jueves, 26 de diciembre de 2013

El ruido y la furia. William Faulkner.



La primera vez que leí El ruido y la furia, al terminar, tuve que darme un golpe en la cabeza contra la pared y empezarla de nuevo. Desde entonces es uno de los libros que necesito leer a menudo, quizás para tener presente siempre esa brecha de la que habla el libro y que la cultura mediática pretende silenciar. En fin.

Decía Herbet Marcuse que la verdadera vanguardia comunica la ruptura de la comunicación. En un sentido simplemente formal o estructural, este tipo de discursos rotos, inconexos, rechazan (o rechazaban más bien) las estructuras del relato de la modernidad, del discurso preestablecido y arquetípico que a través de la historia nos ha sido legado, no como un regalo o una ofrenda, precisamente, sino para imponernos un pensamiento y un comportamiento determinados: un modo de control social.

El lenguaje, la gramática, la convención entre el significado y el significante, los usos y la costumbre limitan nuestra capacidad de comprensión, aunque facilitan, supuestamente, nuestro entendimiento. Faulkner en El ruido y la furia destruye la estructura preestablecida del significado y del orden lógico (que ya inconscientemente buscamos y necesitamos como una muleta) y propone algo que de un modo irracional nos parece intolerable: una discontinuidad. De hecho, recuerdo que mientras leía la novela por primera vez, me decía: no puede ser, no puede ser...

Macbeth, el personaje de Shakespeare, dice al final de la obra:

"La vida es una sombra tan sólo, que transcurre; un pobre actor que, orgulloso, consume su turno sobre el escenario para jamás volver a ser oído. Es una historia contada por un necio, llena de ruido y furia, que nada significa".

En el arte, la estructura es parte del significado y Faulkner era muy consciente de eso. Si en cuanto a la forma relata una ruptura en nuestro sistema, en cuanto al significado trata sobre cómo esta ruptura afecta nuestras vidas. En un momento de la novela Quentín, uno de sus protagonistas, entra en una relojería y pregunta al dependiente si alguno de los relojes del escaparate está en hora. El dependiente le dice que cuál le interesa y Quentín responde que ninguno, que solamente quiere saber si alguno está en hora. Imposible no pensar que se refiere, en realidad, al resto de su familia, aún sin perder la esperanza de que sí, de que alguno pueda funcionar correctamente.

No es El ruido y la furia una lectura agradable, pero sí es una superación de los límites de la literatura de su tiempo, una superación formal y por lo tanto una superación en nuestras estructuras mentales. Curiosamente, este avance en la cultura de la vanguardia y del modernismo de principios del siglo XX ha pasado a la cultura presente de un modo perturbador. El sistema ha absorbido sus formas privándolas de su contenido de rechazo, precisamente para continuar aquello que estas formas artísticas rechazaban instintivamente. Y eso es algo que la industria cultural viene haciendo desde el principio. Solamente basta con ver la estúpida adaptación al cine que se hizo en la época, cambiando totalmente el sentido de la obra... Una pena, la verdad.









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jueves, 19 de diciembre de 2013

Poemas Humanos. César Vallejo.


"Pues de lo que hablo no es sino de lo que pasa en esta época..."

César Vallejo.



Siendo uno de los escritores que más me gustan y me interesan, siempre lo temía en los exámenes de filología, porque podía sufrir una parálisis y conmociones nerviosas con el bolígrafo en la mano y el folio en blanco. Poemas Humanos es uno de mis libros preferidos, pero supera mi capacidad de raciocinio desde muy diversos flancos. Para leerlo no hace falta racionalidad alguna (se desaconseja, de hecho) pero para analizarlo sí, y mucha, porque su infraestructura es virtuosa

Publicado postumamente, por ahí se dice que originariamente este libro iba a llamarse "Instituto Central del Trabajo" según le comentó Vallejo a un colega, un día, al hablar sobre un libro en el que estaba trabajando. No hay muchas pruebas de esto, pero dejándose llevar uno por el aire de los poemas, está claro que debería de haberse llamado así: INSTITUTO CENTRAL DEL TRABAJO

Tras la escritura de Trilce, que debió suponerle un parto difícil, Vallejo abandonó la poesía hasta casi diez años después. Casi febrilmente, su vuelta a la escritura supuso algunas diferencias con respecto a su obra anterior: sorprende verlo escribiendo sonetos, por ejemplo, y otras formas métricas más comunes. Aunque el contenido siguen siendo representaciones abstractas de algo tan profundo como es el dolor y la falta de esperanza, algo que se enraíza (la compasión por el dolor ajeno) y choca (la falta de esperanza) con su adhesión al marxismo. Que en cierto sentido puede explicar su intento de acercarse al pueblo

(Siempre me ha sorprendido esta relación entre el arte de contenido "políticamente" revolucionario con un arte difícilmente revolucionario en cuanto a lo que el arte -algo que abre puertas que permanecían cerradas y que cambia el paradigma social- es en cuanto a arte.)

Falta de esperanza es lo que denotan estos poemas, pero una falta de fe en el individuo, en el relato de la individualidad y del egoísmo moderno. Porque al final, el dolor que se expresa en la obra de Vallejo es simplemente fata de amor, vivido en primera persona y apreciado en los demás. Una falta de amor (entendido en su significado más amplio) que destruye a quien lo necesita y bestializa a quien no lo ofrece. 

El libro incluye la colección España aparta de mi este cáliz, con los que, cercano a Mayakovsky, intenta redefinir los parámetros de una poesía revolucionaría, pero lo hace, desafortunadamente, dando un paso hacía atrás y olvidando que su poesía fue "naturalmente" revolucionaria, "artísticamente" revolucionaria, "culturalmente" revolucionaria, en Los Heraldos Negros y en Trilce.  

Aunque sí, es de agradecer y uno se siente más "convencionalmente" cómodo al leer a un Vallejo igualmente complicado pero un poco más cercano, como si desde dentro de una cueva tendiera una tímida mano al exterior. Para nosotros quizás no es mucho, pero seguro que para el reservado escritor fue uno de los gestos más difíciles de su vida, imagino yo. 

Cuando lo leo, Poemas Humanos y a Vallejo en general, solo puedo imaginarme un cristal roto. Pero un cristal, en cualquier caso, que debía romperse. Que está bien así, roto. 



Hoy me gusta la vida mucho menos...

Hoy me gusta la vida mucho menos, 
pero siempre me gusta vivir: ya lo decía. 
Casi toqué la parte de mi todo y me contuve 
con un tiro en la lengua detrás de mi palabra. 

Hoy me palpo el mentón en retirada 
y en estos momentáneos pantalones yo me digo: 
¡Tánta vida y jamás! 
¡Tántos años y siempre mis semanas!... 
Mis padres enterrados con su piedra 
y su triste estirón que no ha acabado; 
de cuerpo entero hermanos, mis hermanos, 
y, en fin, mi ser parado y en chaleco. 

Me gusta la vida enormemente 
pero, desde luego, 
con mi muerte querida y mi café 
y viendo los castaños frondosos de París 
y diciendo: 
Es un ojo éste, aquél; una frente ésta, aquélla... Y repitiendo: 
¡Tánta vida y jamás me falla la tonada! 
¡Tántos años y siempre, siempre, siempre! 

Dije chaleco, dije 
todo, parte, ansia, dije casi, por no llorar. 
Que es verdad que sufrí en aquel hospital que queda al lado 
y está bien y está mal haber mirado 
de abajo para arriba mi organismo. 

Me gustará vivir siempre, así fuese de barriga, 
porque, como iba diciendo y lo repito, 
¡tánta vida y jamás! ¡Y tántos años, 
y siempre, mucho siempre, siempre, siempre!


Pero antes que se acabe...

Pero antes que se acabe
toda esta dicha, piérdela atajándola,
tómale la medida, por si rebasa tu ademán; rebásala,
ve si cabe tendida en tu extensión.

Bien la sé por su llave,
aunque no sepa, a veces, si esta dicha
anda sola, apoyada en tu infortunio
o tañida, por sólo darte gusto, en tus falanjas.
Bien la sé única, sola,
de una sabiduría solitaria.

En tu oreja el cartílago está hermoso
y te escribo por eso, te medito:
No olvides en tu sueño de pensar que eres feliz,
que la dicha es un hecho profundo, cuando acaba,
pero al llegar, asume
un caótico aroma de asta muerta.

Silbando a tu muerte,
sombrero a la pedrada,
blanco, ladeas a ganar tu batalla de escaleras,
soldado del tallo, filósofo del grano, mecánico del sueño.

(¿Me percibes, animal?
¿me dejo comparar como tamaño?
No respondes y callado me miras
a través de la edad de tu palabra).
Ladeando así tu dicha, volverá
a clamarla tu lengua, a despedirla,
dicha tan desgraciada de durar.
Antes, se acabará violentamente,
dentada, pedemalina estampa,
y entonces oirás cómo medito
y entonces tocarás cómo tu sombra es ésta mía desvestida
y entonces olerás cómo he sufrido.



PANTEON

He visto ayer sonidos generales,
                  mortuoriamente,
                  puntualmente alejarse,
cuando oí desprenderse del ocaso
                  tristemente,
exactamente un arco, un arcoíris.

Vi el tiempo generoso del minuto,
                  infinitamente
atado locamente al tiempo grande,
pues que estaba la hora
                  suavemente,
premiosamente henchida de dos horas.

Dejóse comprender, llamar, la tierra
                  terrenalmente;
negóse brutalmente, así a mi historia,
y si vi, que me escuchen, pues, en bloque,
si toqué esta mecánica, que vean
                  lentamente,
despacio, vorazmente, mis tinieblas.

Y si vi en la lesión de la respuesta,
                  claramente,
la lesión mentalmente de la incógnita,
si escuché, si pensé en mis ventanillas
nasales, funerales, temporales,
                  fraternalmente,
piadosamente echadme a los filósofos.

Mas no más inflexión precipitada
en canto llano, y no más
el hueso colorado, el son del alma
                  tristemente
erguida ecuestremente en mi espinazo,
ya que, en suma, la vida es
                  implacablemente,
imparcialmente horrible, estoy seguro.




Acaba de pasar el que vendrá

Acaba de pasar el que vendrá
proscrito, a sentarse en mi triple desarrollo;
acaba de pasar criminalmente.

Acaba de sentarse más acá,
a un cuerpo de distancia de mi alma,
el que vino en un asno a enflaquecerme;
acaba de sentarse de pie, lívido.

Acaba de darme lo que está acabado,
el calor del fuego y el pronombre inmenso
que el animal crió bajo su cola.

Acaba
de expresarme su duda sobre hipótesis lejanas
que él aleja, aún más, con la mirada.

Acaba de hacer al bien los honores que le tocan
en virtud del infame paquidermo,
por lo soñado en mi y en él matado.

Acaba de ponerme (no hay primera)
su segunda aflixión en plenos lomos
y su tercer sudor en plena lágrima.
Acaba de pasar sin haber venido.







domingo, 15 de diciembre de 2013

Walden. Thoreau


Estados Unidos es algo así como Babilonia, pero una vez hubo algo admirable en su mitología, en el viaje del este al oeste y en lo que fue la primera filosofía genuina de ese lado del mundo: el trancesdentalismo. Después fue el marketing, el mercadeo, y es imposible no pensar que se trata de una cultura que se traiciona a sí misma, y al mismo tiempo nos traiciona al resto de los habitantes del mundo.

Escrito en 1854 (pocos años antes de que comenzara la Guerra de Secesión), Walden es un ejemplo de independencia y de valentía, de saber que hay otra posibilidad y de asumirla. En definitiva, el diario de un hombre que se refugia en la naturaleza persiguiendo una forma de vida más cómoda y sostenible basada en la autosuficiencia. Un anarquista y un ejemplo como ciudadano.

El hermoso bosque Walden, donde Thoreau vivió solo durante dos años. 
Pero no es solo eso. A pesar de la precisión con la que Thoreau explica sus presupuestos y sus trabajos, y todo el proceso de gestión de su autonomía y supervivencia (para que quede claro que es accesible e incluso deseable) Walden también narra el proceso de la reconversión ascética, la transmisión de la experiencia de comunión con el campo, los pájaros, los peces, los árboles, las flores y la laguna sin más herramientas que el cuerpo físico tras desprenderse de todo menos de Homero (de esa parte de la civilización no pudo desprenderse).

Lawrence lo llamaba "un aristócrata del espíritu", y Henry Miller "lo mas raro de encontrar sobre la faz de la tierra: un individuo". Un pensamiento y una conducta de completo acuerdo.

Y esta la cabaña que construyó con sus propias manos. 


Decía Thoreau que el mejor gobierno es que gobierna menos, el que no existe precisamente porque los ciudadanos no lo necesitan y quizás Thoreau tenía en gran valor la palabra 'ciudadano'.

Se incluye en este volumen su ensayo 'Del deber de la desobediencia civil' donde expone que si la obligación del ciudadano es respetar el bien común, es su deber, por lo tanto, desobedecer unas normas, unas leyes y un sistema alejados y enfrentados con el bienestar de todos los demás. Thoreau pone el peso de la balanza en el poder del individuo y manifiesta que la queja y la violencia frente a la desobediencia no tienen apenas efectividad. A fin de cuentas, quejarse, protestar es necesitar un gobierno, como un menor de edad necesita protección.

''Del deber de la desobediencia civil' era el texto que Ghandi citaba como una biblia y que llevaba siempre consigo y consultaba constantemente. En él, Thoreau se muestra intransigente a colaborar con un gobierno que desaprueba moralmente por defender la esclavitud. Algo que no ha perdido vigencia y me refiero a los gobiernos desacreditados moralmente por ser cómplices de injusticia y sufrimiento. Hoy día, cualquiera que siga su ejemplo acabaría en la cárcel o repudiado por los medios. Así de mal se ha puesto la cosa.

Dice Thoreau:

Jamás habrá un Estado realmente libre y culto hasta que no reconozca al individuo como un poder superior e independiente, del que se derivan su propio poder y autoridad y lo trate en consecuencia. Me complazco imaginando a un Estado que por fin sea justo con todos los hombres y trate a cada individuo con el respeto de un amigo. Que no juzgue contrario a su propia estabilidad el que haya personas que vivan fuera de él, sin interferir con él ni acogerse a él, sino sólo cumpliendo con sus deberes de vecino y amigo. Un Estado que diera este fruto y permitiera a sus ciudadanos desligarse de él al lograr la madurez, prepararía el camino para otro Estado más perfecto y glorioso aún, al que también imagino a veces, pero todavía no he vislumbrado por ninguna parte.

El Estado nunca se enfrenta voluntariamente con la conciencia intelectual o moral de un hombre sino con su cuerpo, con sus sentidos. No se arma de honradez o de inteligencia sino que recurre a la simple fuerza física.

El gobierno americano, aun siendo reciente, ¿es algo más que una tradición intentando transmitirse intacta a la posteridad, aun perdiendo a cada instante una parte de su integridad? No tiene la vitalidad y la fuerza de un solo hombre vivo; porque éste puede doblegarlo a su voluntad. Es una especie de cañón de madera para el mismo pueblo. Pero no por eso menos útil, pues la gente necesita siempre alguna compleja maquinaria, y oír su estruendo, para satisfacer su idea del gobernar. Los gobiernos demuestran de este modo cómo se puede someter con éxito a los hombres, e incluso imponerse a ellos con ventaja. Excelente, tenemos que reconocerlo. Sin embargo, este gobierno jamás ha iniciado ninguna empresa por su cuenta, si no por la rapidez con la que se apartó de su camino. No da libertad al país. No ordena a occidente. No educa. Es el carácter arraigado en el pueblo americano el que ha hecho posible todo lo logrado; e incluso habría hecho algo más, si el gobierno a veces no se hubiera opuesto...

Se ha dicho y con razón que una sociedad mercantil no tiene conciencia; pero una sociedad formada por hombres con conciencia es una sociedad con conciencia. La ley nunca hizo a los hombres más justos y, debido al respeto que les infunde, incluso los bienintencionados se convierten a diario en agentes de la injusticia. 

Estamos acostumbrados a decir que las masas no están preparadas, pero el progreso es lento porque la minoría no es mejor o más prudente que la mayoría. Lo más importante no es que una mayoría sea tan buena como tú, sino que exista una cierta bondad absoluta en algún sitio para que fermente a toda la masa.

Los que más me preocupan son aquellos que se dedican profesionalmente al estudio de estos temas u otros semejantes: los estadistas y legisladores, que se hallan tan plenamente integrados en las instituciones que jamás las pueden contemplar con actitud clara y crítica. Hablan de cambiar a la sociedad, pero no se sienten cómodos fuera de ella.





Suficiente como para pensar un rato...








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lunes, 9 de diciembre de 2013

Alcoholes. Guillaume Apollinaire.


Casi inaugurando oficialmente las vanguardias, Alcoholes es el libro de poemas con más unidad que he leído nunca. A pesar del automatismo y su ruptura pre-surrealista, simplemente, repitiéndo versos y palabras en diferentes poemas engarzados como en una película de Fellini, consigue la impresión de que cada poema necesita de los demás para completarse, al igual que cada imagen que plantea Guillaume necesita de las demás para adquirir un valor más amplio.

De todas formas esto tampoco importa mucho. Alcoholes es uno de mis libros preferidos, de los que leo y releo, por muchos motivos. Por sus aspectos plásticos y formales ("informales", más bien) y por otras razones emocionales que me resultaría complicado explicar. Sinceramente, porque las relaciones que plantea, siempre juguetonas, me sorprenden y me hacen llegar a un lugar nuevo en el que no había estado antes. Un lugar donde se ven las cosas de otra manera, como un primer plano de alguien deslumbrado por una luz brillante que intenta comprender quién le ilumina.


Guillaume es un poeta contradictorio que maneja las complicaciones como los taoístas, con el juego y el humor. Para él la poesía en una búsqueda constante de la belleza, símbolo de la perfección y lo absoluto, aunque siempre acabe expresando "el no poder alcanzarlo" como cauce a la expresión de la sensibilidad, del mundo de las emociones y el terreno del inconsciente individual y colectivo.

Quizás vivamos una época similar al momento en el que se escribió Alcoholes: una época de crisis que precedió a la primera guerra mundial. Guillaume nada como un delfín en los momentos de tensión. Incapaz de utilizar el método de análisis, procedía siempre por intuición y se dejaba guiar por su gran imaginación poética, por su capacidad de establecer relaciones entre ideas y cosas aparentemente dispares, siempre desde el simbolismo de la imagen y sus matices.



Muchos consideran intolerable su actitud entusiasta y evasiva ante el conflicto de su época y mucho menos el modo en le que disfrutó la guerra. Pero bueno, cuando todo está patas arriba quizás solo pueda uno sentarse y disfrutar del espectáculo, como en el final de Zorba el griego, cuando después de toda esa catástrofe solo pueden reírse por lo increíblemente mal que lo han hecho.



La gitana

La gitana profetizó que nuestras vidas
se hallaban trabadas por las noches.
Nos despedimos de ella y después
de ese pozo surgió la esperanza. 

El amor torpe como un oso domesticado
bailó cuando se lo ordenamos
y el ave azul perdió sus plumas
y los pordioseros sus avemarías.

Sabemos que nos condenamos
pero la esperanza de amar por el camino
nos hace pensar cogidos de la mano
en lo que predijo la gitana. 



Aunque mi poema es Zona, pero es muy largo..






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