lunes, 3 de junio de 2013

Antología del grupo poético del 1927.







Vendrán las iguanas vivas a morder a los hombres que no sueñan. 


La primera vez que me interesé por estos poetas fue leyendo una biografía de los Clash. En el prólogo, el autor explicaba como, después de un concierto, Fermín Mugurruza le regaló a Joe Strummer esta antología o una similar. Desde entonces este grupo tiene algo hipnótico para mí que hace que vuelva a ellos una y otra vez.

Quizás sea la mitología creada a su alrededor, que genera demasiadas expectativas y uno se acerca a ellos intentando encontrar algo que no tienen. En realidad, siempre que los leo a todos juntos siento cierta decepción. Pero en cambio, la imagen de este grupo poético sigue en mi memoria lleno de connotaciones y sugerencias. Y eso es lo mejor que un poema puede darte: nada y todo al mismo tiempo.

Es precisamente porque al leerlos a todos juntos pierden algo de su individualismo y el lector no sabe a qué atenerse. Salvo excepciones como Cernuda o Lorca no eran poetas completos, a veces, incluso imperfectos y menores, ¿por qué entonces tienen tanta fuerza agrupados en una antología?

Con un pié en la tradición y otro en las vanguardias, la importancia de la generación del 27 no está en lo que dicen ni en sus poemas, sino más bien, en las direcciones en las miraban y los caminos que señalaron. Y eso los hace más importantes que su obra misma.

Aunque una de las características comunes de este extraño grupo poético es que no tenían características comunes (solamente cierta similitud en la aproximación a la creación poética), lo cierto es que forman un grupo compacto en el que todos encajan y se retroalimentan para dejar constancia de uno de los momentos más creativos de la cultura española.

Dentro de lo que se considera el grupo principal, los poetas seleccionados por Gerardo Diego (a quién habría que preguntarle por qué no incluyó a ninguna mujer), algunos salen claramente ganando en las comparaciones y otros se benefician del talento de los demás. Helos aquí:


Julio Salinas.





Su tema es el amor, el contacto físico y los sentidos. Su técnica, algo que a veces recuerda al impresionismo del primer Rilke o a la introspección de Proust. 

Es un poeta que nunca me ha terminado de gustar y que he releído muchas veces en una colección seleccionada por otro Julio, Cortázar, que tiene la gran habilidad de meterse en todos los textos que toca: así que nunca he leído a Salinas, sino los poemas de Salinas favoritos de Cortázar, que algo me dice que es mejor que leer a Salinas.



El alma tenías
tan clara y abierta,
que yo nunca pude
entrarme en tu alma.
Busqué los atajos
angostos, los pasos
altos y difíciles...
A tu alma se iba
por caminos anchos.
Preparé alta escala
—soñaba altos muros
guardándote el alma—
pero el alma tuya
estaba sin guarda
de tapial ni cerca.
Te busqué la puerta
estrecha del alma,
pero no tenía,
de franca que era,
entradas tu alma.
¿En dónde empezaba?
¿Acababa, en dónde?
Me quedé por siempre
sentado en las vagas
lindes de tu alma.



Jorge Guillen.


                         


Un poeta que tuvo una visión y se lanzó a por ella. La verdad es que tampoco me piace molto este poeta, pero hay que reconocer que propuso algo totalmente diferente a lo que se había escrito nunca en España. 

Eso sí, se equivocó al llamarlo poesía pura, como si lo demás fuera menos poesía cuando a veces, lo contrario, está más cerca de ser poesía pura que muchos de los versos de Guillén.



Desnudo

Blancos, rosas... Azules casi en veta,
retraídos, mentales.
Puntos de luz latente dan señales
de una sombra secreta.
Pero el color, infiel a la penumbra,
se consolida en masa.
Yacente en el verano de la casa,
una forma se alumbra.
Claridad aguzada entre perfiles,
de tan puros tranquilos
que cortan y aniquilan con sus filos
las confusiones viles.
Desnuda está la carne. Su evidencia
se resuelve en reposo.
Monotonía justa: prodigioso
colmo de la presencia.
¡Plenitud inmediata, sin ambiente,
del cuerpo femenino!
Ningún primor: ni voz ni flor. ¿Destino?
¡Oh absoluto presente!




Gerardo Diego




Aunque le tengo cariño a este escritor, nunca entenderé como pasó de ser el poeta divertido y arriesgado de sus primeros libros, al aburrido tradicionalista imitador de Machado de la post-guerra...

Lo dicho, nunca lo entenderé.



Nocturno

Están todas

También las que se encienden en las noches de moda

Nace del cielo tanto humo
que ha oxidado mis ojos

Son sensibles al tacto las estrellas
No sé escribir a máquina sin ellas

Ellas lo saben todo
Graduar el mar febril
y refrescar mi sangre con su nieve infantil

La noche ha abierto el piano
y yo las digo adiós con la mano.



Federico García Lorca.




La joya de la corona de la generación del 27. El amigo de todos que en cada verso anunciaba la tragedia de su muerte. Dalí lo contó: a menudo cuando estaba con gente que no conocía, Lorca representaba su muerte como si le hubiera dado un ataque al corazón, tomando un café, paseando por el parque, bajando unas escaleras...

La muerte de Lorca causó tanta conmoción precisamente porque nadie se lo esperaba. Lorca era quien no debía morir. Una victima, como tantos otros, asesinado en un fuego cruzado. 

La obra de Lorca, tan cerca de la emoción, representa la creatividad espontánea y la intuición de Andalucía, donde no hace falta explicarlo todo y es más importante la sensación que la reflexión.

Todos los poetas contemporáneos le deben a Lorca que todavía haya gente que se interese por ellos.

En otro post puse mi poema preferido: Paisaje con dos tumbas y un perro asisirio, hoy propongo otro de mis poemas favoritos de Lorca: 


Ciudad sin sueño.

No duerme nadie por el cielo. Nadie, nadie. 
No duerme nadie. 
Las criaturas de la luna huelen y rondan sus cabañas. 
Vendrán las iguanas vivas a morder a los hombres que no sueñan 
y el que huye con el corazón roto encontrará por las esquinas 
al increíble cocodrilo quieto bajo la tierna protesta de los astros. 

No duerme nadie por el mundo. Nadie, nadie. 
No duerme nadie. 
Hay un muerto en el cementerio más lejano 
que se queja tres años 
porque tiene un paisaje seco en la rodilla; 
y el niño que enterraron esta mañana lloraba tanto 
que hubo necesidad de llamar a los perros para que callase. 

No es sueño la vida. ¡Alerta! ¡Alerta! ¡Alerta! 
Nos caemos por las escaleras para comer la tierra húmeda 
o subimos al filo de la nieve con el coro de las dalias muertas. 
Pero no hay olvido, ni sueño: 
carne viva. Los besos atan las bocas 
en una maraña de venas recientes 
y al que le duele su dolor le dolerá sin descanso 
y al que teme la muerte la llevará sobre sus hombros. 

Un día 
los caballos vivirán en las tabernas 
y las hormigas furiosas 
atacarán los cielos amarillos que se refugian en los ojos de las vacas. 

Otro día 
veremos la resurrección de las mariposas disecadas 
y aún andando por un paisaje de esponjas grises y barcos mudos 
veremos brillar nuestro anillo y manar rosas de nuestra lengua. 
¡Alerta! ¡Alerta! ¡Alerta! 
A los que guardan todavía huellas de zarpa y aguacero, 
a aquel muchacho que llora porque no sabe la invención del puente 
o a aquel muerto que ya no tiene más que la cabeza y un zapato, 
hay que llevarlos al muro donde iguanas y sierpes esperan, 
donde espera la dentadura del oso, 
donde espera la mano momificada del niño 
y la piel del camello se eriza con un violento escalofrío azul. 

No duerme nadie por el cielo. Nadie, nadie. 
No duerme nadie. 
Pero si alguien cierra los ojos, 
¡azotadlo, hijos míos, azotadlo! 

Haya un panorama de ojos abiertos 
y amargas llagas encendidas. 

No duerme nadie por el mundo. Nadie, nadie. 
Ya lo he dicho. 
No duerme nadie. 
Pero si alguien tiene por la noche exceso de musgo en las sienes, 
abrid los escotillones para que vea bajo la luna 
las copas falsas, el veneno y la calavera de los teatros.


Rafael Alberti.



Neopopularista y surrealista, Alberti es un poeta sobrevalorado en todos los sentidos, bueno, no lo sé. 

Es un poeta que no era un poeta, igual que era un político que no era político. Más bien una impostura de algo, una fachada. Tenía la habilidad y la técnica necesarias para escribir poesía, pero no el espíritu ni la predisposición.

No obstante, por momentos parece un verdadero poeta cuando se acerca a la lírica popular, aunque no he leído nada más falso y forzado que su vena surrealista.



Yo te arrojé de mi cuerpo,
yo, con un carbón ardiendo.

-Vete.

Madrugada.
La luz, muerta en las esquinas
y en las casas.
Los hombres y las mujeres
ya no estaban.

-Vete.

Quedó mi cuerpo vacío,
negro saco, a la ventana.

Se fue.

Se fue, doblando las calles.
Mi cuerpo anduvo, sin nadie.


Juan José Domenchina.



Un poeta de oficio, sin pretensiones, que no intentó más que escribir lo mejor que pudo. Así que es un poeta sincero para quien la poesía no era más que algo importante en su vida. Por ese motivo, aunque nunca rozó el inconsciente colectivo, sus versos siempre fueron... ¿reales, es la palabra?

Su obra a veces barroca y popular y otras veces, seca y reflexiva, está llena de ironía que la empuja un poco lejos de sí mismo, como Quevedo. Lo barroco y el rebuscamiento verbal llega al colmo en su obra Dédalo, libro con el que ese incorpora externamente a la corriente vanguardia.

Por cierto, no olvidar sus aforismos, quizás los más interesantes de la literatura española y su aproximación a los haikus y a la estética oriental.  

Un poeta mucho más sincero y honesto que la mayoría, y eso ya es mucho. 



Distancias.
En la vida hay distancias.

El hombre emite su aliento,
el limpio cristal se empaña.

El hombre acerca sus labios
al espejo...
pero se le hiela el alma.

(...Pero se le hiela el alma.)

Distancias.


En la vida hay distancias.








Dámaso tuvo a bien meter un poco de dramatismo en la poesía de los años 30. Quizás demasiado. Su contribución principal al grupo fue la revalorización de Góngora (punto de partida del movimiento) y del cancionero tradicional.

Su obra y su excesivo desarraigo existencial tuvo una fuerte influencia en las generaciones de poetas españoles inmediatamente posteriores, que quizás exageraban un poquito su dramatismo, aunque motivos no les faltaban, claro. La reflexión filosófica de Dámaso pierde puntos en su conversación con Dios, como si Dios tuviera la culpa de algo, aunque gana en su gesto violento y alocado. 

Dámaso quiso sumergirse en el dolor y el sufrimiento del mundo, y lo intentó desde España... eso no lo hace cualquiera. 

Es un claro ejemplo de lo que decía antes sobre el grupo del 27, importa más dónde señalan que lo que dicen.


Insomnio
Madrid es una ciudad de más de un millón de cadáveres (según las últimas estadísticas).
A veces en la noche yo me revuelvo y me incorporo en este nicho en el que hace 45 años que me pudro,
y paso largas horas oyendo gemir al huracán, o ladrar los perros, o fluir blandamente la luz de la luna.
Y paso largas horas gimiendo como el huracán, ladrando como un perro enfurecido, fluyendo como la leche de la ubre caliente de una gran vaca amarilla.
Y paso largas horas preguntándole a Dios, preguntándole por qué se pudre lentamente mi alma,
por qué se pudren más de un millón de cadáveres en esta ciudad de Madrid,
por qué mil millones de cadáveres se pudren lentamente en el mundo.
Dime, ¿qué huerto quieres abonar con nuestra podredumbre?
¿Temes que se te sequen los grandes rosales del día, las tristes azucenas letales de tus noches?


Vicente Alexaindre.




El autor de uno de los textos surrealistas más emocionante y conmovedor de la literatura española (me refiero a La destrucción y el amor), es otro de los ejemplos de la visión cosmogónica de esta generación. 

Dijo de él Cernuda: "el superrealismo francés obtiene con Aleixandre en España lo que no obtuvo en su tierra de origen: un gran poeta".

Aleixandre, como Huidobro o Cernuda, entendieron que el surrealismo ofrecía un nuevo mundo que era más viejo que nosotros mismos y que siempre había estado allí (la mayor revolución en el arte desde que los seres humanos empezaron a expresarse) pero comprendió que era solo una herramienta para liberarse de todo tipo de condicionamientos y poder llegar más lejos como poeta consciente.

De algún modo, igual que el surrealismo llevó más lejos la poesía, Aleixandre llevó un poco más lejos al surrealismo.




Hermoso es, hermosamente humilde y confiante, vivificador y profundo,
sentirse bajo el sol, entre los demás, impelido,
llevado, conducido, mezclado, rumorosamente arrastrado.


No es bueno
quedarse en la orilla
como el malecón o como el molusco que quiere calcáreamente imitar a la roca.
Sino que es puro y sereno arrasarse en la dicha
de fluir y perderse,
encontrándose en el movimiento con que el gran corazón de los hombres palpita
extendido.


Como ese que vive ahí, ignoro en qué piso,
y le he visto bajar por unas escaleras
y adentrarse valientemente entre la multitud y perderse.
La gran masa pasaba. Pero era reconocible el diminuto corazón afluido.
Allí, ¿quién lo reconocería? Allí con esperanza, con resolución o con fe, con
temeroso denuedo,
con silenciosa humildad, allí él también transcurría.


Era una gran plaza abierta, y había olor de existencia.
Un olor a gran sol descubierto, a viento rizándolo,
un gran viento que sobre las cabezas pasaba su mano,
su gran mano que rozaba las frentes unidas y las reconfortaba.


Y era el serpear que se movía
como un único ser, no sé si desvalido, no sé si poderoso,
pero existente y perceptible, pero cubridor de la tierra.


Allí cada uno puede mirarse y puede alegrarse y puede reconocerse.
Cuando, en la tarde caldeada, solo en tu gabinete,
con los ojos extraños y la interrogación en la boca,
quisieras algo preguntar a tu imagen,


no te busques en el espejo,
en un extinto diálogo en que no te oyes.
Baja, baja despacio y búscate entre los otros.
Allí están todos, y tú entre ellos.
Oh, desnúdate y fúndete, y reconócete.




Entra despacio, como el bañista que, temeroso, con mucho amor y recelo al agua,
introduce primero sus pies en la espuma,
y siente el agua subirle, y ya se atreve, y casi ya se decide.
Y ahora con el agua en la cintura todavía no se confía.
Pero él extiende sus brazos, abre al fin sus dos brazos y se entrega completo.
Y allí fuerte se reconoce, y se crece y se lanza,
y avanza y levanta espumas, y salta y confía,
y hiende y late en las aguas vivas, y canta, y es joven.


Así, entra con pies desnudos. Entra en el hervor, en la plaza.
Entra en el torrente que te reclama y allí sé tú mismo.
¡Oh pequeño corazón diminuto, corazón que quiere latir
para ser él también el unánime corazón que le alcanza!



Luis Cernuda.




Junto con Antonio Machado, los dos únicos poetas verdaderos que ha visto España en los últimos tiempos. De verdad, podemos estar orgullosos de haber nacido en el mismo país que estas dos personas. 

Lo de Cernuda nunca se valorará lo suficiente. Un poeta a tiempo completo. Y no lo digo en broma, los demás eran profesores, periodistas, políticos, burócratas, eran seres humanos vivos que tenían una vida, aspiraciones, preocupaciones, vanalidades... Cernuda, en cambio, solo era poeta, lo demás, el alimento para su poesía y nunca lo suficientemente intenso, nunca lo suficientemente vivo.

Su obra, triste, difícil y reflexiva es la vida completa de un ser humano incapaz de coger una flor con las manos, precisamente porque sus ansias le paralizan, y vivir así no debe de ser fácil. Completamente inadaptado, con la mirada de un animal salvaje, viendo la vida como algo que se escapa, constantemente, como algo que no le está destinado.





Peregrino

¿Volver? Vuelva el que tenga,
tras largos años, tras un largo viaje,
cansancio del camino y la codicia
de su tierra, su casa, sus amigos,
del amor que al regreso fiel le espere.

          Mas ¿tú? ¿volver? Regresar no piensas,
sino seguir libre adelante,
disponible por siempre, mozo o viejo,
sin hijo que te busque, como a Ulises,
sin Ítaca que aguarde y sin Penélope.

          Sigue, sigue adelante y no regreses,
fiel hasta el fin del camino y tu vida,
no eches de menos un destino más fácil,
tus pies sobre la tierra antes no hollada,
tus ojos frente a lo antes nunca visto.



Y sí, se que quedan Emilio Padros y Altolaguirre... pero no los conozco demasiado....dentro de un tiempo completaré esta entrada si se tercia. 




No hay comentarios:

Publicar un comentario