lunes, 21 de julio de 2025

Dionisíacas. Nono de Panópolis


"Anteayer leíamos versos de Nono. 

qué imágenes, qué ritmo, qué lengua, qué armonia.

Admirábamos entusiasmados al de Panópolis". 

Konstantíno Kaváfis


"El soberano Baco lloró para liberar a la humanidad del llanto"

Nono de Panópolis


(Información extraída de los prólogos de la edición de Editorial Gredos escritos por David Herrera de la Fuente, Sergio Daniel Manterola y Leandro Manuel Pinkler)


Las Dionisíacas de Nono de Panópolis se catalogan como uno de esos textos olvidados de gran trascendencia en su periodo de vigencia cultural. Textos que no han transcendido a la categoría de clásicos (y por lo tanto, textos que no se leen). No obstante, algunas de estas obras 'intrascendentes' resultaron claves en su tiempo y permiten comprender la cultura de esos años confusos entre la antigüedad pagana de Roma, Grecia y Egipto y la Edad Media cristiana. Pero textos, también, que ayudaron a configurar el estado cultural de la historia que conocemos. 

En concreto, Dionisíacas de Panópolis cierra el ciclo de la mitología grecolatina y abre el de la mitología cristiana. En el texto de Nono se encuentra la llave de la configuración del Cristo como personaje mitológico. 

Fue Simone Weil quien escribió sobre llegar a Cristo a través de los griegos y, en este sentido, Dionisiacas representa perfectamente ese momento de la historia en el que se produce un cambio cultural: el estado anterior no se adapta a las necesidades de una sociedad que ha cambiado; del pasado (de los ritos, de las historias, de la filosofía y de los relatos) surge una nueva cosmovisión que se manifiesta en multitud de configuraciones que se perfilan, se liman, se asimilan y toman una forma concreta, la forma dominante: la transformación de Dionisio a Cristo, la asimilación de Osiris a Cristo, la influencia de Hermes y Zoroastro en Cristo. Si miramos a esos siglos con la mirada del presente nos equivocaremos, también, si la consideramos una época visara entre dos eras... siete siglos son demasiados. 


La configuración del mito cristiano y sus fuentes serían materiales para una investigación muy productiva. En ese caso, las Dionisíacas de Panópolis resultarían un texto ineludible, ya que nos presenta una vida y muerte de Dionisio paralela a la del Cristo. Sin más, el poema se exalta la misión providencial de Dionisio: la necesidad de un dios que nos salve a la humanidad de la tristeza y del pecado. Una misión que ya corría por todo el mediterránea asimilada al vino (aunque con otros nombres y formas diferentes)

Durante estos largos siglos "de transición", los sincretismos religiosos extravagantes (lo vemos en el Satiricón de Petronio) suponen un ejercicio necesario para la gestación de nuevos símbolos: el germen de una nueva creatividad. Es difícil precisar la primacía de la influencia (Dionisio sobre Cristo o Cristo sobre Dionisio), pero la obra de Nono encierra un mensaje muy representativo de la mentalidad del paganismo tardío, de esos años entre el siglo II y el siglo X tan desconocidos y tan inventados. Dionisio (denominado Kosmokrátor "regente del mundo") encarna el nuevo orden del universo. Las Dionisíacas nos trasmite misión del dios del vino como configuración de un remedio de penas para los mortales. Dice, literalmente Panópolis: "el soberano Baco lloró para liberar a los hombres del llanto". Dionisio, el instaurador de una era de júbilo para la humanidad. La expedición contra los Indios simboliza la instauración de un nuevo orden, más dichoso para la humanidad. Los gigantes (así como el monstruo Tifón) representan fuerzas arcaicas irredimibles que se oponen a la liberación en un nuevo orden que queda representado por los Olímpicos en la mitología y por Dionisio en las Dionisíacas

Vamos a explicarlo; 

1) Dionisio dissótokos, el "dos veces nacido"

En la primera parte de la obra se nos cuenta la historia del primer Dionisio, llamado Zagreo, hijo de Zeus y de Perséfone. Este primer Dionisio sufre una pasión similar a la de Cristo, se identifica con el vino (como Cristo) y su cuerpo descuartizado sirve de alimento como modo de superar nuestra parte titánica (ya hemos dicho lo que significa) y recordar nuestra parte divina. 

Eón, que representa el ciclo temporal, las eras de la humanidad y de la tierra (hoy día un 'eón' es una medida del tiempo geológico) reclama el nacimiento del segundo Dionisio, hijo de Sémele. Por lo tanto, la nueva era tendrá el sello dionisíaco (representante de la misma filosofía de Cristo). Este segundo Dionisio comienza una campaña militar en la India. Su misión tiene un propósito civilizador: se propone llevar el vino, la nueva justicia y la religión por todo el oriente. 

2) Nono de Panópolis es autor de una Paráfrasis del evangelio de San Juan. Las verdaderas creencias del autor permanecen como un misterio. Nono fue un griego egipcio de la ciudad conocida como Panópolis (hoy Akhmim).  Durante el siglo V después de Cristo, la aristocracia impregnada de helenismo reaccionó contra la propaganda cristiana. La versión más extendida es que al final de su vida se convirtió al cristianismo, pero quizás podríamos plantear que el cristianismo para Panópolis y para tantos de su época solo fuese un nombre diferente para una misma creencia: un Dios salvador que instaura un nuevo orden cultural y social.

Barroquismo como expresión dionisíaca

Este poeta tardío, casi desconocido para las personas aficionadas a la literatura, impresionó vivamente a poetas como Goethe o Kavafis, aunque, no obstante, desde la crítica o el academicismo se le ha considerado un autor de estilo "impuro" o, como mínimo, un modelo literario poco recomendable.

Lo cierto es que el estilo literario de Dionisiacas surge del mismo regusto del que surgen obras como las Soledades de Góngora, Paradiso de Lezama Lima o Primero sueño de Sor Juana. Y solo en relación con estas obras se comprende la configuración barroco-dionisíaca del texto de Nono: la sensualidad barroca de sus descripciones, la presentación de elementos astrológicos y mistéricos como metáforas o la mezcla de géneros que recuerda al Quijote. Porque en Dionisíacas nos enfrentamos a una epopeya homérica, a un relato de amoríos bizantinos y pastoriles y a un texto profundamente místico y espiritual. 

El texto crece a través de la poética de la variación de corte bizantina, lo que en la retórica griega se conoce como la pikilía,  principio inspirador y configurador del universo de Nono. En el caso de Dionisíacas (como en toda obra barroca que se precie) la pikilía aparece exagerada, desbordada por una creación descontrolada como un tumor: un barroquismo aparentemente muy alejado del espíritu heleno que busca la perfección y la mesura. 

El estilo forma parte del mensaje: al comienzo de la obra, Nono se encomienda a Proteo para que le ayude con la creación del poema. Esta invocación supone una declaración de intenciones: Proteo es un dios cambiante y por ese mismo motivo el cambio de estilo debe estar presente en la obra. Además, el carácter exaltado del mito dionisíaco propicia un estilo arrebatado en sus descripciones, exagerado, exultante, sensual y sensitivo que solo se puede disfrutar si se comprenden las Dionisíacas (y cualquier acercamiento al arte barroco) como una experiencia no para la mente sino para la intuición y los sentidos.  


Un resumen de la epopeya de Dionisio 

Las dionisiacas narran la historia mítica del dios Dionisio, desde su nacimiento hasta su apoteosis. Además, Nono agrega una epopeya simbólica: la expedición del dios a la India. El poema comprende cuarenta y ocho cantos, exactamente los mismos que la suma de la Ilíada y la Odisea. 

El texto comienza con una historia previa como antecedente: Cadmo busca a su hermana Europa, raptada por Zeus (¿leyó Góngora el texto de Nono de Panópolis?). En esta primera parte también se narra la rebelión de Tifón contra el orden Olímpico, la metamorfosis de Cadmo en pastor para engañarle y la victoria de Zeus que restablece el orden cósmico. Tras sus bodas con Harmonía, funda la ciudad de Tebas (ciudad de Edipo y de Yocasta). 

El relato se interrumpe con la mención de Sémele y la pasión del primer Dionisio, que Nono denomina Zagreo, probablemente la parte más interesante para los lectores contemporáneo: el descuartizamiento por los Titanes:

Zeus se acerca a Perséfone bajo la forma de un dragón y la posee. De esta unión nace Zagreo, "un vástago cornudo", que de inmediato se sube al trono de Zeus y maneja con familiaridad sus armas. A continuación, los Titanes descuartizan al niño con un cuchillo sacrificial instigados por los celos de Hera. Su muerte desencadena un diluvio. Toda la tierra queda bajo las aguas en total desorden. 

Se restablece el orden cósmico: la nueva generación de hombres originada por Deucalión, personaje mitológico asociado con el diluvio, vive entre pesares. Entonces, Eón es el encargado de dirigir sus súplicas a Zeus para implorar por la salvación. El primero entre los dioses promete enviar a la tierra un alivio de sus penas. Después de esta escena, crucial para el significado de toda la obra, queda anunciado el futuro nacimiento de Dionisio, dios del vino, y se relata la unión de Zeus con Sémele, la hija de Cadmo. 

El relato retoma entonces la vida de Dionisio hasta el surgimiento del vino. Se cuenta la historia de Ámpelo (cuyo nombre significa "vid"), mancebo amado por Dionisio. Pero Ámpelo muere asesinado por un toro. Dionisio, llora y al leer los presagios de las Tablas se nos informa que Ámpelo será transformado en  vid, símbolo de júbilo para los hombres y gloria dionisiaca, como un don para la humanidad. "El soberano Baco lloró para liberar a la humanidad del llanto", dice literalmente el texto de Nono. 

Posteriormente se nos cuenta la guerra contra los indios, una misión encomendada a Dionisios por Zeus. Una acción justiciera con el objetivo de preparar al mundo para un nuevo orden. El sentido de la guerra simbólica contra los Indios es el de la exterminación de cierto tipo de hombres pertenecientes a un estadio anterior del orden del mundo. Dionisio vence a los indios al volcar el vino en las aguas del río. 


Retorno triunfal de Dionisio y apoteosis final

A su regreso hacia Frigia, el dios visita en compañía de Sátiros y Bacantes por segunda vez Arabia, donde enseña al pueblo sus Misterios. Se narra la visita del dios a Béroe, en Siria (en uno de los momentos más importantes para la significación general de la obra), en donde Nono dedica a Béroe dos encomios con la intención de realzar la función de esta ciudad en la constitución del derecho. 

Se pasa a la narración del encuentro de Dionisio con Ariadna en Naxos. Al contemplar la imagen de la joven dormida en la arena Dionisio es tocado por Eros. Ella se despierta y se lamenta ante el dios de que Teseo la haya abandonado. Dionisio, inflamado por el deseo, le declara su amor y le promete una estrellada corona celestial. Ariadna, reconfortada, se entrega al dios en unión amorosa. Después, Dionisio se dirige a las proximidades de Argos, donde no son bien recibidos sus cultos. Como consecuencia, el dios induce a las mujeres del lugar a la locura. De este modo, asocia Nono la historia de Ariadna con la de Perseo. En efecto, el héroe, aguijoneado por Hera, se enfrenta a Diosinio y con medio de sus armas mágicas convierte en piedra a Ariadna, y hubiese hallado su muerte a manos de Dionisio de mediar Hermes reconciliándose . Termina así el paso del dios por la Hélade. 

Finalmente, tiene un encuentro con la cazadora Aura del séquito de la diosa Ártemis. Se vuelve a tratar el tema de la virgen que huye de la unión sexual (parthémos phygodémnios). Dionisio, ardiente de deseo, debe recurrir a Afrodita para poseer a la huidiza joven, y la posee sumida en un profundo sueño. De esta unión nace Iaco, el tercer Diosnisio, mistérico y eleusino. Pero la joven desesperada se arroja al río Sangario y Zeus la convierte en una fuente. El niño Iaco es acogido por la diosa Palas y honrado como un dios. Finalmente, la ascensión de Dionisio al cielo. 

A Nono se le considera como el último poeta pagano, en una romántica visión de los últimos días del paganismo, como la última reacción paganizante que comenzaría en el siglo IV con figuras como la del emperador Juliano. La ciudad de Panópolis se caracterizó principalmente por una gran mezcla de razas y credos y fue sede de unos cuatrocientos templos. Se caracterizó por un ambiente étnico y culturalmente muy variado que, sin duda afectó a nuestro autor. 

Nos encontramos ante una obra de la fines de la Antigüedad, una época que no es como nos imaginamos, una época que evoluciona a lo que somos hoy como humanidad pero que no puede comprenderse con el pensamiento contemporáneo. 

 

Más información interesante: 

Amigos de la egiptología: Nono de Panópolis. Sociedad, religión y literatura en el Egipto tardoantiguo. 

Revista de libros: El ultimo gran poema griego. 







martes, 1 de julio de 2025

Pasaje a la India. E. M. Forster


Compré este libro con catorce o quince años en 1997. Lo compré sin saber qué leería, solo por el título, porque aparecía el nombre de India en la portada y en aquel momento sentía interés en esa idea pseudomística y evasiva que nos sugiere, es decir, la promesa de una filosofía que te explique y te haga sentir mejor cuando la forma de vida de la sociedad en la que vives no te funciona. 

Buscaba una introducción a la trascendencia (y el título me pareció adecuado), pero encontré un relato que encarna un problema geopolítico y humano: el colonialismo y sus consecuencias en quienes lo sufren y en las personas que lo practican (conscientes o inconscientemente). Casi treinta años más tarde encontré el ejemplar en la casa de mis padres. Literalmente se cayó de una estantería mientras hacía limpieza y seleccionaba libros para llevarme. 

Se trata de una novela clásica en el sentido formal de la palabra, pero perfectamente construida. E. M. Forster utiliza sus experiencias personales para describir en Pasaje a la India el nacimiento de una nación: la India; y en concreto del desarrollo del movimiento de independencia indio que nace de su propia historia y del rechazo a la prepotencia y las humillaciones del Raj británico

Ya en el segundo capítulo se plantea la pregunta que sirve como germen de la novela. Unos personajes indios discuten sobre si es posible ser amigo de un inglés. para los indios que han estudiado en Europa es más fácil ser amigo de los ingleses en Inglaterra que en India; cuando llegan al país para ocupar un cargo administrativo, dicen, acaban desconfiando de las personas nativas y marcando las distancias. 



El colonialismo permanece como una superestructura que configura la personalidad, las emociones y la visión de quienes viven o se benefician de él. Por este motivo, resulta complicado empatizar con ninguno de los personajes, porque los cuatro protagonistas (que se sienten atraídos entre ellos por los lazos de la amistad) sufren las consecuencias del colonialismo que les empuja a cometer errores. Errores irreversibles. Precisamente mostrar la debilidad de los personajes es el gran acierto de Forster. 

Cada personaje ve lo que quiere ver en India, un misterio, una aventura, un problema o una víctima. La confusión de la india para un estereotipo europeo que quiere acercarse a la población india sin descolonizar su mente provoca una confusión terrible en Adela, una confusión que destruye la posibilidad de la amistad. El orgullo de una nación en ciernes pisoteado por los ingleses también impide el perdón y la empatía en Aziz, pero es fácil justificarle: "No podremos ser amigos hasta que India no sea una nación", le dice Aziz a Fielding casi al final de la novela. 

Algunos fragmentos: 

Apartando a Aziz le gustaba oír hablar de su religión. La parte más superficial de su mente se calmaba con ello, permitiendo que por debajo se formaran bellas imágenes. Al terminar la ruidosa perorata del ingeniero, Aziz dijo: “ese es exactamente mi punto de vista”. Extendió la mano con la palma hacia arriba y empezaron a brillarle los ojos y a llenársele de ternura el corazón. Apartando más la colcha, recitó n poema de Galib. No tenía conexión con lo sucedido anteriormente, pero le salió del corazón y conmovió a sus oyentes, que se sintieron dominados por su patetismo; lo patético -todos estaban de acuerdo- es la cualidad más elevada del arte, un poema ha de afectar a quien lo escucha haciéndole tomar conciencia de su debilidad, y debe al mismo tiempo formular alguna comparación entre la humanidad y las flores. En el sórdido dormitorio cesaron los ruidos; mientras palabras que todos aceptaban como inmortales llenaban el aire indiferente, quedaron en suspenso las estúpidas intrigas, las habladurías, los descontentos superficiales. Sintiéndola como verdad tranquilamente y no como grito de batalla, les embargó la convención de que la India era una; de que era musulmana; de que siempre lo había sido; y esa seguridad les duró hasta que volvieron de nuevo la vista hacia la calle

(...)

Pero Adela había conseguido helar la mente oriental al mismo tiempo que le quitaba un gran peso de encima, y el resultado era que Hamidullah difícilmente podía creer que fuese sincera, y, en realidad, desde su punto de vista de vista no lo era. Porque su comportamiento descansaba sobre la sinceridad y la justicia entendidas de la forma más fría imaginable; al retractarse, Miss Quested no había sentido amor por aquellos a quienes había perjudicado. La verdad no es la verdad en esa tierra tan exigente a no ser que vaya unida a la amabilidad, seguida de más amabilidad y luego otra vez de más amabilidad aún; a no ser que la Palabra que estaba en Dios también sea Dios. Y el sacrificio de la muchacha -tan meritorio según las ideas occidentales- era rechazado con toda justicia porque, aunque venía de su corazón, no lo incluía. Unas cuantas guirnaldas, colocadas por los estudiantes alrededor de su cuello, era todo lo que la India iba a darle como recompensa. 

(...)

-Ya lo sé, amigo mío, ya lo sé; no tienes por qué poner una voz tan solemne y llena de ansiedad. Sé también lo que vas a decir a continuación: No hagas que Miss Quested te pague, y así los ingleses podrán decir: "He aquí un nativo que se ha portado como un caballero; si no fuera por su piel morena casi le dejaríamos ser miembro de nuestro Club". El beneplácito de tus compatriotas ha dejado de interesarme; me he vuelto antibritánico, y tendría que haberlo hecho antes, porque así me hubiese evitado muchas calamidades. 

POSDATA SOBRE EL RACISMO: la novela se equilibra en torno a un enfrentamiento arquetípico entre dos culturas. Un enfrentamiento que parece inevitable dadas las diferencias. Pero, en realidad, el enfrentamiento y la oposición no es cultural (más allá de malentendidos de protocolo y cortesía), sino política: el colonialismo occidental y la población sometida. 

Además, en el cartel de la película de David Lean, aparecen los actores británicos: Alec Guinness disfrazado de indio, Judy Davis y James Fox. Pero no aparece el actor que interpreta a Aziz, prácticamente el protagonista principal, vinculado con Adela: Víctor Banerjee. 




Más información de lectura de Pasaje a la India

Clublecturacastellnovo: Guía de lectura de Pasaje a la India

Caprichocinéfilo: La pasión contaminada

Clubdelecturavirtual 


lunes, 9 de junio de 2025

Arte y artistas flamencos. Fernando el de Triana

Antes de la historia oral del punk de Legs McNeil y Gillian McCain, Por favor, mátame, Fernando el de Triana (1867-1940) recopilaba la historia del flamenco de finales del siglo XIX y el primer cuarto de siglo XX y lo contaba desde su experiencia, tal como él lo había conocido y tal como él lo había sentido. Publicado en el año 1935, Arte y artistas flamencos, recopila una serie de biografías del flamenco, pero a través de una voz sencilla, sincera y, sobre todo, contado desde la oralidad. 

Y es su característica de voz hablada lo que imprime un encanto particular de pureza y vida a este texto cuyo objetivo no es hacer historia, sino narrar su experiencia (recordar para volver a vivir) en tablaos, cafetines, teatros y bajos fondos. La casualidad es que su historia es la historia de los orígenes del flamenco, o, al menos, lo más antiguo que conocemos sobre esta misteriosa música. Fernando el de Triana compartía tablaos, giras y juergas con artistas que nunca grabaron, pero que seguimos escuchando en la voz de artistas contemporáneos, porque fueron la piedra filosofal del cante, del baile y de la guitarra: Antonio Chacón, Silverio Franconetti, Juana la Macarrona, Pepa de Oro o Soleá la de Juanero

Cantaor, guitarrista y letrista, Fernando el de Triana ha dejado un legado imprescindible para conocer y recrear esos años de tabernas en el que el flamenco estaba lejos de ser patrimonio inmaterial de la humanidad, pero ya era una fuente de cultura viva entre Cádiz, Jerez, Sevilla y Málaga y los bajos fondos en los que ocurren las cosas, las buenas y las malas. 

Su historia fragmentada del flamenco a través de biografías imprescindibles y anécdotas vívidas nos permiten comprender el contexto emocional de quienes sentaron las bases del género flamenco: alegrías y penurias, éxito y pobreza, artisteo, humor y, sobre todo, aceptación del presente sin buscar la gloria ni la trascendencia, lo que les permitió centrarse en lo esencial de esta música de origen desconocido. Por sus páginas vemos nombres ilustres como Manuel Vallejo, el Niño Ricardo, Francisco Lema 'Fosforito', Pastora Pavón 'La Niña de los Peines', Juan Gandula 'Habichuela' o Antonia Mercé 'la Argentina' y nombres de los que solamente tenemos noticia por lo que Fernando nos cuenta. 

Fernando admira a los artistas de su generación y su devoción se trasparenta su texto, pero también su visión del presente de su madurez (la década de los treinta): una degeneración del arte (¿qué pensaría del flamenco contemporáneo?), porque la evolución y el tiempo, el cambio, siempre implican una degeneración del mensaje primitivo y esencial. Pero además, Fernando analiza y describe las capacidades de cada artista y sus puntos débiles, sus evoluciones personales y al mismo tiempo, presta especial atención a las letras, que recopila con cuidado y devoción y nos permite disfrutar de letras que ya no se cantan y deja imaginar las voces y la energía con las que fueron pronunciadas. Algunos ejemplos: 

Cuatro sabios se encontraban

en la agonía de un rey;

los cuatro se horrorizaban

porque al mandar Dios la ley

dinero y ciencia se acaban. 

(...)

Cuando sale la aurora,

sale llorando pobrecita

y qué noche estará pasando.

Porque la aurora 

de día se divierte y de noche llora

(...)

Cuando se corta una rama,

el tronco siente el dolor,

las raíces lloran sangre,

de luto viste la flor. 

(...)

Si las piedras de la calle

tuvieran lengua y hablaran, 

más de cuatro personitas

de sentimiento lloraran.. 

(...)

Si pasaras por la ermita 

del Cristo del desengaño

por Dios te pido, hermanita, 

que hables con el ermitaño

siquiera una palabrita. 

(...)

Estoy metida entre caenas

como la que está cautiva, 

mira si vivo con penas

que estoy muerta estando viva. 

(...)

Ar señó de la ensinia 

le ayuno los viernes

porque me ponga al pare e mi arma 

aonde yo le viere.

(...)

Cómpreme usté esta levita, 

usté que gasta castora;

es prenda que da la hora, volviéndola del revés.

Le quita usté la solapa;

le pone un cuello bonito; 

pareserá un señorito, 

como un figurín francés.

(...)

Cuando me dieron el tiro 

en los montes de Jimena, 

me mataron el caballo,

mi cuerpo cayó en la arena.

(...)

El que vive como yo 

con la esperanza perdía,

no es menester que lo entierren, 

porque está enterrao en vía.

(...)

Mientras vivas en el mundo

has de vivir con la pena 

que la ropita en el cuerpo 

se te ha de volver candela.


Además, el libro incluye una selección fotográfica de incalculable valor.























Según nos explica, Manuel Bohórquez, el manuscrito original fue pasado a máquina por Blas Infante, que además, llego a escribir un prólogo, según explica el escritor, que al final no se incluyó en el libro, seguramente por motivos políticos. 

Algunas anécdotas transcritas del libro: 

En sus últimos años, cuando ya no trabajaba en los cafés cantantes, el jocoso bailador Vicente Vives el Colorao, vivía en Málaga con una hija suya, y el pobre pasaba las morás, porque los tiempos estaban muy malos, según decía él; pero estando yo en Málaga quedaba indultado, y no iba a su casa más que a dormir, puesto que yo me echaba con gusto la obligación de darle de comer y su tabaquillo, más alguna pesetilla que otra. De regreso de una jira mía por Argelia me contrataron para el café de España, en Málaga; y el día que llegué, como era natural, puesto que llegaba su incondicional protector, fue a esperarme a la estación, cuando íbamos para la casa, me dijo: —¡0ye, niño!, porque él me decía a niño y yo a él compadre, —¿Qué hay, com- padre?, le contesté. —Lo que hay es que le digas a tu mujer que tengan mucho cuidao, que aquí están vendiendo carne de burro.

Yo, por lo pronto, ordené a mi esposa que no llevaran carne a casa hasta que yo avisara y, naturalmente, no se comía más que pescado de este o el otro modo, bacalao de esta manera o la otra, guisados de lo que fuera y huevos al gusto, puesto que ni a mi esposa ni a mí nos gusta la carne de ave.

Pasaron unos días, y una mañana, estando almorzando y sin que viniera al caso, me dice el Colorao: —¡Bueno, niño! Yo te vía decí una cosa. —¿Qué pasa, compadre?, le pre- gunté. —Lo que pasa es que en toas partes no la venden de burro!


                                                                                               * * *


El que quiera saber lo que es el Corral del Cristo que vaya a Sevilla, y en la calle Pedro Miguel, número 6, verá el corral de vecinos más típico y gracioso que hay en la tierra de Ma- ría Santísima, a cuyo frente está, como encargado, el simpá- tico y buen cantador antiguo Rafael Cruces, Niño de Cañe- te. ¡Qué patio! ¡Cuántas macetas! ¡Cuántas flores! Bueno: mirad si tiene gracia ese corral, que entre sus flores nació esa camelia humana, gloría del arte aflamencado, Amalia Molina, que nadie negará que es una saladísima sevillana. Pero aún hay más.

En el Corral del Cristo vivía y tenía establecida su simpati- quísima academia de baile puramente flamenco, el sin par Frasquillo: tan flamenco, que verán ustedes !o que !e con- testó no hace mucho tiempo a un pollo de esos de la «per- manén», aspirante a discípulo. —Oiga, maestro—le dijo el pollo moderno—. Lo primero que yo quiero aprender es un tango argentino.

—Pues mire usté—Ie contestó Frasquillo—, yo respeto mucho los bailes de todas las naciones, y argunos hasta me gustan; pero en esta academia no puede usté aprendé na más que sevillanas, bulerías, tango español, alegrías, zapa- teao y to lo que sea baile flamenco. ¿Sabe usté por qué? Porque yo, ni aunque me dieran to el dinero que tenga er más rico, le hago traición a mi Andalucía. ¿Estamos

Procedentes de esta academia son nada menos que Andrea Romero la Romerito, Manolita la Cañí, los chavalillos sevilla- nos María Fleita, Carmen Pastor, Leonor la Guapa, Isabelita Martínez, Manuel Álvarez Poturri, Emilio López Emiliti, Ra- fael Cruz Carbajo, Paco Ruiz Espinosa, Manuel Rodríguez, Rebanás, y ese diablillo de cojo Enrique Jiménez Mendoza, que ya tiene en su honor un premio ganado a toda ley en un concurso en el salón Zapico, que se lo otorgamos hon- radamente y sin discusión, el antiguo y buen bailador José María, el Chindo y un servidor, actuando de jurados.

¡El demonio de este Frasquillol ¡Mire usted que enseñar a bailar a un cojo!


                                                                                           * * *


Al preguntarle a uno de los hijos de Manuel Cagancho si tenía fotografías de su padre y de su abuelo, para que figu- raran en este libro, me contestó, con una sencillez infantil:

—Mira, Fernando; mi agüelo no se retrató en su vía, y mi pare, pasaba un día por la puerta de mi casa un retratista de aquellos que hacían los retratos de lata ar minuto, y le hice a mi pare que se retratara, rogándoselo mucho, porque él no quería. Por sierto que salió mu bien; pero un día le fue a quitá mi mare las cagás de moscas con un estropajo y jabón, y cuando se dio cuenta, no quedaba na más que la lata. Así es, que no te pueo serví.


                                                                                           * * *


A su regreso de América, en una de las muchas reuniones que el gran Silverio organizó en los Puertos y en Jerez, siem- pre desafiando a cantar bien a todos los famosos cantado- res de aquella comarca después de una laboriosa compe- tencia, sucedió lo de siempre: el glorioso Franconetti quedó reconocido por todos sus competidores como el mejor can- tador de la época. A esta reunión asistía una gitana vieja, gran inteligente del cante, con el fin de que diera su opinión después de escuchar al fenómeno.

Una vez terminado el acto, le preguntaron:

—¿Qué ta parecío er chavó?
—¡Que canta mu bien!—contestó—. ¡Pero tiene, una far- ta!
—¿Una farta?—contestaron todos—. ¿Qué farta le en- cuentras tú, Angustia?
—¡Que tiene los pies mu grande!


                                                                                            * * *


El caso ocurrió en Bilbao, en el café de San Francisco, Pa- quillo el Cartero ejercía esta profesión de día, y de noche tocaba y hacía de camarero en dicho café cantante, en el cual actuaba el célebre Fosforito. Por aquel entonces, el fa- moso cantador cerraba los ojos para cantar, y una noche, al terminar un cante por soleares, abre los ojos, y al ver que el guitarrista no está en su sitio preguntó asombrado: —¿Dón- de está este hombre? En este momento entraba PaquilIo el Cartero de la calle, muy contento y diciendo con regocijo:

—¡Como que se iban a ir esos dos tabardillos sin pagar!


                                                                                              * * *


En el antiguo café de la Bolsa cantaban, entre otros, Silve- rio, Carito y Juan Breva.

El Madrid de aquella época no llegó a compenetrarse del sublime arte del gran Silverio, y agradaban más al personal los otros dos, que también eran grandes artistas.

Con esto ocurría, que al terminar dichos Carito y Juan Bre- va, el público en su mayoría se retiraba, y Silverio sólo le cantaba a muy escaso personal. Al notar esto la Empresa propuso al cantador, no comprendido por la mayoría, que si le parecía bien cantara en turno por delante de los otros, a lo que contestó el pundonoroso Silverio:

—¡Tenga usted el dinero que resto del anticipo, pues por detrás de mi, aún tiene que nacer el que cante!


                                                                                               * * *


Examinaba el gran Silverio Franconetti a un aficionado pueblerino, aspirante a cantador profesional, y como nota- ra el gran maestro que el muchacho cantaba muy ligero, le dijo repetidas veces: —¡Más despacio! El aficionado no ha- cía caso y seguía su paso acelerado, y entonces le dijo Silve- rio; —¡Bueno, mira! vas a tu pueblo, y cuando aprendas a cantar al compás que yo te digo, puedes venir otra vez; porque una cosa es cantar y otra vender la lista de la lotería.


                                                                                                * * *


En la pintoresca villa de Camas, donde en la actualidad vivo (si esto es vivir), nació un niño que hoy cuenta cuarenta y ocho años, y se llama José Vázquez Reina.

Para ser padrino del nene ofrecióse, y los padres acepta- ron el ofrecimiento, mi intimo amigo Juan Escrivá, hombre muy bueno y que también cantaba bien, sin ser profesio- nal.

Yo entonces frecuentaba mucho el pueblo, por estar tan cerca de Sevilla, y atraído por la gran afición que habla a los gallos de riña, con cuya afición empezaba yo, y aún la conservo.

Mi amigo Juan Escrivá sabía que yo tenía vara alta en casa de los Cagancho, pues me querían como a cualquiera de los hijos y me siguen queriendo los supervivientes. Todo el empeño que tenía mi amigo Juan era que viniera Manuel Cagancho a cantar la noche del bautizo. Trabajillo me costó, pero lo conseguí, porque Manuel Cagancho no había salido nunca más lejos que de su casa al baratillo a entregar sus trabajos y del baratillo a su casa, pero conmigo decía que iba a todas partes, y así fue.

Llegamos a Camas por la tarde, fuimos a ver a mi ami- go Juan, que nos recibió con la alegría consiguiente, y en la Venta de Pepe Silvestre empezamos a trasegar para ir tem- plando.

Poco después fuimos a la casa de los padres de la cria- tura para que lo fueran preparando para cristianarlo, y al notar que el chiquillo lloraba desgarradoramente, pregun- tó Cagancho: —¿Qué le pasa al niño, señora? -¡Que yo!, contestó la madre. Desde que nació, hace once días, no ha hecho otra cosa que llorar. —¿Quiere usté que lo mesca?

—Méscalo usté.

Se agarró Cagancho a la cunita, le cantó la nana rorro y dejó de llorar la criatura como por encanto.

Cuatro años después se encontró la madre de Pepito Váz- quez con una vecina que hacía pocos días que había dado a luz un rorro, y al preguntarle por el estado de salud del nuevo crío le contestó: —¡No me hables! Me tiene deses- peraita. —¿Por qué, mujer? —¿Por qué va a ser? Porque desde que nació no hace más que llorar como un desespe- rao, y ya me tiene aburría. —Pues eso tiene remedio. Que vayan a Triana por Manué Cagancho, que le cante la nana rorro, y le pasará lo que a mi Pepe, que le pasaba lo mismo, y se la cantó hace cuatro años y todavía no ha vuelto a decir esta boca es mía.

¡Qué cosas no le haría este gitano a ese cante!

Basta de anecdotario por ahora y volvamos a las semblanzas evocadoras de tantas figuras gloriosas del glorioso arte del tablao.




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