sábado, 28 de septiembre de 2013

Nadja. André Breton.





"Ante el misterio. Hombre de piedra, compréndeme".


Esconde Nadja la esencia de dos grandes novelas del siglo XX (y de casi todas las grandes novelas): Trópico de Cáncer y Rayuela. Como si formaran parte de una trilogía, las tres plantean a personajes perdidos sobre el plano de un París laberíntico y a tres mujeres, como una efigie, a las que nunca se les llega a ver el verdadero rostro. Nadja, Mona (June) y la Maga.

Las tres, símbolos del misterio y de lo inabarcable, que reflejan, al igual que las calles de París, el estado mental dislocado de los escritores. Y cuando digo "dislocado" quiero decir iluminado quizás, o como mínimo alerta, esperando una señal.


Los tres escritores confiesan haber terminado sus novelas de una tacada casi en estado de trance después de haber conocido a una mujer. También lo hizo Proust con su particular Albertina (en cierto sentido, otra vez la misma novela). Y resulta que estas cuatro mujeres: Nadja, Mona, Maga y Albertina, también tenían todos un referente en la vida real. Cuatro personas (Albertina era un hombre) que desataron la búsqueda existencial de estos cuatro escritores que cometieron los mismos errores:

1. El deseo de posesión de la persona amada, como William Bourrough en Queer. Dice bretón:

Nadja ha telefoneado mientras me encontraba ausente. A la persona que ha contestado la llamada, y que le preguntaba de mi parte como llegar hasta ella, le ha contestado: no se me alcanza".

 2.  Los tres escritores (los cuatro, y los cinco...) como buenos maniáticos y nerviosos solo pretendían comprender su objeto de deseo como se comprende un libro, y comprender no es aceptar. Quizás si hubieran aceptado -eso tan difícil- no habrían escrito estas novelas capitales, pero hubieran escrito otras... como El beso de la mujer araña de Puig o La sonrisa en el ojo de la mente de Durrell. En fin. Mucho más "equilibradas"...


Bueno, no lo hicieron y nos dejaron estas grandes documentos sobre la inadaptación que dejan entrever un nuevo orden de posibilidades. Como si el dolor, el desconcierto y el sufrimiento iluminaran un camino.

Tres mujeres, al final, igual de perdidas sobre el plano de París que los escritores que intentaron controlarlas. Mujeres despiertas a otro sistema diferente. Crueles también y poderosas, pero al mismo tiempo débiles, incapaces. Victimas. Como los poetas en el poema Albatros de Baudelaire.

Dice Bretón:

Para recuperar su atención le recito un poema de Baudelaire, pero las inflexiones de mi voz le producen un nuevo espanto, aumentado por el recuerdo que conserva del reciente beso: "un beso que contiene una amenaza". Se para de nuevo, se acoda en el petril de piedra desde donde su mirada y la mía se hunden en el río, centelleante de luces a estas horas: "Esa mano, esa mano en el Sena, ¿por qué esa mano que arde en el agua? Es cierto que el fuego y el agua son lo mismo. Pero ¿qué quiere decir esa mano? ¿cómo la interpretas tu? Pero déjame que vea esa mano. ¿Por qué quieres que nos vayamos? ¿de qué tienes miedo? Piensas que estoy muy enferma? ¿Verdad? Yo no estoy enferma. Pero qué significa para ti todo esto: el fuego en el agua, una mano de fuego en el agua (bromeando) Claro que no se trata de la fortuna: el fuego y el agua son los mismo; el fuego y el oro algo completamente distinto. Son tus pensamientos y los míos. Mira de dónde surgen todos, hasta dónde caen. Y luego, en cuanto se deshacen, la misma fuerza vuelve a rehacerlos y de nuevo ese ascenso, esa caída... y así interminablemente". 

Exclamo: "¡Pero Nadja, qué extraño! ¿De dónde sacas precisamente esa imagen, que está expresada casi de la misma forma en una obra que acabo de leer y que no puedes conocer (y debo explicarle que constituye el motivo de un grabado que encabeza el tercero de los Dialogos entre hylas y philonous , de Berkeley en la edición de 1750, que va acompañado de la leyenda: urget aquas vis sursum eadem flectit que deorsu -la misma fuerza lanza hacia el cielo las aguas y las hace volver a caer).









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