miércoles, 1 de enero de 2014

El hombre unidimensional. Herbert Marcuse.



Durante los sesenta, en la universidad no hacía falta ser guapo o feo para ligar, se conocían parejas sexuales llevando este libro bajo el brazo y subrayándolo como hizo mi tío, a quién se lo robé. Pero eso fue después, cuando las revoluciones sociales de los años del pop y la psicodelia se convirtieron en bienes de consumo para jóvenes. Antes de que el marketing metiera la zarpa, vaya, este libro estuvo en la base de historias tan importantes como el movimiento afroamericano por los derechos civiles (recuerden que Ángela Davis fue alumna y seguidora de Marcuse).

Desde un punto de vista postmarxista, El hombre unidimiensional trata de indagar en las nuevas formas de control del capitalismo, evolucionado en sociedad de consumo. El obrero ya no es la única víctima frente a la burguesía, sino el ciudadano en general, obligado y convencido a vivir en un mundo privado de sí mismo y de su libertad, sin saberlo, que Marcuse define como un mundo unidimensional. 

El pensamiento de Marcuse, que convendría tener en cuenta hoy día, se basa en dos hipótesis aparentemente contradictorias. Por un lado, la creencia de que la sociedad industrial avanzada es capaz de reprimir  todo cambio cualitativo, asumiéndolo y convirtiéndolo en parte de su historia. Por otro lado, la creencia firme de que en esta sociedad existen fuerzas, aún dormidas, capaces de poner fin a la represión instintiva que se esconde detrás de la seudodemocracia capitalista. Una idea que cambia totalmente el tablero del juego revolucionario. 

Especial interés para mi tiene el tercer capítulo del libro, La conquista de la consciencia desgraciada: una desublimación represiva, en el que se habla sobre cómo las manifestaciones artísticas presentaban tradicionalmente una forma de superación del sistema, y de afrenta y cómo el sistema las asimila, hoy, convirtiéndolas en clásicas y privándolas de su verdadero fuego y al mismo tiempo que trata de convertir toda forma artística contemporánea en un mero entretenimiento o en algo decorativo. Muy a tener en cuenta, por cierto, aunque yo no sepa explicarlo bien. 

Si estuviéramos en los sesenta seguro ligaría algo, porque mi ejemplar está muy subrayado. Primero por mi tío, que en su humilde búsqueda de sabiduría se aproximó temeroso a Marcuse con un lápiz azul (de acuerdo) y uno rojo (no de acuerdo). Afortunadamente predomina el azul. 

Os dejo algunas de las cosas que mi tío subrayó en rojo: nada. Otra cosa a tener en cuenta. 








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