domingo, 16 de marzo de 2014

Ron. Blaise Cendrars.

Jean Galmot en la Guayana.
Lo que está claro es que si un hombre manco se pone a escribir, no será para decir cosas irrelevantes. Parece como si Cendrars se le fueran a agotar la tinta y tuviera que medir muy bien sus palabras. Su estilo es perfecto. Esencial. Más que eso, su estilo es enérgico y es vitalista. Por eso no resulta pretenciosa la dedicatoria del libro:

Dedico esta vida aventurera de Jean Galmot a los jóvenes de hoy, cansados de la literatura, para mostrarles que una novela también puede ser un acto.

Y digo esto por una conversación reciente en la que me decían que el contenido era más importante que la forma. Olvidando quizás que la forma es parte del contenido. Y valga este libro como ejemplo. Un autentico puñetazo. Como si te da miedo nadar y te lanzan a la fuerza al agua. Y lo digo porque la historia del empresario, aventurero y político Jean Galmot puede narrarse de muchas formas, así que es solo el estilo, la vida de Cendrars que se trasmite en su manera de contar una historia.

Blaise Cendrars, su expresión lo dice todo. 

Se dice que es un estilo periodístico, fluido y ágil. Pero es mucho más que eso: es vitalista. Y por eso, sin esfuerzos (o al menos no lo parece), llega de lo prosaico a lo poético, de los concreto a lo universal, ¡y con un solo brazo! No en vano se dice de Cendrars que es el máximo exponente de la identidad entre el arte y la vida. Y yo al menos nunca había leído algo tan eléctrico como esto. Escribía con sangre, Cendrars.

Ron es una biografía, no un ensayo ni nada parecido, sobre Jean Galmot, un hombre idealista atrapado por su sentido de la libertad. Un quijote contradictorio, escritor, aventurero, empresario de éxito y diputado por la Guayana, acusado de especulación en el affaire del ron de 1919. Según explica un informe, al morir, en la autopsia, no le encontraron el corazón. "Imposible no quedar impresionado", dice Cendrars.

Pero repito, la historia de Galmot se ha contado muchas veces, pero no como Cendrars.

Por cierto, Galmot también era escritor y en sus textos deja entrever algunos intereses ocultos y misteriosos que no hacen más que enriquecer al personaje.

No voy a poner un fragmento de Cendrars, sino la última página conocida de La double existance, el libro que Jean Galmot concluyó mucho antes de morir y perder el corazón y cuyo manuscrito desapareció misteriosamente:



¿Recomenzar mi vida? No tendría sentido.

¿Elegí mi destino? Un día, me marché... Una fuerza me impulsaba. ¿Por qué escogí este camino en lugar de otro? Yo qué sé. Mis pasos no han dejado huellas sobre la elástica tierra. La vida se desplegaba a ambos lados del camino, como en la pantalla de un cine. La vida bulliciosa, cálida, semejante a un calvero en una jungla seca en el que los animales se agolpan y corren empujándose, torturados por la sed.

¿Cuántas vidas has vivido? ¿Sólo una? Entonces no sabes nada de la vida. Eres como un ciego ahíto, sentado a la orilla de un río. Tú si puedes recomenzar la vida y elegir el sitio en el que se encenegará tu alma.

 Pero yo he vivido bajo los cielos del mundo, bajo los deslumbrantes carmines de los trópicos, sobre la solitaria arena de los desiertos, he visto a los hombres pasar en caravana, luchar, gozar, degollarse unos a otros por dinero o por amor, es decir, revivir...

Mi viejo cuerpo cubierto de cicatrices ha conocido todos los esplendores, todas las carnicerías, todas las ignominias, bajo los vientos alisios y en las ciudades en las que se apretujan los hombres. Ya no tengo nada que aprender de la vida. ¿Para qué iba a recomenzar?

¿Recomenzar la vida? Mis ojos, deslumbrados por los caminos, no han conservado de ellos más que centelleantes imágenes de pesadilla. Cuarenta años luchando día tras día, hora tras hora, contra las fieras de la selva tropical y las fieras humanas. ¿Volver a soñar ese largo sueño? Jamás.

- ¿De quién hablas?

En cierto día apareció una mujer... Ya no es más que una imagen prendida a mi alma, una fosforescencia muy lejana en la oscuridad de mi interior.

Sus ojos, luz en la luz, son el único recuerdo. Por ella, querría recomenzar la vida. ¿Qué hombre no tomaría el camino ensangrentado que fue el mío, llorando de alegría, para reencontrarse con esa mujer?








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