A la generación que fue educada en la inconsciencia del
estado del bienestar, a la que le dijeron que su vida de occidental sería
sencilla; los mismos a los que les preguntaban de pequeños que qué querían ser
de mayores y respondían: médicos, periodistas, profesores… ahora se les llaman
generación perdida y se les dice que viven la peor crisis desde la II Guerra Mundial.
Pero aunque la realidad resulta cada día más evidente y el futuro más incierto,
parece complicado quitarse el amodorramiento de encima y salir de la inercia del
ocio-ocio-consumo-trabajo-consumo a la que nos acostumbramos tan fácilmente
y que nos empuja a pensar, como un cimiento en la base de nuestro cerebro, que
todo saldrá bien al final, igual que en las películas de Disney.
A pesar de todo, algunos grupos intentan advertirnos de que
por este camino el chiringuito es insostenible. Y no solo eso, nos alertan de
que las víctimas de un sistema que ahora muestra su verdadera cara somos la
mayoría. La gente. La crisis ha hecho que
la burbuja social tiemble: Europa, un continente acostumbrado a la prosperidad,
es hoy el hogar de 23 millones de parados y 80 millones de pobres con los que
no sabe qué hacer.
Como se explica en el documental El Desencanto de Europa, los ciudadanos se preguntan cuántos
sacrificios más tendrán que hacer hasta que pase la crisis. Los gobiernos están
aprobando ya los mayores planes de ajuste desde la postguerra: más impuestos,
menos gasto social. Pero algunos avisan: no
se puede creer que puedes recortar y recortar en gasto social no tiene
efectos, porque no son números, son personas las que están detrás de esos
números: personas que pierden su trabajo, personas que no pueden acceder a
educación o sanidad…
Hoy, las tiendas de campaña en las plazas públicas se han
convertido en un símbolo de la indignación ciudadana. Un símbolo que algunos,
sin pensar que deberían de estarles a gradecidos, todavía miran con
incredulidad, incomprensión e incluso desprecio. Pero lo cierto es que desde que
los españoles tomaron la Puerta del Sol y empezaron a llamarse "indignados", el
movimiento, tomando como nombre el título del libro de Stépane Hessel, se ha
extendido a centenares de ciudades de todo el mundo para denunciar que son los
ciudadanos quienes están pagando la crisis con recortes en sus pensiones o en
educación, mientras sus impuestos financian guerras y rescates a los bancos.
A sus 94 años, Stéphane Hessel ha sobrevivido a los momentos
más oscuros de Europa: a la tortura de la Gestapo, al campo de concentración de
Buchenwald… pero también a los más esperanzadores: es el único redactor aún
vivo de la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Sobre Europa dice: el nacionalismo todavía está presente en muchos de nuestros países y
todavía no hay una verdadera aceptación de Europa, de la moneda europea, de la
unidad europea, como el punto a partir del cual vamos a construir un mundo
nuevo más justo, más estable. Así que no hay que relajar la presión. Más que
nunca les digo a los que me escuchan: permaneced movilizados.
Los cierto es que todos los lujos, todas las formas de vida
que hemos ido adquiriendo y que hoy nos parece lo más normal, como volar de una
ciudad a otra, ir en coche a todos los sitios, son cosas que probablemente toda
la humanidad en pleno, siete mil millones, no
pueden permitírselo y por lo tanto habría que pensar en una nueva
cultura en que fuéramos conscientes de que no se puede crecer y no se puede
gastar indefinidamente. Lamentablemente, parece que este cambio no vendrá por razones
de racionalidad, llegará solo como consecuencia de una catástrofe.
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Isolagnosis. Ediciones en Huida (2013)
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