sábado, 20 de diciembre de 2014

Escrito en la arena. Hermann Hesse



Como muchos narradores importantes del siglo XX, Herman Hesse se sentía poeta, lo demuestra el hecho de que nunca abandonase la escritura de versos y su último poema esté fechado la víspera misma de su muerte.

Quizás su percepción poética del mundo impulsara su narrativa al nivel que todos conocemos, y al mismo tiempo su narrativa ocultase su obra poética, que sin desmerecer no llega al nivel de sus novelas y narraciones. Y siendo esto cierto, he de decir que personalmente la narrativa de Herman Hesse (menos un cuento que trata sobre un niño que le rompe una mariposa de colección a otro y que no recuerdo el título, que era genial y que si alguien me recuerda se lo agradeceré) me parece fría, vacía y falsamente espiritual y esotérica.



Leyéndole siempre he sentido que Hermann Hesse miraba en su interior y se asustaba, algo que se corrobora con una historia que él mismo, sorprendido, cuenta: abandonó a su mujer y a sus hijos porque nació en su interior el deseo de matarlos...

No obstante, su poesía, sencilla y directa, sí que me gusta y en sus poemas se expresan todas las ideas que desarrollará en su narrativa, ofrecen de forma condensada tanto los temas como la aptitud ante la vida  inferidas de Demian, Bajo las ruedas, Siddharta o El lobo estepario. Lo decía el mismo Wittgestein, si algo puede expresarse debe ser expresado de manera más sencilla posible y si no, hay que callar. 


Anochecer en la aldea

Entra el pastor con sus ovejas
por callejuelas silenciosas,
Dormir desean las casuchas
y cabecean en la sombra.
Entre los muros donde estoy,
me siento solo y extranjero,
mi corazón apura el cáliz
de mi dolor con pesadumbre.
Donde el camino me llevó
siempre una lumbre daba abrigo,
Pero yo nunca conocí
qué es una patria y un hogar.


Sobre Hirsau

Mientras descanso bajo los abedules
recuerdo tiempos ya pasados,
cuando con mi dolor adolescente
un mismo bosque atravesaba.

En este lugar mismo, sobre el musgo,
tímido y ardoroso, yo soñaba
con una joven rubia y muy esbelta,
primera rosa para mi corona.

Pasado el tiempo envejeció mi sueño
y se alejó de mí. Más otro sobrevino.
¡Cuánto hace ya que me dijera adiós!

¿Con quién se fue? ¿Quién fue?
Aún hoy no lo sé, solamente que era
graciosa, esbelta y rubia de cabellos. 


El poeta

Para mí, el solitario, sólo para mí
brillan las innumerables estrellas de la noche,
la fuente de piedra susurra su mágica canción,
y sólo para mí, para mí, el solitario,
surcan las sombras coloreadas
igual que nubes que deambulasen como sueño sobre el paisaje.
No un hogar ni un sembrado,
ni bosque o profesión me fueron concedidos,
mío es tan sólo lo que no tiene dueño,
el arroyo que cae tras el velado bosque,
mío el fecundo mar,
mío el gorgojeo de los niños que juegan, el dolor y las lágrimas del enamorado solitario en el atardecer.
Míos también los templos de los dioses,
el venerable bosque del pasado.
Y no es menos mi patria en el futuro
la iluminada bóveda celeste:
Mi alma alza el vuelo a veces con nostalgia
para ver el futuro dichoso de los hombres,
para ver el amor, vencedor de la ley, amor de pueblo a pueblo.
Vuelvo a encontrarme a todos, cambiados con nobleza:
al rey, al campesino, al comerciante, al laborioso pueblo de los marineros,
al jardinero y al pastor, todos, agradecidos,
celebran la universal fiesta del futuro.
Sólo falta el poeta,
él, testigo solitario,
portador del anhelo del hombre y su pálida imagen,
pues que el futuro, el mundo consumado
no necesitan más. Sobre su tumba
muchas coronas se marchitan,
pero ni rastro ya de su recuerdo.

Montañas en la noche

El lago se ha extinguido,
oscuro duerme el cañaveral
murmurando en el sueño.
Sobre el campo extendidas
alargadas montañas amenazan.
No reposan.
Hondamente respiran, se mantienen
unidas unas contra otras.
Respirando hondamente,
llenas de oscuras fuerzas, irredentas
en su pasión devoradora.


Libros

Ninguno de los libros de este mundo
te aportará felicidad,
pero secretamente te devuelven
a ti mismo.

Allí todo lo que necesitas,
sol y luna y estrellas,
pues la luz que reclamas
habita en tu interior.

Ese saber que tú tanto buscaste
por bibliotecas, resplandece
desde todas las páginas,
puesto que es tuyo ahora. 


Excursión en el otoño tardío

La lluvia de otoño ha escarbado en el bosque grisáceo,
el valle tirita con el viento frío de la mañana
los duros frutos del castaño caen,
estallan y sonríen húmedos y pardos.

El otoño también ha escarbado en mi vida,
el viento arranca hojas desgarradas
y sacudiendo va rama tras rama, ¿dónde el fruto?

Florecí amor, fue sufrimiento el fruto
Florecí fe, y el odio fue su fruto.
Corre el viento por mis ramas estériles,
yo me río con él, aún resisto tormentas.

¿Cuál es el fruto para mí? ¿cuál mi meta?
Yo florecía y era mi meta florecer. Ahora marchito
y esa es la meta, no otra cosa,
breves las metas son que el alma se propone.

Dios vive en mí, Dios muere en mí, Dios sufre
en mi pecho, y es ésta meta suficiente.
Buen camino o errado, flor o fruto,
todo es lo mismo, nombres tan sólo.

El valle tirita con el viento frío de la mañana,
los duros frutos del castaño caen
y ríen fuerte y claro. Yo con ellos.


Lobo estepario. 

Yo voy, lobo estepario, trotando
por el mundo de nieve cubierto;
del abedul sale un cuervo volando,
y no cruzan ni liebres ni corzas el campo desierto.

Me enamora una corza ligera,
en el mundo no hay nada tan lindo y hermoso;
con mis dientes y zarpas de fiera
destrozara su cuerpo sabroso.

Y volviera mi afán a mi amada,
en sus muslos mordiendo la carne blanquísima
y saciando mi sed en su sangre por mi derramada,
para aullar luego solo en la noche tristísima.

Una liebre bastara también a mi anhelo;
dulce sabe su carne en la noche callada y oscura.
¡Ay! ¿Por qué me abandona en letal desconsuelo
de la vida la parte más noble y más pura?

Vetas grises adquiere mi rabo peludo;
voy perdiendo la vista, me atacan las fiebres;
hace tiempo que ya estoy sin hogar y viudo
y que troto y que sueno con corzas y liebres
que mi triste destino me ahuyenta y espanta.

Oigo al aire soplar en la noche de invierno,
hundo en nieve mi ardiente garganta,
y así voy llevando mi mísera alma al infierno.




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