domingo, 7 de septiembre de 2014

El mito del eterno retorno. Mircea Eliade.



La espiritualidad oriental y las formas más arcaicas de pensamiento son un espejo invertido en el que occidente se refleja, pero un espejo al fin y al cabo. Y parece, cuando se analizan un poco los mitos y las creencias de las sociedades, que todas las creencias, los comportamientos, las ideologías y todo el sistema político, económico y emocional se supediten a la relación del ser humano con lo sagrado: es decir con el tiempo. 

O al menos es parte de la conclusión que podemos sacar al leer El mito del eterno retorno de Mircea Eliade, un análisis de la mitología de las sociedades tradicionales entendiendo el arquetipo y la repetición como un rechazo a la secuencia lineal del tiempo, es decir, una concepción metafísica del mundo y del entorno completa, que no puede ser entendida (algo que hace occidente) como una fase en un estadio anterior del desarrollo.

Al estudiar este tipo de sociedades deberíamos valorar más su rebelión contra el tiempo concreto, histórico, su nostalgia de un tiempo magno (sagrado): la voluntad de estas sociedades es la de rechazar el tiempo concreto, la concepción del materialismo histórico.

Si observamos el comportamiento general del ser humano arcáico nos llama la atención un hecho: los objetos del mundo exterior no tienen valor intrínsico ni autónomo (para el futuro y el presente), no valen por sí mismos. Un objeto y una acción adquieren el valor y llegan a ser reales cuando participan de una manera u otra en una realidad que los transciende. 

Por ejemplo, una piedra llega a ser sagrada porque su forma acusa participiaciòn en un símbolo determinado, constituye una hierofanía, conmemora un acto mítico. El objeto se nos muestra entonces (no a nosotros, sino a quienes conforman el arquetipo) como un receptáculo de una fuerza extraña que lo diferencia de su medio y le separa. Se le dota así de valor y sentido: que es, precisamente, lo que el ser humano necesita: valor y sentido.

Un espejo en el que occidente se enfrenta, dije, pero eso sí, no conviene olvidar que en el origen de occidente está oriente.

Valga para indicar por donde van los libros de este interensatísimo y sugerente ¿estudio? (más reflexión libre con forma académica) de Eliade, la separación en epígrafes:

1º Los elementos cuya realidad es función de la representación de la imitación de un arquetipo celeste.

2º Los elementos: ciudades, templos, casas, cuya realidad es tributaria del simbolismo del centro supraterrestre que los asimila así mismo y los transforma en centros del mundo,

3º Por últiimo, los rituales y los actos profanos significativos, que solo poseen el sentido que se les da porque repiten deliberadamente tales hechos planteados ab origine por dioses, héroes o antepasados.





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