sábado, 31 de enero de 2015

El poeta es un fingidor. Fernando Pessoa


La lengua portuguesa es mi nación. 


A pesar de ser el autor de  algunos versos excelentes, Fernando Pessoa no escribía poemas: inventó poetas. Su obra fue la construcción precisa y milimétrica de una generación de autores que llevarían la lengua portuguesa a la altura de la gran potencia en la que se convertiría Portugal, como esperaba Pessoa y nunca sucedió.

Seguidor (más bien continuador) de la profecía mesiánica de Bandarra sobre el retorno del rey Sebastián I (que regresaría de la muerte para devolver el honor y el poder a Portugal), para Pessoa 'el deseado' no se levantaría de la tumba, sino que regresaría en la figura del supracamoes: el poeta de portugal. Muy probablemente Pessoa pensaba en sí mismo...

Y en cierto sentido lo fue, Pessoa, el poeta de Portugal, aunque realmente su nombre (y su imagen: las gafas, el sombrero y el bigote, y su mirada pensativa y triste) están ligados a la hermosa ciudad donde nació: Lisboa. Pero como decíamos antes, Pessoa no escribió poemas (aunque los escribiese) sino que dio vida a una generación de poetas que escribían sus propias poemas diferentes de los de Pessoa: sus heterónimos (no confundir heterónimo con seudónimo: el segundo término se utiliza para esconder al autor, y el heterónimo es un poeta que nace dentro del autor pero diferente, libre y dotado de autonomía: un amigo invisible).

De hecho las descripciones y biografías eran tan detalladas y la cosmovisión de cada poeta tan completa, que durante un tiempo algunos se pensaron que eran reales... No podemos conocer a Pessoa a través de sus poemas pero sus heterónimos son el reflejo del estado de su consciencia:

Conocida es la historia de la única mujer con la que se le conoce una relación. Mientras se escribía y se citaba con Pessoa, recibía amenazas del poeta Álvaro de Campos (uno de sus heterónimos) y un día el poeta llegó a su casa, tarde, a una cita y ella le llamó por su nombre: Pessoa... y él contestó: soy Álvaro de Campos, deja de perjudicar a Fernando...

La linea divisoria entre lo que el poeta sentía y lo que quería sentir y las contradicciones entre sus heterónimos, a veces claras y evidentes, hace pensar que en realidad cada ser humano es en potencia todo lo que se puede ser, todas las posibilidades, y es nuestra educación y experiencia la que enciende unas velas y apaga otras...


De Fernando Pessoa:

Todas las cosas que hay en el mundo
tienen su historia,
salvo esas ranas en lo profundo
de mi memoria.

Cualquier lugar del mundo tiene
un donde estar,
salvo este charco del que me viene
este croar.

Sobre los juncos la luna se alza
falsa demás,
y al triste charco su luz realza
menos y más.

¿Dónde, en qué vida, fue verdadero
lo que me acuerdo
cuando oigo ranas en un estero
que no recuerdo?

Nada. Entre juncos duerme un mutismo.
Croan ufanas
de un alma antigua que hay en mí mismo,
sin mí, las ranas.


De Alberto Caeiro: 

El Tajo es más bello que el río que corre por mi aldea,
pero el Tajo no es más bello que el río que corre por mi aldea
porque el Tajo no es el río que corre por mi aldea.


El Tajo tiene grandes navíos
y todavía navega en él,
para quienes en todo ven lo que ya no existe,
la memoria de las naos.


El Tajo baja de España
y el Tajo entra en el mar en Portugal.
Todo el mundo lo sabe.
Pero pocos sabes cuál es el río de mi aldea
y para dónde va
y de qué sitio viene.
Y por eso, porque pertenece a menos gente,
es más libre y mayor el río de mi aldea.


Por el Tajo se va al Mundo.
Más allá del Tajo está América
y la fortuna de quienes la encuentran.
Nadie ha pensado nunca en lo que hay más allá
del río de mi aldea.


El río de mi aldea no hace pensar en nada.
Quien se encuentra a su lado, sólo a su lado está.




No basta abrir la ventana
para ver los campos y el río.
No es suficiente no ser ciego
para ver los árboles y las flores.
También es necesario no tener ninguna filosofía.
Con filosofía no hay árboles: sólo hay ideas.
Hay sólo cada uno de nosotros, como un sótano.
Hay sólo una ventana cerrada, y todo el mundo afuera;
y un sueño de lo que se podría ver si la ventana se abriese,
que nunca es lo que se ve cuando se abre la ventana.




De Ricardo Reis

Ven a sentarte conmigo, Lidia
a la orilla del río.
Con sosiego miremos su curso
y aprendamos que la vida pasa,
y no estamos cogidos de la mano.
(Enlacemos las manos.)

Pensemos después, niños adultos,
que la vida pasa y no se queda,
nada deja y nunca regresa,
va hacia un mar muy lejano,
hacia el pie del Hado,
más lejos que los dioses.
Desenlacemos las manos,
que no vale la pena cansarnos.
Ya gocemos, ya no gocemos,
pasamos como el río.
Más vale que sepamos pasar
silenciosamente y sin desasosiegos.
Sin amores, ni odios, ni pasiones
que levanten la voz,
ni envidias que hagan a los ojos
moverse demasiado,
ni cuidados, porque si los tuviese
el río también correría,
y siempre acabaría en el mar.
Amémonos tranquilamente,
pensando que podríamos,
si quisiéramos,
cambiar besos y abrazos y caricias,
mas que más vale estar sentados
el uno junto al otro
oyendo correr al río y viéndolo.

Cojamos flores, cógelas tú y déjalas
en tu regazo, y que su perfume suavice
este momento en que sosegadamente
no creemos en nada,
paganos inocentes de la decadencia.
Por lo menos, si yo fuera sombra antes,
te acordarás de mí
sin que mi recuerdo te queme
o te hiera o te mueva,
porque nunca enlazamos las manos,
ni nos besamos
ni fuimos más que niños.
Y si antes que yo llevases el óbolo
al barquero sombrío,
no sufriré cuando de ti me acuerde,
a mi memoria has de ser suave
recordándote así, a la orilla del río,
pagana triste y con flores en el regazo.



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