Desde la dedicatoria y el mismo título de la obra, este tríptico de relatos plantea (o juega a plantear) un diálogo intertextual con 'El origen de las especies', de Darwin: la autora propone un debate, un enfrentamiento o una simple dicotomía entre lo ontológico humano, la razón y lo antropológico, frente a lo primario, lo instintivo, en definitiva, lo simiesco o animal del ser humano.
La dicotomía entre individuo y la especie como enfrentamiento de dos fuerzas en conflicto (porque preminencia de una, niega a la otra), dan forma a tres historias a las que asistimos no como receptores o receptoras del relato, sino como observantes de un proceso narrativo, porque en los cuentos de Armonía Somers (y en toda su prosa), la información sobre los aspectos fundamentales de la trama siempre resulta mínima y ambigua. El narrador, testigo, personaje construye un misterio a medida que acumula palabras, frases, oraciones y párrafos con un objetivo comunicativo ajeno al lector o lectora.
Para Elena Romiti, el tríptico (1982) y 'Solo los elefantes encuentran mandrágora' (1986) suponen la culminación de la narratividad de Somers, según explica en su artículo 'La iluminación poética del tríptico darwiniano'. Por lo tanto, ambas obras suponen una especie de testamento en el que la autora expresa y culmina su poética, la sistematización de su manera de narrar.
La propia autora lo explica: Narrar es en primera instancia acopiar materiales, sensaciones, situaciones, en un acto a veces involuntario de almacenamiento. Luego, adviene una arquitectura que puede resultar estable o venirse abajo según la buena o mala disposición de los elementos. Y en último extremo, se trata de formular una invitación a estar juntos con el lector, lo que depende de un soplo vital sin el que aquella forma pura sería solo eso, forma, aunque con minúscula. Forma con grandes letras hubo en un Miguel Ángel, en un San Juan de la Cruz, y en este se acabó. Pero tal complejo armónico se debilita, salvo en casos excepcionales, si no cae de tanto como la lluvia mansa un tiempo neutro que en tono de Eclesiastés sería el tiempo de callar.
En el primero de los cuentos, 'Mi hombre peludo', la reportera (que le narra la historia a su jefe de redacción), encuentra al final al mono (objeto de su reportaje) sentado en el váter de su apartamento. Le explica a su jefe que ha sido secuestrada por el simio y le advierte de que sucederá un acto de antropofagia o vampirismo: a partir de entonces, del simio solo se verán sus cualidades humanas, pero de ella únicamente permanecerán las cualidades simiescas. Según las palabras de la propia narradora-personaje, ha tenido lugar en el relato un caso de "reformulación del dato". El hombre peludo, al final del cuento pasa a ser la propia reportera y nos sugiere que, en realidad, lo simiesco ya estaba en ella desde el comienzo del relato y, simplemente, ha sido revelado por el encuentro. "Los símbolos pueden estar latentes si se puede reformular el dato", dice la narradora.
En el segundo cuento del tríptico, 'El eslabón perdido', el final reconfigura el confuso relato narrado por un personaje que oculta su verdadera naturaleza, por supuesto, también simiesca y se plantea un retroceso, una eliminación de la humanidad para comenzar de nuevo.
En el tercero de los relatos, 'El pensador de Rodín', la asimilación del chimpancé con la famosa estatua nos plantea la dicotomía entre lo animal (el instinto) y lo humano (la razón), como distanciadora de lo simiesco. No obstante, la estatua de Rodín es un símbolo de la pura racionalidad humana y de la cultura y civilización occidental. Lo verbaliza el narrador del relato, en este caso un niño con dislexia: "el chimpancé me pareció ese día más triste que nunca. Estaba sentado sobre un madero a modo de banco, apoyaba la mandíbula en la palma de la mano izquierda, el codo en la parte inferior del marco de la reja y tenía los ojos puestos en algo que debería estar muy lejos, o por lo menos no se veía".
Como explicábamos al comienzo, estos cuentos suponen la plasmación de la concepción poética y narrativa de la Autora, que propone una profunda reflexión sobre la relación entre la materia personal autobiográfica y la delimitación precisa del punto de vista de la persona/personaje que narra y enuncia la historia, así como de sus elementos pragmáticos, el contexto y su intención comunicativa.
Así, en el primer relato, no la reportera sino Armonía Somers a través, no del relato, sino de su enunciación, reflexiona sobre la veracidad de todo relato. La narradora se enfrenta a la obligación de mentir en el periódico y afirma que solo mentirá si es su propia mentira la que se lo exige. Por su parte, el poeta del segundo cuento redimensiona el mismo relato al afirmar que el demencial viaje en jeep que les conducirá al fin de la experiencia humana, les alejará de "las playas sonoras de la vida". Una premonición que anticipa la ética y filosofía que expondrá el simio conductor al final. El último de los narradores, un niño disléxico que no lee ni escribe, afirma: "y esto que ustedes están viendo no lo escribo tampoco, simplemente lo transmito gracias a algo que aprendí del pensador del zoo, un secreto entre él y yo, lo único que puedo revelar por ahora". Un misterio que nos trasmite no la anécdota ni la historia, sino el propio proceso de escritura, y más aún, la propia enunciación del relato por parte del personaje-narrador, a través de una pregunta: "¿Y si el pensador de la plaza no hubiera aprendido nunca a leer podría igualmente pensar?
La edición de El cuenco de plata incluye además, el cuento 'La inmigrante', un relato en el que el deseo y la libertad sexual se enfrentan al pensamiento tradicionalista burgués. En el que de nuevo Armonía Somers juega al despiste pragmático con el conflicto entre dos narradores, cada uno con una intención, y, al menos, hasta tres enunciaciones diferentes.
Según explica Leticia Contreras en su artículo 'Una mujer moderna... no tan feliz...', La inmigrante' esta organizado en diecinueve cartas y diez acotaciones, las cuales van revelando la fuerte atracción sexual entre la jefa general de una tienda de modas y una joven vendedora que acaban de emplear. La primera mujer es madre de Juan Abel Grim, encargado de recopilar y comentar la serie de epístolas que componen la narración, antes de decidir publicar el epistolario materno sorprende a su progenitora besando a la joven muchacha. desconcertado le pide explicaciones a su madre instigándola a que no se deje apabullar por remilgos de una moralidad convencional y que le cuente su relación con aquella joven. a madre le dice que la joven había venido a despedirse después de su casamiento con un propietario de hilanderas con quien se iría a vivir fuera de la ciudad. Estas confidencias llevan a otras, recuerdos de infancia y del amor sexual que en un tiempo había unido a los padres de Juan Abel. La trama del relato desemboca en el recuerdo de la visita de las dos mujeres, jefa y vendedora, a un antiguo hotel donde se relata una escena de erotismo lésbico. En este sentido, desajusta el imaginario androcéntrico de la sexualidad femenina y se instala en la tradición narrativa de mujeres del siglo XX, biológica/cultural impuesta por los lenguajes ajenos a la masculinidad.
Más información interesante:
BRECHA.COM 'Rara de toda rareza'
DIGITALS COMMONS 'La tentación del abismo en Armonía Somers'
LETRAS URUGUAYAS 'La metaforización de la soledad'
CTXT.ES ' El misterio de la literatura de Armonía Somers'
GO.GALE.COM 'Todas en ella: Armonía Somers y la lectoescritura como construcción identitaria'
Talia Galletto 'El encuentro en el desencuentro'
JOURNALS.OPENEDITION:ORG 'Los cuentos de Armonía Somers, una poética del derrumbamiento'