domingo, 27 de abril de 2014

Cuentos completos 2. Julio Cortázar.



Fue el mismo Julio quién dijo que si tenías que esperar al final de un libro para que te dijera lo que tenía que decirte, habías perdido el tiempo y casi mejor hubiera sido leer las últimas páginas directamente.

Para algunos escritores la literatura es una búsqueda o más bien una exploración. Por eso, más allá de una trama, unas ideas o una estructura, solamente es "el proceso literario" lo que tiene importancia, como lector o como escritor.

Teniendo esto en cuenta, duele como una pequeña traición comprobar como en los primeros libros de este segundo volumen de los cuentos de Cortázar su obra se perfecciona técnicamente pero se diluye en lo convencional. Y no quisiera que se me malinterprete, cualquiera de sus cuentos está entre los escritos en castellano más interesantes del siglo XX, pero (hay un pero) comparados con la primera mitad de su obra dejan la sensación de que sí, están bien y siguen siendo originales y sorprendentes, pero algo falta: la búsqueda. El libro Alguien que anda por ahí recoge algunos de sus narraciones menos convincentes, y es un poco triste comprobar que el libro está lleno de cuentos en los que solamente importa la "sorpresa final".



Curiosamente coincide este retroceso literario, por llamarlo de algún modo, con su renovada juventud al abrirse al mundo, al otro y a la política. Y curiosamente es al final de su vida, cuando su cansancio físico le lleva a recluirse de nuevo, donde su literatura alcanza otra vez el nivel en el que la había dejado, tomando impulso con Queremos tanto a Glenda para cerrar el circulo con el perfecto libro Deshoras, que supone una vuelta y una revisión, también una reivindicación, de sí mismo y de la obra que le dio a conocer, Bestiario.                      

En realidad, la gran diferencia entre estos libros y los primeros es el estilo en construcción y el estilo completo. Es decir, la distinción la marca el momento en el que su proceso literario deja de ser una búsqueda constante en la madurez como escritor, cuando esa búsqueda se convierte en un hallazgo y en un modo consciente de hacer las cosas. La búsqueda vale por sí misma. El hallazgo no. En el hallazgo termina todo. Lamentablemente la búsqueda en el arte es donde el creador gasta más energías y donde la obre exige más del autor, pero en este momento los intereses de Cortázar estaban en la vida y no en la literatura. Queda muy lejos 'El perseguidor',o 'Lejana' pero nada que reprocharle.


Uno de los textos de Un tal Lucas:


Ser una hidra es fácil pero matarla no, porque si bien hay que matar a la hidra cortándole sus numerosas cabezas (de siete a nueve según los autores o bestiarios consultables), es preciso dejarle por lo menos una, puesto que la hidra es el mismo Lucas y lo que él quisiera es salir de la hidra pero quedarse en Lucas, pasar de lo poli a lo unicéfalo. Ahí te quiero ver, dice Lucas envidiándolo a Heracles que nunca tuvo tales problemas con la hidra y que después de entrarle a mandoble limpio la dejó como una vistosa fuente de la que brotaban siete o nueve juegos de sangre. Una cosa es matar a la hidra y otra ser esa hidra que alguna vez fue solamente Lucas y quisiera volver a serlo. Por ejemplo, le das un tajo en la cabeza que colecciona discos, y le das otro en la que invariablemente pone la pipa del lado izquierdo del escritorio y el vaso con los lápices de fieltro a la derecha y un poco atrás. Se trata ahora de apreciar los resultados. 




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miércoles, 16 de abril de 2014

La muerte en Venecia. Thomas Man



De mi primera lectura de esta novela solamente recordaba una definición de la belleza: el conjunto de rasgos cotidianos, comunes, con rasgos insólitos que no habíamos visto antes. De hecho, si pensamos en las cosas y las personas que nos han parecido bellas, seguramente la mayoría se adapten a esta definición.

Pero no hay que olvidar que Thomas Mann plantea una idea de la belleza absolutamente materialista, como la contemplación de algo de lo que quieres formar parte o en su defecto, poseerlo. Una idea de la belleza que enfrenta al sujeto contra el objeto, oponiéndolos; que los divide y, por lo tanto, los aleja, y cuanto más intenso es el deseo de unión o posesión, más grande es la brecha que los separa y más imposible estrecharse las manos. Una idea de la belleza como una enfermedad. Una belleza decadente. 

Y que mejor escenario que la ciudad del idealismo romántico, de los cristales de murano y los espejos, de las apariencias y las máscaras lujosas y al mismo tiempo, una ciudad pantanosa, enfangada, donde la fiebre se extiende como una epidemia. Una ciudad donde el protagonista de esta novela descubre la belleza y la muerte. Pero, ¿qué nos quería decir Thomas Mann con esta historia en la que un hombre a punto de entrar en la vejez se obsesiona con un niño de una belleza extraordinaria, hasta el punto de destruirse a sí mismo mental y físicamente?

Ya hemos dicho que esta idea material de la belleza es destructiva y no puede llegar nunca... a un buen fin... pero lo cierto es que estamos condenados por ella misma y difícilmente podremos librarnos. Solamente Rimbaud ("senté a la belleza en mis rodilla, la encontré amarga y la injurié"). Pero volviendo a la novela... ¿Es Von Aschenbach un héroe de la sensibilidad o un lamentable y enfermizo decadente?

Quizás haga falta revisar a Platón, porque puede que Thomas Mann ni alabe ni castigue la actitud de su protagonista, sino que con cierta tristeza y complacencia analiza algo que seguirá ocurriendo muchas veces a lo largo de la historia.

Porque la belleza, Fedón -escribió el filósofo griego- nótalo bien, sólo la belleza es al mismo tiempo divina y perceptible. Por eso es el camino de lo sensible, el camino que lleva al artista hacia el espíritu. Pero ¿crees tú, amado mío, que podrá alcanzar alguna vez sabiduría y verdadera dignidad humana aquel para quien el camino que lleva al espíritu pasa por los sentidos? ¿O crees más bien (abandono la decisión a tu criterio) que este es un camino peligroso, un camino de pecado y perdición, que necesariamente lleva al extravío? Porque has de saber que nosotros, los poetas, no podemos andar el camino de la belleza sin que Eros nos acompañe y nos sirva de guía; y que si podemos ser héroes y disciplinados guerreros a nuestro modo, nos parecemos, sin embargo, a las mujeres, pues nuestro ensalzamiento es la pasión, y nuestra ansias han de ser nuestra vergüenza. ¿Comprendes ahora cómo nosotros, los poetas, no podemos ser sabios ni dignos? Comprendes que necesariamente hemos de extraviarnos, que hemos de ser necesariamente concupiscentes y aventureros de los sentidos? 

La maestría de nuestro estilo es falsa, fingida e insensata; nuestra gloria y estimación, pura farsa; altamente ridícula la confianza que el pueblo nos otorga. Empresa desatinada y condenable es querer educar por el arte al pueblo y a la juventud. ¿Pues cómo habría de servir para educar a alguien aquel en quien alienta de un modo innato una tendencia natural e incorregible hacia el abismo? 

Cierto es que quisiéramos negarlo y adquirir una actitud de dignidad; pero, como quisiera que procedamos, ese abismo nos atrae. Así, por ejemplo, renegamos del conocimiento libertador, pues el conocimiento, Fedón, carece de severidad y disciplina; es sabio, comprensivo, perdona, no tiene forma ni decoro posibles, simpatiza con el abismo; es el mismo abismo. Lo rechazamos, pues, con decisión, y en adelante nuestros esfuerzos se dirigen tan solo a la belleza; es decir, a la sencillez a la grandeza y a la nueva disciplina, a la nueva inocencia y a la forma; pero inocencia y forma, Fedón, conduce a la embriaguez y al deseo, dirigen quizá al espíritu noble hacia el espantoso delito del sentimiento que condena como infame su propia severidad estética; lo llevan al abismo, ellos también, lo llevan al abismo. Y nosotros, los poetas, caemos al abismo porque no podemos emprender el vuelo hacia arriba rectamente, solo podemos extraviarnos. Ahora me voy, Fedón; quédate tú aquí, y solo cuando ya hayas dejado de verme, vete tú también. 

Este es el fragmento que Von Aschenbach recuerda poco antes de morir en un paseo por la playa y seguramente también lo recordó Thomas Mann en otro paseo por la misma playa antes de escribir el libro, que al fin y al cabo es como otra muerte.







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sábado, 12 de abril de 2014

Églogas y Geórgicas. Virgilio.



Desde el inicio de nuestra civilización muchas voces clamaron por el retorno al campo. Estos rebeldes antiguos solo querían escapar de las relaciones viciadas y los sistemas en los que empezaba a organizarse la vida en la ciudad: el mercado.

Virgilio fue uno de los primeros. Creador de un mito, de la primera gran utopía que desde entonces nos acompaña como forma de evasión de la dureza del trabajo. Para nosotros, más domesticados por el sistema (o más bien para nuestros padres) el sueño es tener un campo en el que escondernos y reencontrarnos cada fin de semana. Para los poetas, algo más profundo: la Edad de Oro, la idea de un mundo pastoril contrapuesto al de los ciudadanos, donde la oposición naturaleza/ciudad marca la organización social, las estructuras, la economía y por su puesto y sobre todo, los sentimientos.

Un mundo idílico, mítico, que no representa nuestro tiempo (ni el de Virgilio) pero que pertenece a todas las eras en distintas formas. La máxima expresión del idealismo evasivo, el "kibuzt del deseo" de Cortázar, "el país de la jodienda" de Miller o "la Navidad en la tierra" de Rimbaud. Y en efecto, se trata de un campo soñado, imaginado y sobre todo, anhelado. Por eso hablamos de un campo transfigurado por el deseo, idealizado. Y aunque esto lo haga irreal, es un bello sueño basado en la necesidad de paz, de sosiego, de sensibilidad natural, de amor al aire libre que sí es verdadero y puede rastrearse tanto en nuestras vidas como en los poemas de Virgilio.

En las Églogas, entre sollozos de amor y contiendas poéticas propios de una sociedad refinada y desocupada de la corte (aunque en el campo, sucios, despeinados y quemados por el sol) destaca el cuarto poema, el más ambiguo de todos y el más indescifrable. Al mismo tiempo, el que más ha cautivado la sensibilidad de los poetas de todas las épocas. Por este poema le consideran los cristianos a Virgilio como un profeta que anunció el nacimiento de Jesucristo un siglo antes de que ocurriera. Y no es que defienda esta postura, pero creo que ejemplifica perfectamente hasta donde llega su capacidad de evocación. La égloga mesiánica en la que no hay que limitarse a ese único significado, ya que Virgilio nunca supo las consecuencias de lo que estaba escribiendo ni sus significados ocultos.

No me resisto a ponerla entera:

Dice Virgilio:

Cantemos, ¡oh musas sicilianas!, asuntos más elevados. No a todos deleitan las florestas ni los humildes tamarindos: si cantamos las selvas, ¡que sean las selvas dignas de un cónsul! 

Ya llega la última edad anunciada en los versos de la Sibila de Cumas; ya empieza de nuevo una serie de grandes siglos. Ya vuelven la virgen Astrea y los tiempos en que reinó Saturno; ya desciende del alto cielo una nueva raza. 

Tú,¡oh casta Lucina!, favorece al recién nacido infante, con el que la vieja edad de hierro termina y empezará la de oro en todo el mundo: pues ya reina tu Apolo. 

Bajo tu consulado, ¡oh Polión! tendrá principio esta gloriosa edad y empezarán a correr los grandes meses; mandando tú desaparecerán los vestigios , si aún quedan, de nuestra antigua maldad, y la tierra se verá libre de sus perpetuos terrores. 

Este niño recibirá la vida de los dioses, y con los dioses verá mezclados a los héroes, y él mismo será visto entre ellos y regirá el obre sosegado por las virtudes de su padre.

Para ti, ¡oh niño!, producirá en primicias la tierra inculta hiedras trepadoras, nardos salvajes y colocasias, mezcladas con el risueño acanto.

Henchidas de leche las ubres las cabras volverán al redil por sí solas, y a los grandes leones no temerán los rebaños. De tu cuna brotarán para ti hermosas flores y desaparecerán la serpiente y la hierba venenosa; por doquier nacerá al ameno asirio. 

Y cuando puedas leer las alabanzas de los héroes y los hazañas de tus padres, y saber qué es la virtud, 
amarillearán los lentos campos con las blandas espigas, rosadas uvas penderán de las incultas zarzas, 
y los duros robles sudarán un rocío de miel. 

Todavía quedarán, sin embargo, algunos rastros de la antigua maldad, que moverán al hombre a provocar en naves las iras de Tetis, a ceñir las ciudades con murallas y a abrir surcos en la tierra. 

Habrá entonces otro Tifis, otra Argos conducirá selectos héroes; habrá también otras guerras, y de nuevo se lanzará sobre Troya el gran Aquiles. 

Después, cuando alcances la edad viril plena, el viajero dejará de cruzar el mar, y el náutico leño 
no negociará con los bienes: el campo proveerá de todas las cosas. 

No sufrirá el arado la tierra, ni la vid será podada; y a su vez el labriego desuncirá los robustos bueyes. No aprenderá la lana a mentir con variados colores; antes, ya en rojo múrice, ya en azafranada ajedrea, mudará el morueco en los prados su suave vellón; por sí mismo el minio vestirá al cordero que pace. 

¡Rodad tales siglos!, dijeron a sus husos las Parcas acordes con la inmutable voluntad de los Hados. 

¡Lánzate a estos altos honores!, cumplido está el tiempo, ¡oh progenie amada de los dioses! ¡oh magno vástago de Jove! 

¡Contempla cómo bajo la celeste bóveda se inclinan los astros, y las tierras, y el vasto mar, y el profundo cielo!¡Contempla como el siglo venturo regocija todas las cosas! 

¡Oh! ¡Que mis últimos años sean tan largos y me alcance el aliento para cantar tus hazañas! No vencerán mis versos ni el tracio Orfeo, ni Lino, aún si la madre a aquel y el padre a este asistieron, 
Calíope a Orfeo, y a Lino el hermoso Apolo. 

También Pan si compitiera conmigo, juzgando Arcadia, también a Pan declararía vencido el juicio de Arcadia. 

Comienza, ¡oh parvulillo!, por la sonrisa a conocer a tu madre: por diez meses un largo fastidio acompañó a tu madre. 

Comienza, ¡oh parvulillo! A quien no sonríen sus padres, no se le digna la mesa del dios ni el lecho de la diosa. 

¿No es exactamente lo que ha ocurrido? Pero también es algo que ocurrió muchas veces antes de Virgilio y algo que seguirá ocurriendo. 




Pero hablemos ahora de las Geórgidas.

Se trata de un poema didáctico. Pero si fuera solamente eso... un poema de amor a la paz y a las tareas del campo en el que simplemente  se describen los trabajos campestres, los orígenes de la agricultura, los instrumentos adecuados de cultivo, consejos, la tierra, el cultivo de la vid, la cría del ganado, los caballos, bueyes, perros y los enjambres... los cuidados de la colmena. Pero escrito con una sensibilidad que sobrecoge, con la convicción del que sabe del poder de lo sencillo. 

Respecto a lo último, al enjambre, he de decir que es de especial belleza como el poeta romano lo relaciona con el mito de Orfeo y como este, además de impactar con su fuerte carga simbólica descorazonadora, está también en el origen de la apicultura. Una bella imagen la de Orfeo bajando a los infiernos para rescatar a Eurídice y la de Eurídice regresando al infierno por culpa de Orfeo. El amor, el miedo y la muerte unidos en un mito bajo el zumbido vitalista de la abeja, que representa la vida en su mas amplio espectro...





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sábado, 5 de abril de 2014

Los paraísos artificiales. Charles Baudelaire.



Baudelaire no fue tan decadente como la gente piensa. Se le supone alcohólico y adicto al opio y al hachís, pero en realidad apenas probó estas drogas. Consumió opio durante una temporada como remedio a unos fuertes dolores de cabeza, y la experiencia le causó horror. La leyenda le convierte en un adicto o en un experimentalista, pero ni una cosa ni la otra. Los libros Los Paraísos artificiales y El Vino y el Hachís tienen la culpa de este malentendido histórico, pero en ellos Baudelaire no nos trasmite su experiencia con las drogas, en realidad son solamente una reflexión sobre las Confesiones de un inglés consumidor de opio de su admirado escritor Thomas de Quincey, verdadero adicto y autor del libro, que no tradujo, sino parafraseó.

Dicho esto, no son Los paraísos artificiales precisamente una invitación al consumo de drogas, sino una advertencia: solamente los espíritus fuertes poder volver del viaje y aún así no es probable. Se confunde lo demoníaco, con la debilidad y el vitalismo, y a veces uno no sabe si Baudelaire advierte al ciudadano occidental de los peligros del opio y del hachís o los alerta de la maldición del poeta. Igual que estas sustancias, el arte transfigura lo real embelleciéndolo. El artista en su estado natural se encuentra como el consumidor de drogas y este es para Baudelaire el aspecto que explica la facilidad con que el soñador descontento de la realidad busca evasión por estas "arriesgadas vías". Esto, es para Baudelaire lo demoníaco: el deseo intenso de vivir que hace daño, la necesidad de que lo real sea "algo más".

Lo poético y lo demoníaco son para Baudelaire sinónimos, algo que destruye al individuo, una especie de maldición. Bajo la influencia del opio y del hachís o de la poesía el ser humano, dice Baudelaire, "elevado a una altísima potencia de sí mismo se encuentra subyugado, pero para desgracia suya, no lo está más que por él mismo, es decir, por la parte de sí mismo que le domina; quiso convertirse en un ángel y se ha convertido en bestia".

En otro momento del libro, al describir los efectos del opio, casi parece que nos explique  en qué consiste la corriente poética que el inauguró, el simbolismo, o en cualquier caso, una experiencia mística, que el poeta encuentra de un modo natural y el ser humano común a través de las drogas:

"Sucede que a veces la personalidad desaparece y que la objetividad, propia de los poetas panteístas, se desarrolla en vosotros tan anormalmente que la contemplación de los objetos exteriores os hace olvidar vuestra existencia, llegando muy pronto a confundiros con ellos. Fijáis vuestra mirada en un árbol armonioso, curvado por el viento, y a los pocos momentos lo que en el cerebro del poeta sólo sería una comparación muy natural, se convierte en el vuestro en algo real. Primero atribuis al árbol vuestras pasiones, vuestro deseo o vuestra melancolía; sus gemidos y sus estremecimientos acaban siendo vuestros, y en seguida sois el árbol. De igual modo, el pájaro que planea en el fondo del cielo representa primero al ansia inmortal de elevarse por encima de todas las cosas humanas; pero de inmediato sois el pájaro". 

Acaba el texto con una cita del "notable filósofo poco conocido", Barbeau, que según el poeta, le dijo en una reunión donde algunas personas habían tomado "el dichoso veneno":

No entiendo por qué el hombre racional y espiritual utiliza medios artificiales para alcanzar la beatitud poética, cuando bastan el entusiasmo y la voluntad para elevarte a una existencia sobrenatural. Los grandes poetas, los filósofos, los profetas, son seres que, mediante el ejercicio puro y libre de su voluntad, alcanzan un estado en el que son a un tiempo causa y efecto, sujeto y objeto, hipnotizador y sonámbulo. 

"Yo pienso exactamente lo mismo" dice Baudelaire, aunque para él ser poeta era una maldición.










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