lunes, 25 de febrero de 2013

Ofrenda Lírica. Rabindranath Tagore.


Sé como el sándalo, que perfuma el hacha del leñador que lo hiere.

El comienzo del siglo XX coincidía con un nuevo auge de los movimientos nacionalistas hindúes. Rabrindranath se lanzó a una campaña en favor de la autodeterminación y la reforma social basada en el acuerdo y la apertura, algo que requería un gran esfuerzo de comprensión y humildad, para evitar la violencia y que no ocurrió hasta años después con Gandhi.

Como suele ocurrir en los momentos convulsos: los ánimos estaban encendidos y las masas se hacían eco de las posturas más radicales y menos reflexivas. En ese entorno la voz del poeta llena de matices y exigencias para con su pueblo apenas fue escuchada. Los nacionalistas más decididos deseaban la expulsión de los ingleses y el retorno a las viejas tradiciones indias y Tagore les defraudaba porque no estaba dispuesto a condenar totalmente los valores de la cultura occidental, ni aceptar incondicionalmente los presupuestos tradicionales.

Entre otras cosas, estaba en contra de las practicas idolátricas, en contra de ciertas costumbres y se oponía a la injusta política de castas que había reducido a los chandalas a beber solo agua de los charcos y a las niñas a casarse con hombre adultos. Tagore estaba a favor de una superación del orden natural existente a base de la feliz combinación de los mejores elementos de oriente y occidente. Y eso, viendo las circunstancias era difícil de asumir.

Convencido de la equivocación de sus vecinos y temeroso del clima de violencia que empezaba a respirarse,  Tagore decidió huir de la sociedad  y establecer su asram en Santiniktan, justo en un desolado y emocionante paisaje, germen de Ofrenda Lírica. Allí, empezó a educar personalmente a sus hijos para que no sufrieran las mismas frustraciones en el colegio que él y concibió el proyecto de una escuela que bajo el lema del amor universal reuniese alumnos procedentes de las distintas clases sociales, raza y religiones de la india.

Ofrenda Lírica es el resumen de la muerte y la resurrección del poeta en un periodo de su vida en el que todas convicciones temblaban y el dolor le impedía reconocerse. En 1902 murió su esposa tras una breve y dolorosa enfermedad. Su recluimiento se acrecentó. No se había recuperado el poeta cuando la muerte le arrebató a su hija Renuka. Se refugió entonces en los Himalayas, en cuya altura se sobrepuso al dolor en un acto de transfiguración poética, acrecentando algo que ya sabía desde muy joven: empezó a descubrirse en su entorno inmediato, en la naturaleza y en su pueblo. Poco después otro hijo suyo moría sellando de algún modo su madurez.

Lo cierto es que el suave y sincero misticismo que respiran sus poemas atrae a los poetas de todo el mundo y aunque a veces los lectores se acerquen a él buscando la novedad del exotismo y la sabiduría oriental, solo encontrarán los reflejos de un ser humano abierto a la emoción pura que no pertenece a un pueblo, a una cultura, ni a ningún lugar. Internacionalista, al igual que en sus ideas políticas, en su vida y en su obra cedía buscando algo mayor que sí mismo.


¿Cómo es que te escondes, amor mío, detrás de todos ellos, en medio de las sombras? 
¡Te empujan y te pasan por el camino polvoriento, creyendo que no eres nadie! 
Yo no sé el tiempo que hace que te espero, cansada, con mis ofrendas para ti; 
y los que van y vienen, toman mis flores, una a una, y dejan vacío mi canasto.

Pasaron mañana y mediodía. Es el anochecer y mis ojos están caídos de sueño en la sombra.
Los hombres que vuelven a sus hogares, me miran sonriendo, y me avergüenzan. 
Estoy sentada como una muchacha mendiga, con la falda por la cara. 
cuando me preguntan qué quiero, bajo los ojos y callo.

¡Ay!, ¿cómo les voy a decir que te espero a ti, que tú me has prometido que vendrás? 
¿Cómo me dejaría decir mi timidez que esta miseria mía es la dote que te guardo? 
¡Ay!, ¡cómo aprieto este orgullo contra mí, en el secreto de mi corazón!
Sentada en la yerba, miro al cielo y sueño con el súbito esplendor de tu llegada. 

Llamean mil antorchas, los gallardetes de oro vuelan sobre tu carro, 
y los caminantes miran boquiabiertos cómo desciendes de tu asiento y me alzas del polvo, 
cómo sientas a tu lado a esta mendiga andrajosa, que tiembla de orgullo 
y de vergüenza como una enredadera en la brisa del verano.

Pero pasa el tiempo, y no se oyen las ruedas de tu carroza.
¡Va y viene una multitud en procesión, entre alborotos, aclamaciones y hechizos de gloria! 
¿Sólo vas a ser tú quien se quede en las sombras, callado, detrás de todos los demás? 
¿Y sólo voy a ser yo quien se quede esperando entre lágrimas 
con mi pobre corazón desgastado en un anhelo inútil?





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