domingo, 17 de agosto de 2014
El amhor, los orsinis y la muerte. Néstor Sánchez
El viaje no como crecimiento o ampliación de la existencia, sino como el final de algo: la ausencia (las ausencias) con las que se abre el libro: un prólogo que consiste en cuatro imágenes primarias y las ausencias.
En plural, porque los viajes son múltiples y en todos se pierde algo: el viaje al centro de la ciudad, el recuerdo del viaje a Lima, la marihuana, la música, la huida, la india y el viaje de la muerte o del que sabe que morirá. Lo otro son las imágenes asociadas que articulan un texto complejo que es una novela y a la vez otra cosa diferente: un estudio del lenguaje, o una puesta en practica de cómo a través del lenguaje nos apropiamos de la realidad o cómo una realidad determinada exige una realización léxica en un lenguaje que no existe.
La literatura como herramienta de conocimiento, de relación con el entorno, que plantea (propone o sugiere) otro modo de comprensión de un acontecimiento, porque seguramente a la primera (segunda o tercera) lectura de El amhor, los orsinis y la muerte el lector que busque historias no terminará de atar los hilos. Un libro complejo, repito, al menos desde cierto punto de vista, pero que al mismo tiempo solo "narra" unos acontecimientos sencillos. Pero entonces, ¿qué ocurre con este libro de Néstor Sánchez?
El libro nace del planteamiento profundo de alguien que creía firmemente en la imposible separación del arte y la vida y de alguien que quería agotar todos los caminos. De hecho, poco le quedaba por escribir a este bailarín de tango reconvertido en un perseguidor del conocimiento y de la inmortalidad. Él mismo lo dijo en alguna ocasión: nunca había escrito algo que no fuera autobiográfico.
Y así fue la propuesta literaria más radical que se ha planteado en castellano, eso sí, nadie se ha atrevido después a seguir su camino. Como la frase make me a mask, que se repite constantemente en la novela, si Baudelaire dijo que la naturaleza era un bosque de símbolos, la literatura es un disfraz que esconde la naturaleza "que posee una tendencia irremediable hacia lo decorativo, hacia el disfrazamiento interminable, hacia la eterna mascarada en la que vive". En este caso a través del lenguaje, que no podría asegurar si es un retorno a lo que las palabras escondían o una expresión de los escondido. Pero sí, el lenguaje es el protagonista: el modo en el que el lenguaje se relaciona con lo vivido: la experiencia.
Un ejemplo:
como si haber recibido desganado su pie de perfil con algo que escapaba de cuadro fuera no haber estado nunca del todo (nunca disponible) porque cada nueva vez algo escapaba de cuadro.
como si en última instancia eso representaba una prueba a favor, un síndrome invertido de la gambeta: mandarse mudar de su pie, de cuadro, del set, de los camarines algo penumbrosos inmediatos al set rumbo a su rancho californiano de Acapulco sobre un coche abierto y multado y una vez allí, con la cara paspada y fiel a cada uno de lso más insignificantes detalles, memorizar que termina de llegarse a toda velocidad en un coche abierto al sol del mediodía antes de quitarse con un unico ademán esa décima de saco sobre el hombro derecho, pedir un té achuchado y perplejo por la hora de pedirlo
con regusto a té y sin fósforos haberse internado sin mucha naturalidad a través de la gramilla del jardín en su espléndido rancho de acapulco hacia el único rincón sin césped solo y perplejo entre las tunas hasta que zumben las abejas y entonces tenderse poco a poco sobre la tierra resplandeciente: con loz brazos extendidos acostarse boca arriba y cerrar los ojos, cerrar por completo los ojos en medio de las abejas y comprender (distrayéndose de todo lo que nos distrae), con la respiración normal entre las tunas soleadas de Acapulco haberse sentido en condiciones de resolver, inmediatamente, el enigma del universo
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