Dentro de lo que se considera el grupo principal, los poetas seleccionados por Gerardo Diego (a quién habría que preguntarle
), algunos salen claramente ganando en las comparaciones y otros se benefician del talento de los demás. Helos aquí:
Mi cuerpo anduvo, sin nadie.
Juan José Domenchina.
Un poeta de oficio, sin pretensiones, que no intentó más que escribir lo mejor que pudo. Así que es un poeta sincero para quien la poesía no era más que algo importante en su vida. Por ese motivo, aunque nunca rozó el inconsciente
colectivo, sus versos siempre fueron... ¿reales, es la palabra?
Su obra a veces barroca y popular y otras veces, seca y reflexiva, está llena de ironía que la empuja un poco lejos de sí mismo, como Quevedo. Lo barroco y el rebuscamiento verbal llega al colmo en su obra Dédalo, libro con el que ese incorpora externamente a la corriente vanguardia.
Por cierto, no olvidar sus aforismos, quizás los más interesantes de la literatura española y su aproximación a los haikus y a la estética oriental.
Un poeta mucho más sincero y honesto que la mayoría, y eso ya es mucho.
Distancias.
En la vida hay distancias.
El hombre emite su aliento,
el limpio cristal se empaña.
El hombre acerca sus labios
al espejo...
pero se le hiela el alma.
(...Pero se le hiela el alma.)
Distancias.
En la vida hay distancias.
Dámaso tuvo a bien meter un poco de dramatismo en la poesía de los años 30. Quizás demasiado. Su contribución principal al grupo fue la revalorización de Góngora (punto de partida del movimiento) y del cancionero tradicional.
Su obra y su excesivo desarraigo existencial tuvo una fuerte influencia en las generaciones de poetas españoles inmediatamente posteriores, que quizás exageraban un poquito su dramatismo, aunque motivos no les faltaban, claro. La reflexión filosófica de Dámaso pierde puntos en su conversación con Dios, como si Dios tuviera la culpa de algo, aunque gana en su gesto violento y alocado.
Dámaso quiso sumergirse en el dolor y el sufrimiento del mundo, y lo intentó desde España... eso no lo hace cualquiera.
Es un claro ejemplo de lo que decía antes sobre el grupo del 27, importa más dónde señalan que lo que dicen.
Insomnio
Madrid es una ciudad de más de un millón de cadáveres (según las últimas estadísticas).
A veces en la noche yo me revuelvo y me incorporo en este nicho en el que hace 45 años que me pudro,
y paso largas horas oyendo gemir al huracán, o ladrar los perros, o fluir blandamente la luz de la luna.
Y paso largas horas gimiendo como el huracán, ladrando como un perro enfurecido, fluyendo como la leche de la ubre caliente de una gran vaca amarilla.
Y paso largas horas preguntándole a Dios, preguntándole por qué se pudre lentamente mi alma,
por qué se pudren más de un millón de cadáveres en esta ciudad de Madrid,
por qué mil millones de cadáveres se pudren lentamente en el mundo.
Dime, ¿qué huerto quieres abonar con nuestra podredumbre?
¿Temes que se te sequen los grandes rosales del día, las tristes azucenas letales de tus noches?
Vicente Alexaindre.
El autor de uno de los textos surrealistas más emocionante y conmovedor de la literatura española (me refiero a La destrucción y el amor), es otro de los ejemplos de la visión cosmogónica de esta generación.
Dijo de él Cernuda: "el superrealismo francés obtiene con Aleixandre en España lo que no obtuvo en su tierra de origen: un gran poeta".
Aleixandre, como Huidobro o Cernuda, entendieron que el surrealismo ofrecía un nuevo mundo que era más viejo que nosotros mismos y que siempre había estado allí (la mayor revolución en el arte desde que los seres humanos empezaron a expresarse) pero comprendió que era solo una herramienta para liberarse de todo tipo de condicionamientos y poder llegar más lejos como poeta consciente.
De algún modo, igual que el surrealismo llevó más lejos la poesía, Aleixandre llevó un poco más lejos al surrealismo.
Hermoso es, hermosamente humilde y confiante, vivificador y profundo,
sentirse bajo el sol, entre los demás, impelido,
llevado, conducido, mezclado, rumorosamente arrastrado.
No es bueno
quedarse en la orilla
como el malecón o como el molusco que quiere calcáreamente imitar a la roca.
Sino que es puro y sereno arrasarse en la dicha
de fluir y perderse,
encontrándose en el movimiento con que el gran corazón de los hombres palpita
extendido.
Como ese que vive ahí, ignoro en qué piso,
y le he visto bajar por unas escaleras
y adentrarse valientemente entre la multitud y perderse.
La gran masa pasaba. Pero era reconocible el diminuto corazón afluido.
Allí, ¿quién lo reconocería? Allí con esperanza, con resolución o con fe, con
temeroso denuedo,
con silenciosa humildad, allí él también transcurría.
Era una gran plaza abierta, y había olor de existencia.
Un olor a gran sol descubierto, a viento rizándolo,
un gran viento que sobre las cabezas pasaba su mano,
su gran mano que rozaba las frentes unidas y las reconfortaba.
Y era el serpear que se movía
como un único ser, no sé si desvalido, no sé si poderoso,
pero existente y perceptible, pero cubridor de la tierra.
Allí cada uno puede mirarse y puede alegrarse y puede reconocerse.
Cuando, en la tarde caldeada, solo en tu gabinete,
con los ojos extraños y la interrogación en la boca,
quisieras algo preguntar a tu imagen,
no te busques en el espejo,
en un extinto diálogo en que no te oyes.
Baja, baja despacio y búscate entre los otros.
Allí están todos, y tú entre ellos.
Oh, desnúdate y fúndete, y reconócete.
Entra despacio, como el bañista que, temeroso, con mucho amor y recelo al agua,
introduce primero sus pies en la espuma,
y siente el agua subirle, y ya se atreve, y casi ya se decide.
Y ahora con el agua en la cintura todavía no se confía.
Pero él extiende sus brazos, abre al fin sus dos brazos y se entrega completo.
Y allí fuerte se reconoce, y se crece y se lanza,
y avanza y levanta espumas, y salta y confía,
y hiende y late en las aguas vivas, y canta, y es joven.
Así, entra con pies desnudos. Entra en el hervor, en la plaza.
Entra en el torrente que te reclama y allí sé tú mismo.
¡Oh pequeño corazón diminuto, corazón que quiere latir
para ser él también el unánime corazón que le alcanza!
Luis Cernuda.
Junto con Antonio Machado, los dos únicos poetas verdaderos que ha visto España en los últimos tiempos. De verdad, podemos estar orgullosos de haber nacido en el mismo país que estas dos personas.
Lo de Cernuda nunca se valorará lo suficiente. Un poeta a tiempo completo. Y no lo digo en broma, los demás eran profesores, periodistas, políticos, burócratas, eran seres humanos vivos que tenían una vida, aspiraciones, preocupaciones, vanalidades... Cernuda, en cambio, solo era poeta, lo demás, el alimento para su poesía y nunca lo suficientemente intenso, nunca lo suficientemente vivo.
Su obra, triste, difícil
y reflexiva es la vida completa de un ser humano incapaz de coger una flor con las manos, precisamente porque sus ansias le paralizan, y vivir así no debe de ser fácil.
Completamente inadaptado, con la mirada de un animal salvaje, viendo la vida como algo que se escapa, constantemente, como algo que no le está destinado.
Peregrino
¿Volver? Vuelva el que tenga,
tras largos años, tras un largo viaje,
- cansancio del camino y la codicia
- de su tierra, su casa, sus amigos,
- del amor que al regreso fiel le espere.
- Mas ¿tú? ¿volver? Regresar no piensas,
- sino seguir libre adelante,
- disponible por siempre, mozo o viejo,
- sin hijo que te busque, como a Ulises,
- sin Ítaca que aguarde y sin Penélope.
- Sigue, sigue adelante y no regreses,
- fiel hasta el fin del camino y tu vida,
- no eches de menos un destino más fácil,
- tus pies sobre la tierra antes no hollada,
- tus ojos frente a lo antes nunca visto.
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- Y sí, se que quedan Emilio Padros y Altolaguirre... pero no los conozco demasiado....dentro de un tiempo completaré esta entrada si se tercia.
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