El heroico arquero Arjuna sintió un desfallecimiento al mirar al otro lado de la llanura de Jurukseta y ver al ejercito enemigo. En este combate iban a morir hermanos y parientes y a ese precio no compensa la victoria. Pero su auriga Krisna le conforta: "quien sabe al alma matadora y quien la sabe matada, estos no son sabios, no mata, no es matada".
Semejante sentencia nos da vértigo, nos obliga a aferrarnos a nuestros cuerpos pensando en si los sentidos son el vínculo con lo que nos rodea o son una cárcel que nos impide la verdadera comprensión de nuestro entorno. De primeras la rechazamos rotundamente. De segundas, pensamos en que lo material se corrompe, desaparece y vuelve aparecer y que la individualidad no tiene sentido sino es como pertenencia a un todo, a una cadena, y que por lo tanto, visto de arriba, desde lejos, nada es tan importante. Como la eterna atracción que nos provocan las olas del mar, esta idea nos calma, nos tranquiliza, en el fondo: no importa cada ola, es el mar y la marea lo que nos atrae.
La canción del señor o Bhagavad Gita es un episodio del canto VI del Mahabharata donde se relata la guerra entre los hermanos Pandavas y Kauravas, quizás uno de los textos hinduistas más populares en occidente.
Krisha, el Señor, revela a Arjuna que le esencia del Gita es la visión de todas las cosas en Brahma y la visión de Brahma en todas las cosas. Las principales enseñanzas de Bhagvad Gita se resumen en estas ideas:
Se deben realizar todos los deberes en el mundo, sin mirar a los frutos de la acción.
Así, Arjuna debe matar a su hermanos (o por lo menos intentarlo) porque él es un guerreo. Este determinismo nos asusta y lo rechazamos de pleno, claro. La individualidad y el libre albedrío son una de las cosas que más nos separan a los occidentales de oriente, aún a pesar de vivir eternamente influenciado por el idealismo platónico. Contradicciones nuestras.
Se debe diferenciar entre el interior de uno mismo -alma, atmá, lo individual- y el no-uno mismo -¿Cuerpo?, Brahma, lo que nos une a todo lo demás.
Quizás la enseñanza que más nos puede aportar a los occidentales en nuestra eterna búsqueda de la felicidad.
Toda existencia de cualquier ser, humano, animal, planta..., visible o invisible, no es más que una manifestación del Brahma -de ahí el respeto a todo ser vivo.
La idea que se esconde detrás de todo misticismo. Olvidando la religiosidad (Brahma no es un dios, es un concepto). La sensación de estar misteriosamente vinculado a todo lo que nos rodea y la búsqueda de ese lugar común, que los hinduistas llaman Brahma sin saber definirlo o los taoistas Tao -sin explicarlo tampoco- y los católicos, Dios, está detrás de una de las sensaciones de plenitud más intensas de las experiencia humana. Desde el místico hasta el artista o el pescador en su barca o el cultivador de parras. El concato sensible con el entorno. Lo dijo Baudelair inaugurando el simbolismo en su poema correspondencias:
La naturaleza es templo donde vivos pilares
dejan salir a veces sus confusas palabras;
por allí pasa el hombre entre bosques de símbolos
que lo observan atentos con familiar mirada
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