No me interesa reflexionar sobre libros escritos en la segunda década del siglo XX. Si se acercan al cambio de siglo, aumenta mi rechazo. Tampoco, por lo general, leerlos. No encuentro palabras para expresar el por qué, pero los encuentro falto de "algo". Asumo pastosidad y la ambigüedad de la palabra "algo". Soy consciente de la pereza mental que supone. Pero Los detectives salvajes de Roberto Bolaño también me parece un libro falto de ese "algo" que supongo se describe mejor como "un sentimiento de época" (finales de los noventa) que me deja siempre insatisfecho. Eso sí, Los detectives salvajes es una novela electrizante, enérgica, inteligente y divertida en la que aparecen algunos personajes sorprendentemente carismáticas y vivos como Ulises Lima (trasunto literario del poeta Mario Santiago Papasquiaro) y otros en el límite de la hierofanía personal, del pathetic fallacy anglosajón (según lo entendió Cernuda), como Arturo Belano (alter ego mitológico del mismo Bolaño).
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Mario Santiago Papasquiaro, Ulises Lima en 'Los detectives salvajes' |
No lo digo yo, lo dice Ramón Buenaventura, que justo el día en el que metía la novela de Bolaño en la maleta como lectura para un viaje lejano, publicaba el escritor tangerino el siguiente fragmento en un post de Facebook
Y está bien dicho.
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Roberto Bolaño durante su disipada juventud. |
Los detectives salvajes (a pesar de su éxito y de abrirle la entrada al grupo de escritores latinoamericanos y a convertirle en un icono cultureta de la Generation Next de Pepsi) parece una novela con mala suerte: nunca encontrará a sus lectores a tiempo. Cuando uno lo lee parece demasiado viejo para haberlo leído, pero cuando deberías haberlo leído, tenías seguro lecturas mucho más importantes. Es un libro para leer de adolescente, pero la carga de erudición aleja a los adolescentes del texto. Si la lees la novela en tu vida adulta, te recordará a esas amistades que mitifican su juventud.
Sus virtudes son las mismas que sus defectos. Su estructura, su estilo, su profundidad y su superficialidad, su 'inventio', su verosimilitud... Supone ya un tópico hablar de la meta-novela, la meta-ficción y todo esa mixtura de relaciones entre la realidad y la ficción en la obra de Bolaño. Y esa es, precisamente, otra de sus virtudes y otro de sus defectos: la materia real, el germen histórico del que emerge la materia que cuenta otorga al texto y a los personajes de una verosimilitud asombrosa, pero al mismo tiempo, la novelería, la invención, 'la literatura' en términos despectivos resulta un espejo carente de ironía (aunque lo parezca) en la que el escritor construye, inventa y da forma no a su pasado, sino a quién le hubiera gustado ser. El yo incontrolado de cualquier persona que se dedica a escribir se expresa inconteniblemente en su relato. Quizás por ese motivo, esta novela de Bolaño resulta demasiado noventera y, quizás sea ese, al mismo tiempo, el motivo por el que no me gusta leer literatura contemporánea. Y mucho menos escribir sobre ella.