Pero no la imitación a Cristo (o al cristo de los evangelios, como sería lo verdaderamente cristiano-católico) Novalis persigue (desea) la unión (física y espiritual) con Cristo como símbolo (buen romántico) de un ideal místico de plenitud y, entiendo, felicidad: el retorno al paraíso, la Edad de Oro o el Jardín del Edén (puede entenderse también al modo Zen: el jardín interior). Al final, el deseo de una realidad donde todo es perfecto y no existe el dolor ni la frustración.
Pero Novalis era un místico romántico lo que significa que su búsqueda de ese ideal (representado en la figura de Jesucristo expiando nuestros pecados en la cruz) es más que búsqueda, huida. Dice en una de sus canciones:
Mi mundo estaba roto.
Como picados por gusanos,
se marchitaban corazón y flores;
todas las posesiones de mi vida,
cada deseo un poco me enterraba,
y aún estuve aquí para el suplicio.
Enfermaba en silencio,
siempre lloraba pidiendo una salida.
Sólo permanecía por el miedo y la angustia...
Bajo está luz, las canciones de Novalis no parecen, entonces, la obra de un místico que ha experimentado el reencuentro de lo externo y de lo interior (quizás de un ascético), sino más bien una manifestación más de la insatisfacción occidental que provoca cierto tipo de vida... Una manifestación, al ser indirecta, más sincera que la del artista que expresa sus padecimientos conscientemente, ya que aquí aparecen reflejados como materia secundaria, el autor no le dio excesiva importancia y quedan como los cimientos involuntarios de su obra:
El recuerdo de un mundo perdido tranquilo y feliz (¿la infancia?) que aún se esconde en la consciencia del ser humano insatisfecho y el deseo sincero de un nuevo advenimiento de esa edad de oro que está por venir: una falsa esperanza a la que agarrarse o una creencia verdadera que no le impide a Novalis celebrar la belleza del mundo, la naturaleza con todas sus contradicciones, como si fuese la obra artística de un dios.
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