sábado, 12 de octubre de 2013

Santuario. William Faulkner.



Desde el punto de vista formal no es solo perfecta, Santuario, es asombrosa. Pero también comprende uno que Faulkner nunca le hablase de esta novela a sus hijos ni a sus nietos. Sentía cierta aversión por el libro. Por la historia que se cuenta en él y que Faulkner imaginó. Como si hubiera sido un mal sueño o una pesadilla.

Se sabe que Faulkner no escribió esta novela por "la necesidad vital de escribirla". Justo después de publicar El ruido y la furia sin pensar en el éxito o el fracaso, como un artista comprometido con su obra, estaba pasando ciertos apuros económicos y aprovechó su reciente fama para escribir un libro a gusto del público con el único objetivo de ganar algún dinero

El genio libre y sin control puede crear obras enormes, totalizadoras y sublimes; pero también el genio encorsetado, controlado por otros o al servicio de una idea, es capaz de dar luz a creaciones perfectas en lo concreto, comunicativas y entendibles por todos. El primer caso podría ser El ruido y la furia, el segundo Santuario.


No obstante, no creo que tenga nada que ver con la sensación de haber prostituido sus principios artísticos la aversión que Faulkner sentía por Santuario. La historia que narra es tan terrible que seguramente se odiase por haberla escrito. Por el hecho de que el encuentro entre de Popeye y Temple Drake hubiera nacido en su interior. En su interior o en el subconsciente colectivo que Faulkner pudo descifrar intuitivamente.

Faulkner lo dijo: "quise inventar la historia más horrible que pude imaginar". El resultado fue demasiado desagradable para el escritor y para el editor que se negó a publicarlo sin censura. Pero también lo fue para la sociedad americana bien pensante que no podían aceptar que algo así estuviese tan cercas de sus hijas universitarias o que ellos mismo formaran parte de todo eso.


Creo que se le adjudica a Flaubert la frase que proclama a la literatura como más real que la realidad, o algo parecido. Aunque parezca la frase sonora y paradójica de un exaltado, no deja de ser cierta (al menos en algunos aspectos): la literatura forma parte de la realidad, por lo que es real, pero además profundiza en ella, por lo que es "más real". Es como la filosofía o la ciencia o la espiritualidad, una de las herramientas de que disponemos para encontrarnos a nosotros mismo en el entorno.

Bueno, y a qué venía esto. Venía a que el horror que encierra esta novela no puede ser real de ningún modo. Aunque es cierto que todos los días ocurren tragedias mucho más terribles, arbitrarias y dolorosas, nunca aparecen dispuestas de un modo tan poético -no exento de belleza- y tan bien encajado como en Santuario. Por eso "no puede" ser real.

Esta novela, escrita desde la lógica realista, incluso naturalista, encaja, en realidad, con el lenguaje de los sueños en el que imágenes inconexas se alían con la fuerza del simbolismo. Una novela que no debe entenderse como real o verosímil (aunque lo sea), sino como una pesadilla en la que el sexo, el deseo, la violencia impune del individuo y de las masas y las presiones sociales se presentan cargadas de connotaciones y sugerencias.






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