domingo, 12 de abril de 2015

En busca del tiempo perdido. 1. El camino de Swann




"Los hechos no penetran en el mundo donde viven nuestras creencias 
y como no les dieron vida no las pueden matar".


La literatura que supera la historia y la simple narración de una historia. Es decir la escritura (la transcripción) de una mentira que es más real que la realidad en cuanto a la emoción expresada.

Por el camino de Swann inicia el macrorelato En busca del tiempo perdido, escrito durante su encierro de 14 años en una habitación con la sola herramienta de la escritura para recuperar (recrear) su historia a través de sus impresiones.

Para algunos es una biografía cifrada donde el narrador es el autor y los acontecimientos y personajes tienen equivalencias directas en la vida real, una especie de biografía que se extiende en páginas y párrafos asfixiantes. Pero es una novela de ficción y como tal está escrita.

No obstante, a un nivel estructural, la única realidad de la novela es una masa de consciencia apropiándose del entorno y una consciencia, también, que intenta definirse fijando su experiencia, aunque sabe que sus percepciones, sus recuerdos no son una colección de historias que uno lleva sobre sí mismo, sino la misma individualidad que se transforma constantemente pero que desde lejos es siempre lo mismo: como, aunque suene a simbolismo barato, las mareas y la orilla del mar.

Este primer tomo asienta las bases temáticas y estilísticas que desarrollará Proust a los largo de 14 años de escritura sin apenas ninguna variación ni progresión: todo el libro es lo mismo, como dijo Cortázar, todos los fuegos el fuego: la descripción impresionista poética de los paisajes y construcciones que no explica nada sobre el paisaje sino sobre la consciencia de quien los observa, y el análisis psicológico de las motivaciones humanas a través de las anécdotas y el comportamiento :

y el amor y los celos como el momento en el que la consciencia se da cuenta de sí misma al descubrir al otro: el desconocimiento sobre el otro, el saber que es igual que nosotros y descubrir en el desconocimiento de ellos lo oculto de nosotros mismos.

Y por supuesto, el concepto bersoginano del tiempo y de la memoria, el estado del alma que cambia a cada instante, y la no posibilidad de la existencia de la consciencia sin la memoria y de la memoria sin la adición al sentimiento presente del recuerdo de los momentos pasados. La vida interior que es un continuo no una sucesión de estados y la constatación de que sin esta duración del pasado en el presente no habría posibilidad de consciencia sino solamente instantaneidad. 

Este primer tomo incluye la historia 'Unos amores de Swann' que a veces se publica separado por su independencia temporal (incluso hay una película), y que en cierto sentido puede ser un pequeño En busca del tiempo perdido. Swan, hombre elegante y sabio, admirable en cierto sentido en su enfermedad: los celos (uno de los temas más importantes del libro) que representan no el engaño amoroso ni la ruptura del ideal, sino la necesidad de conocer (lo desconocido, entendiendo por celos aquello que no es verdad, porque se desconoce, pero que surge en el mundo interior como una verdad completa que de ser conocida acabaría con el sufrimiento. 

En fin, subrayados:

La pared de la escalera por donde yo vi vi ascender el reflejo de la bujía, ha largo tiempo que ya no existe. En mí, también se han deshecho muchas cosas que yo creí que durarían siempre, y se han alzado otras nuevas preñadas de penas y alegrías nuevas que entonces no sabía prever, lo mismo que hoy me son difíciles de comprender muchas de las antiguas. Hace mucho tiempo también que mi padre ya no puede decir a mamá: "Vete con el niño". Para mí nunca volverán a ser posible horas semejantes. Pero desde hace poco otra vez empiezo a percibir, si escucho atentamente, los sollozos de aquella noche, los sollozos que tuve valor para contener en presencia de mi padre, y que estallaron cuando me vi a solas con mamá. En realidad, esos sollozos no cesaron nunca; y porque la vida va callándose cada vez más en torno mío, es por lo que los vuelvo a oír, como esas campanillas de los conventos tan bien veladas durante el día por el rumor de la ciudad, que parece que se pararon, pero que tornan a tañer en el silencio de la noche". 

Considero muy razonable la creencia céltica de que las almas de los seres perdidos están sufriendo cautiverio en el cuerpo de un ser inferior, un animal, un vegetal o una cosa inanimada, perdidas para nosotros hasta el día, que para muchos nunca llega, en que suceda que pasamos al lado el árbol, o que entramos en posesión del objeto que las sirve de cárcel. Entonces se estremecen, nos llaman, y en cuanto las reconocemos se rompe el maleficio. Y liberadas por nosotros, vencen a la muerte y tornan a vivir en nuestra compañía. 
Así ocurre con nuestro pasado. Es trabajo perdido el querer evocarlo, e inútiles todos los afanes de nuestra inteligencia. Ocúltase fuera de sus dominios y de su alcance, en un objeto material (en la sensación que ese objeto material nos daría) que no sospechamos. Y del azar depende que nos encontremos con ese objeto antes de que nos llegue la muerte, o que no le encontremos nunca...

(...) obras de esas ingenuas como lo eran mis propias impresiones, obras que indignaba a las hermanas de mi abuela el que yo admirara. Creían ellas que deben presentarse a los niños obras de arte de las que admiramos definitivamente cuando somos hombres maduros, y que os niños demuestren buen gusto si las encuentran agradables desde un principio Y es porque, sin duda, se representaban los méritos estéticos como objetos materiales que unos ojos abiertos no tienen más remedio que percibir, sin necesidad de haber ido madurando lentamente sus equivalentes dentro del propio corazón. 

al fijarme en las formas de sus agujas, en lo movedizo de sus líneas, en lo soleado de su superficie, me di cuenta de que no llegaba hasta lo hondo de mi impresión, y que detrás de aquel movimiento, de aquella claridad, había algo que estaba en ellos y que ellos negaban a la vez. 

(...) y muy pronto sus líneas y sus superficies soleadas se desgarraron, como si no hubieran sido más que una corteza; algo que en ellas se me ocultaba surgió; tuve una idea que no existía para mí en el momento antes, que se formulaba en palabras dentro de mi cabeza, y el placer que me ocasionó la vista de los campanarios creció tan desmesuradamente, que, dominado, por una especie de borrachera ya no pude pensar en otra cosa. 

Y de ese modo, por el lado de Guermantes, he aprendido a distinguir esos estados que se suceden en mi ánimo, durante ciertos periodos, y que se reparten cada día uno de mis días, llegando uno de ellos a echar al otro con la puntualidad e la fiebre; estados contiguos, pero tan ajenos entre sí, tan faltos de todo medio de intercomunicación, que cuando me domina uno de los no puedo comprender ni siquiera representarme, lo que deseé, temí o hice cuando me poseía el otro. 

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2 comentarios:

  1. Creo que el tema fundamental de la literatura es nuestra relación con el tiempo, todo está condicionado por el tiempo que nos apremia. No he leído aún esta obra de Proust, aunque anda por mi biblioteca, tengo intención de ponerme a ello. Supongo que el tiempo, siempre escaso para algunas cosas, e infinito para otras, me dirá cuando es el momento. Por lo demás excelente y motivador comentario. Un saludo.

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  2. De hecho, yo diría que el tiempo no existe...

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