traversare una strada per scappare di casa
lo fa solo un ragazzo, ma quest'uomo che gira
tutto il giorno le strade, non è più un ragazzo
e non scappa di casa.
Ci sono d'estate
pomeriggi che fino le piazze son vuote, distese
sotto il sole che sta per calare, e quest'uomo, che giunge
per un viale d'inutili piante, si ferma.
Val la pena esser solo, per essere sempre più solo?
Solamente girarle, le piazze e le strade
sono vuote. Bisogna fermare una donna
e parlarle e deciderla a vivere insieme.
Altrimenti, uno parla da solo. È per questo che a volte
c'è lo sbronzo notturno che attacca discorsi
e racconta i progetti di tutta la vita.
Non è certo attendendo nella piazza deserta
che s'incontra qualcuno, ma chi gira le strade
si sofferma ogni tanto. Se fossero in due,
anche andando per strada, la casa sarebbe
dove c'è quella donna e varrebbe la pena.
Nella notte la piazza ritorna deserta
e quest'uomo, che passa, non vede le case
tra le inutili luci, non leva più gli occhi:
sente solo il selciato, che han fatto altri uomini
dalle mani indurite, come sono le sue.
Non è giusto restare sulla piazza deserta.
Ci sarà certamente quella donna per strada
che, pregata, vorrebbe dar mano alla casa.

LOS MARES DEL SUR
(A Monti)

Caminamos una tarde por la falda de un cerro,
silenciosos. En la sombra del tardo crepúsculo
mi primo es un gigante vestido de blanco,
que se mueve pacato, con su rostro bronceado,
taciturno. Callar es nuestra virtud.
Algún antepasado nuestro debió estar muy solo
—un gran hombre entre idiotas o un pobre loco—
para enseñar a los suyos tanto silencio.
Mi primo habló esta tarde. Me pidió
que subiera con él: desde la cumbre se divisa,
en las noches serenas, el reflejo del distante
faro de Turín. “Tú, que vives en Turín...”
me dijo, “...pero tienes razón. Hay que vivir la vida
lejos del pueblo: se aprovecha y se goza;
luego, al volver después de cuarenta años, como yo,
se encuentra todo nuevo. Las Langas no se pierden”
Todo esto me ha dicho y no habla italiano,
pero emplea lentamente el dialecto que, como las piedras
de esta misma colina, es tan abrupto
que veinte años de idiomas y océanos distintos
no han podido mellárselo. Y sube la cuesta
con la misma mirada abstraída que he visto, de niño,
en los campesinos un poco cansados.
Veinte años anduvo viajando por el mundo.
Se fue cuando todavía era yo un niño faldero,
y lo dieron por muerto. Después oí a las mujeres
hablando a veces de él, como en una fábula;
pero los hombres, más reservados, lo olvidaron.
Un invierno, a mi padre ya muerto, le llegó una tarjeta
con una gran estampilla verdosa con naves en
un puerto y deseos de buena vendimia. Causó gran
asombro y el niño más crecido explicó con vehemencia
que el mensaje venía de una isla llamada Tasmania,
rodeada de un mar más azul y feroces escualos,
en el Pacífico, al sur de Australia. Y añadió que en verdad
el primo era pescador de perlas. Y arrancó la estampilla.
Todos opinaron al respecto, mas coincidieron
en que si no estaba ya muerto, pronto moriría.
Luego todos lo olvidaron y pasó mucho tiempo.
Oh, desde que yo jugaba a los piratas malayos,
cuánto tiempo ha pasado. Y desde la última vez
que bajé a bañarme en un sitio mortal
y en un árbol perseguí a un compañero de juegos,
quebrando hermosas ramas, y le rompí la cabeza
a un rival y también me golpearon,
cuánta vida ha transcurrido. Otros días, otros juegos,
otros sacudimientos de la sangre frente a rivales
más huidizos: los pensamientos y los sueños.
La ciudad me ha enseñado temores infinitos:
una multitud, una calle me han hecho temblar;
un pensamiento, a veces, entrevisto en un rostro.
Siento aún en los ojos la luz burlona
de miles de faroles sobre el tropel de pasos.
Entre otros pocos, mi primo regresó
al terminar la guerra. Y tenía dinero.
Los parientes murmuraban: “En un año, cuando mucho,
se lo come todo y se larga.
Los desesperados mueren así.”
Mi primo tiene un semblante resuelto. Compró una planta baja
en el pueblo y construyó con cemento un taller
con su flamante bomba al frente, para vender gasolina;
y sobre el puente, junto a la curva, un gran letrero.
Luego empleó a un mecánico que le atendía el negocio
mientras él se paseaba por Las Langas, fumando.
Entretanto se casó en el pueblo. Eligió a una muchacha
delgada y rubia, como las extranjeras
que alguna vez encontró por el mundo.
Pero siguió saliendo solo, vestido de blanco,
con las manos a la espalda y el rostro bronceado;
por la mañana iba a las ferias y con aire socarrón
compraba caballos. Después me explicó,
al fallarle el proyecto, que su plan
había sido suprimir las bestias del valle
y obligar a la gente a comprarle motores.
“Pero la bestia” decía, “más grande de todas
he sido yo al pensarlo. Debía saber
que aquí bueyes y gentes son una misma raza.”
Hemos caminado más de media hora. La cumbre está cercana;
aumenta en torno nuestro el murmullo y el silbar del viento.
Mi primo se detiene de pronto y se vuelve:
“Este año escribiré en el letrero Santo Síefano
siempre ha sido el primero en las fiestas
en el valle del Belbo, aunque respinguen
los de Canelli.” Y sigue subiendo la cuesta.
Un perfume de tierra y de viento nos envuelve en lo oscuro;
algunas luces lejanas: granjas, automóviles
que apenas se oyen. Y pienso en la fuerza
que devolvió a este hombre, arrancándolo al mar,
a las tierras lejanas, al silencio que dura.
Mi primo jamás habla de sus viajes.
Dice parcamente que ha estado en tal o cual sitio
y vuelve a pensar en sus motores.
Sólo un sueño
le ha quedado en la sangre: una vez navegó
como fogonero en un barco pesquero holandés, el Cetáceo;
vio volar los pesados arpones al sol,
vio huir ballenas entre espumas de sangre,
perseguirlas, lancear sus colas levantadas.
Me lo contó algunas veces.
Pero cuando le digo
que está entre los afortunados que han visto la aurora
en las islas más hermosas del mundo,
sonríe al recordarlo y responde que el sol
se levantaba cuando el día ya era viejo para ellos.