martes, 23 de abril de 2013

Caballos desbocados. Yukio Mishima.



Mishima era tremendo. Un exaltado que llevó sus creencias a un límite al que poca gente las lleva. Y por mucha estética oriental y por muchas reflexiones sobre el budismo y el taoísmo, Mishima era también un romántico de cuidado como el Werther de Goethe.

Por eso nos resulta tan atractivo en occidente.

Es difícil hablar de Caballos Desbocados, segundo volumen de El mar de la fertilidad, sin recordar los acontecimientos que terminaron con su suicidio ritual por Seppuku, la ceremonia de muerte completa que aquí conocemos como Harakiri:

El 25 de noviembre de 1970, el escritor con cuatro miembros de la sociedad secreta Tatenokau, secuestró al comandante oriental de las fuerzas de autodefensa de Japón. Le ataron a una silla en su despacho y después de que Mishima saliera al balcón para declamar un manifiesto sobre el honor perdido de Japón, regresó frente al comandante amordazado para obligarle a ver cómo se quitaban la vida

Dejó escrito este poema y El mar de la fertilidad:

El hombre embravecido pronto al rumor del desenvaine
¿Cuanto ha soportado hasta ésta, la primera helada?
Aún, frente a quienes se agolpen despreciando el marchitar de la flor
Ésta, si un día ha de marchitar es porqué ¡bien flor ha sido!
y solo por su dignidad volará al tenue viento vespertino.


Caballos desbocados explica precisamente lo que empezaba a nacer en la mente y el corazón de Mishima

El suicido ritual japonés no es el "estoy cansado de vivir" occidental, no al menos superficialmente. El Seppuku, es un es un acto de honor del que los nacionalistas japoneses se sentían orgullosos. 
Más aún cuando lo que empuja al individuo a abrirse el vientre y rajarse el cuello  es el espíritu de la pureza, tema recurrente en Mishima, y en El Mar de fertilidad, cuya historia gira en torno a unos personajes incapaces de traicionarse así mismos y que tanto en el amor -en Nieve de primavera-, como en la política -en Caballos desbocados- llegan tan lejos como sus fuerzas se lo permiten.
No sabemos en qué momento la literatura y la teoría política imperial se convirtió en algo concreto en la cabeza de Mishima, lo que si es verdad es que no solo había "pureza" en su alma, también neurosis, depresiones, egomanía, y alguna que otra patología... aunque Mishima no estaba loco. 
Pero eso sí, como escritor nunca perdió el norte. Mishima es un gran escritor, uno de los mejores que pueden leerse.