La poesía, una vez terminada, pertenece al lector y no al autor. Es el lector quien la utiliza, quién se recrea en ella y es el lector, al sentir que ese pensamiento (expresado en palabras a través de un ritmo) le lleva más lejos de sí mismo, quien convierte unos versos en algo importante o intrascendente.
El pintor y el escultor elaboran un producto a través de materiales y herramientas. Proyectan en él su visión del mundo, pero saben que al final su obra, como un objeto sagrado dotado de cierto poder mágico, vivirá en el público rebuscando en el inconsciente colectivo. El poeta es igual, aunque a menudo se olvide y quiera dejar su impronta, su esencia, en el poema, para que todo el mundo recuerde que es él, Juan Ramón Jiménez o el Neruda de turno, quienes han escrito el poema.
Podemos disfrutar de un cuadro, de un edificio, de la música, de una película, de una escultura sin necesidad de conocer al autor. En cambio, parece que los poetas se empeñen en dejar claro quién escribió el poema, colándose continuamente entre sus versos, como si lo importante no fuesen las imágenes creadas o las sugerencias, sino la persona que pensó estas, a menudo, ocurrencias ingeniosas.
Por eso no me gusta Juan Ramón Jiménez. O quizás debería decir por eso no lo entiendo, o no comulgo con él. No lo sé.
Esta recopilación de poemas de 1917 a 1923, pertenece a lo que él mismo llamó su etapa intelectual influenciado por la poesía anglosajona de poetas como Yeats, William Blake o Emily Dickinson, tras su primer viaje a América. Siguiendo la palabrería habitual, dice el poeta que a su miedo a la muerte se materializo en su obra como un esfuerzo por conseguir la eternidad a través de la belleza y la depuración poética. Así son las cosas.
Cierto si es que en esta etapa, huyendo de su pasado modernista, comienza el proceso de depuración estilística, suprimiendo la musicalidad (sin perderla, claro) y los efectos plásticos y ornamentales, para centrarse en las ideas concretas y a veces, simplemente, en la descripción de objetos al modo impresionista.
Aquí los poemas del libro que me gustan:
*
¡Miseria del instante!
Pensé destrozar todo
el divino trabajo de tantos días puros
-de tantas horas solas,
de tantos segundos infinitos-;
desbaratar en un momento, ¡ay!,
por inútil, por feo, por absurdo,
el camino de luz.
Y echarme al barro
miserable y continuo.
Y dí golpes a bellas joyas frágiles,
y maldije el amor y la hermandad,
y me gustó comer, hablar, dormir...
**
No se ve el agua.
-pero su presencia oscura
se baña
la desnudez eterna,
para la que el hombre es ciego.-
Y este no verla que yo siento, fijo
en la noche que ya va verdeando
-¿Noche interior, noche del mundo?-
es más que verla, es no saber
si se baña en el mundo o en mi alma
la desnudez eterna -la mujer
sola-,
para la que el hombre es ciego.
.....................
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Isolagnosis. Ediciones en Huida (2013)
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