Una vez escuché que la cultura estaba en los quioscos. Quien lo dijo se refería a una sana moda de hace unos años de regalar libros con los períodos. Normalmente colecciones de clásicos fundamentales, clásicos olvidados y clásicos que nunca han sido clásicos. El caso es que gracias esos "regalos", cuando empecé a interesarme por la literatura, pude leer en ediciones horribles -me avergüenzan mostrarlas en público- un gran número de novelas, de libros de poemas, etc. a los que nunca hubiera llegado por mi mismo.
Uno de ellos fue este libro de Neruda, que leí y releí obligándome a que me gustase hasta que un buen día me dí cuenta de que no, de que estos dos poemarios no tenían nada que me atrajera. Tampoco Neruda.
Partiendo de su aportación a la poesía en castellano -la introducción del surrealismo exuberante en el lenguaje, la libertad métrica y estilista- el contenido de su obra no deja de parecerme demasiado... cómo podría decirlo... parecido a fuegos artificiales. Plasticidad, imágenes impactantes y frases sonoras que esconden el verdadero significado de los poemas. La cosmovisión real del autor que queda sepultada entre el tigre, el condor y el deseo.
Si T. S. Elliot hablaba de la ironía en la creación poética como un medio para alejar al poeta (la persona física con su circunstancia) del poema, "utilizando la experiencia propia para crear una obra nueva". Neruda pretende que sean su circunstancia y sus emociones la obra misma. El modo Elliot tiene como consecuencia una obra universal, casi anónima, que paradójicamente acerca al autor al público. Mientras que el modo Neruda esconde al verdadero Neruda, nos muestra su "personaje poético" y espera que le aceptemos.
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