sábado, 9 de febrero de 2013

Max y los fagocitos blancos. Henry Miller


Una vez dije que uno de los problema de Henry Miller es que apenas muestra compasión por sus personajes. Pues bien, Max y los fagocitos blancos es la prueba de que me equivocaba. Un relato conmovedor sobre alguien que representa la síntesis de la desgracia humana, entendida esta como la búsqueda de la auto-significación en la tragedia por temor a enfrentarse con la vida. Una desgracia que nace en el interior de uno mismo y que no se debe a factores externos.

Porque a efectos prácticos y materiales, Max y Henry llevan la misma vida: eternamente hambrientos, buscando en cada rostro conocido a alguien a quien dar un "sablazo"; pero es la manera de aceptar la situación y de dejarse arrastrar por ella, la que convierte a Max en un mendigo, en un miserable, con un alma empobrecida y mendicante. Como en el pasaje en el que Henry le regala un traje nuevo y un sombrero y a los dos o tres días se cruza de nuevo con Max, que llorando le hace partícipe de su desgracia, ya que bien vestido no consigue que le crean cuando pide dinero. No viene al caso, pero ¿no le pasaba algo parecido a Rimbaud?


Max y los fagocitos blancos es una excepción en el total de su obra, porque es quizás el único ejemplo en el que el foco de atención no es el propio Henry Miller, sino un personaje que le define por rechazo: un tipo de persona que abraza la desgracia como definición y que en un extraño proceso psicológico le paraliza y  solo puede buscar el reconocimiento de los demás a través de la lástima.

Pero no solamente habla de Max, también de los que les rodean, como su amigo Boris, judío como Max a quien, ante su frialdad, le dice:

¡Qué me importa tu enfermizo Nietzsche, tu pálido y amoroso Cristo, tu maldito Dostoievsky! Libros, libros, libros. ¡Quémalos! Mejor hubiera sido no haber leído nunca una linea, que estar ahora como estás, desamparado, encogiéndote de hombros! Todo lo que dijo Cristo es mentira; todo lo que dijo Nietzche es mentira, si no reconoces el verbo hecho carne. Si puedes extraer de ellos un dulce consuelo y no ver a este hombre que se pudre ante tus ojos, entonces es que eran asquerosos, embusteros y enfermizos. ¡Vete, vete a tus libros y entiérrate! No necesitamos nada de tí. Necesitamos un aliento de vida. Necesitamos esperanza, coraje, ilusión. Necesitamos un poco de simpatía humana.





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