Existen solamente tres puntos de vista para contar una historia:
Un narrador omnisciente que actúa como un dios que lo sabe todo sobre sus personajes y decide qué quiere contar. La historia narrada en primera persona por alguien que participa directamente en los hechos, o finalmente, la historia contada en tercera persona por alguien que conoció de primera mano los acontecimientos narrados.
El problema es que en la práctica el narrador dios se convierte en un simple observador, la primera persona en un narrador omnisciente y el observador, de repente, conoce los rincones escondidos, los secretos y el destino de todos los personajes, mas allá de lo que le permiten sus sentidos.
Porque... ¿quién cuenta, por ejemplo, los hermanos Karamazov? ¿Quién es ese extraño personaje que al principio de la novela nos explica que quiere relatar una tragedia de la que fue testigo directo hace muchos años? ¿Por qué no forma parte de la acción? ¿Cómo es posible, si simplemente vivió los sucesos como un ciudadano más -sin mucha implicación- que conozca todas las vicisitudes del caso, profundice tanto en los sentimientos de los personajes y pueda describir con tantos detalles escenas que ocurrieron en la intimidad de la familia Karamazov? Ni aún siendo uno de los Karamazov podría saber tanto. ¿Debemos creerle, entonces? Evidentemente, el narrador de la novela es un personaje anónimo, un ciudadano sin importancia colectiva, como decía Celine, pero también es algo más: es una presencia en cada escena del relato.
Lo mismo ocurre con la primera novela de la historia: ¿Quién cuenta el Quijote? Sabemos que fue el moro Cide Hamete Benengeli (personaje de ficción creado por Cervantes), que transcribe una historia real que ha escuchado, pero ¿quién se la contó a él, si explica situaciones que solamente vivieron Sancho y Alonso Quijano? En cualquier caso, tuvo que ser uno de los dos, si eso tiene alguna importancia.
Este problema sobre las licencias de los escritores a la hora de escoger la perspectiva del narrador y la identificación narrador-escritor esta en la base de las tres historias que forman La trilogía de Nueva York, que suponen un planteamiento metaliterario sobre el proceso de escritura. También son relatos sobre el aislamiento utilizando la ciudad occidental por excelencia, Nueva york, como símbolo de un entorno frío y desnaturalizado que confunde y dificulta la búsqueda de los límites del yo. Una aventura mental y emocional complicada de la que a veces no se vuelve.
Quizás, el mejor Auster que he leído, un escritor de calidad a medio camino entre el riesgo experimental y el mainstream. Debo decir que existe una versión de la primera historia, La ciudad de cristal, en cómics de David Mazzuchelli (quien llevó a Batman a otro nivel) y Paul Karasik, que enriquece notablemente el texto original.
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