domingo, 11 de enero de 2015

En Grand Central Station me senté y lloré. Elizabeth Smart



Puede ocurrir que al poeta la poesía se le quede pequeña. Es decir, que la forma métrica y rítmica, que sus cláusulas, el verso, no le permitan expresar completa y libremente la parte emocional de su poesía que se compone no sobre el papel, sino en la conciencia.

Entonces, lo natural es que el poeta busque otro género, otro lenguaje (la prosa) para desarrollar su trabajo y en este proceso el poeta se encuentra con la novela. Pero es solo una asimilación formal, en esencia continua siendo poesía (pero también novela). La trama y la tensión narrativa se difuminan en la imagen simbólica de la poesía y los tiempos crecen: el capítulo es el periodo, los párrafos versos y el contenido digamos poético puede dividirse y centrarse en diferentes impresiones que solamente en conjunto crearan la gran imagen del poema.

Dicho esto, En Gran Central Station... se describe a veces como una novela autobiográfica en la que la autora "narra" su pasión por un hombre casado (el poeta George Baker) del que se enamoró (antes de conocerlo) al leer uno de sus libros y del que llegó a tener varios hijos. Pero en este libro, pensado como un poema, Elizabeth Smart no "cuenta" ninguna historia ni hay ninguna acción narrativa.



El proceso es diferente:

Elizabeth Smart descubre una "verdad interior", entendiéndolo como una percepción totalmente consciente que no puede ser explicada a través del lengua, y esta percepción interna está asociada a una emoción que a su vez está relacionada con muchas otras emociones que derivan de sus rutinas y de su experiencia y al mismo tiempo, modifica sus deseos y sus esperanzas de futuro.

Después de esto, independientemente de cuál haya sido el desencadenante (su historia de amor con George Baker), Elizabeth Smart intenta expresarlo, o más bien transcribirlo, pero al hacerlo se da cuenta de que no puede, la única posibilidad es la escritura automática, describir todas las impresiones cercanas a esa verdad interior para conseguir comprenderla de algún modo... La literatura como forma de autoconocimeinto...

El resultado es una novela si se quiere llamar así (o un poema) de una belleza a veces díficil pero de una intensidad constante y extrema. Alucinante. 

(...)

Juego a hacer carreras con el desastre por la Tercera Avenida. El desastre espejea en las aguas del río Hudson. Cuando me atrevo a mirar hacia arriba buscando un signo que me reconforte, inexorables neones resplandecen.
No, nadie se compadecerá de ti en esta ciudad donde el fracaso es sinónimo de vergüenza, y las lágrimas anacronismos, algo que ya no se lleva, ni siquiera en los cines. 
"Mira, guapa, todos tenemos problemas. Anímate, mujer, no hay que tomarse las cosas tan a pecho."
Si en un momento como este consigues sonreír, podrías llegar a ser una estrella de la publicidad. Ahí es nada. Tiene agallas, la chiquita esa. Ahí donde la ves, con ese desparpajo, tiene detrás una tragedia que si yo te contara... Hace muchos años tenía sentimientos, lloraba y todo, te lo aseguro. Sí, era un ser humano como tú y como yo, claro que de eso hace muchos años. ¿Pero ves a dónde se puede llegar? Está ganando quince mil dólares al año, como quien no quiere la cosa. 

(...)

La hierba está ya verde en el campo. Mi imaginación se aferra a esa realidad como a una bolsa de agua caliente, y se aturde con ella, y la usa como una droga para librar mi corazón de todo lo que lo agita. Mi futuro está ya allí plantado, y mi esperanza se prepara a florecer a la vez que los cerezos. 
Mi amante merodea en torno al asesinato. No puedo llamarle. No puedo decir: mátala de una vez, y tampoco puedo decir: resucítala y quédate con ella para siempre -la única alternativa-.
No está aquí. Se ha ido, del todo. No hay nada más que el globo hinchado. Nada, excepto el brazalete que él puso en mi muñeca, me recuerda que alguna vez estuve viva. Mis ojos apagados, mis días vacantes, sólo demuestran que estoy muerta, no dicen por qué, ni hablan de su existencia. 

Contemplo vagamente los instrumentos del amor, y con frío asombro pregunto: ¿De veras se estremeció el planeta cuando él acercó la mano? El pecho al que antaño él prendía fuego desde lejos yace ahora más frío, menos inflamable que el Everest.
Mi estado presente está lejos del deseo porque lo dejó atrás. Es el estado en que lo insoportable se eclipsa: un estado de coma. Y estoy hasta tal punto sumergida en esta amnesia, en ese purgatorio, que he perdido la fe en el renacimiento: en el fondo no creo en el regreso de la primavera, en el amor, en nuestra bocas unidas.
¿Ocurrió alguna vez? ¿De verdad estuvimos tan juntos, como corrientes que se atraen con tanta fuerza, que terminan por fluir en una sola?
Si conservara la lucidez necesaria para recordar que mi apatía presente procede en línea recta de un amor excesivamente intenso, todo quedaría al servicio del amor, ni suele tampoco acompañar los estados de coma. 
Estoy flotando a la deriva. Sin cabeza. peligrosamente deshabitada.
A veces atisbo un despertar; pero la pesadilla de comprender-demasiado-tarde me estalla como un volcán, esparciendo una niebla todavía más densa. Como un loco que mira con ojos de soslayo, pegados con cola a una cuenta de vidrio, veo ese cerezo y la hierba verde, y procuro enfocarlo, y todo lo encauzo en esa dirección. Con la meticulosidad propia de los locos, terminaré por conseguirlo... 







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