jueves, 30 de agosto de 2012

Ficciones. Jorge Luis Borges.


Publicado casi 10 años después de Historia universal de la infamia, en Ficciones por primera vez muestra Borges todo el poder de su capacidad narrativa, sus temas, sus obsesiones, sus preocupaciones y las imágenes poliédricas que hasta el final permanecerán sin ninguna evolución en sus obras posteriores.

Borges apuntaba alto en sus preocupaciones. Quizás por tener una mente abstracta privilegiada o seguramente por escapismo y no conocer apenas otra vida fuera de las bibliotecas y las tertulias.
Pero por eso mismo escribía cuentos y no era un científico. Porque a través de la ficción podía llegar a los límites de las cosas que nunca terminan.

Criticado por su intelectualismo decididamente elitista o por crear pequeños relatos sobre ideas filosóficas más o menos conocidas, muchos de sus lectores dirán que la obra de Borges no es más que un juego para quienes se piensen intelectuales y un juego, además, cerrado en sí mismo. En sus cuentos aparecen desde los Leibinz y Spinozas de turno hasta cientos de investigadores y estudios imaginarios que más que nombrar y fijar, sugieren. Y me parece a mi, que a estas alturas, lo mejor que puede hacer la literatura por la humanidad no es otra cosa más que sugerir.

Integran el volumen dos libros fechados en 1941 y 1944: El jardín de senderos que se bifurcan y Artificios. En total, 17 cuentos que a veces parecen una disquisición científica y erudita sin salida sobre el todo, es decir, sobre la nada. Porque hay que decir que lo que escribe Borges son cuentos, mentiras, historias. Puntos de fuga para llevar el pensamiento hacía otras perspectivas. 

Destaca especialmente por su manejo de la narrativa y su rupturismo el célebre cuento El sur, considerada por el escritor, no sin motivos, como su mejor obra. Una especie de hermoso escapismo al estilo de David Lynch lleno de realismo y fantasía sin solución de continuidad, que habla sobre nuestros sueños, nuestra percepción mental del mundo y, sobre todo, de nuestras carencias.



miércoles, 22 de agosto de 2012

El idiota. Fedor Dostoiewski.


La sociedad es el enemigo del ser humano. Del individuo. Las relaciones económicas, personales, mundanas o sentimentales que mantiene la sociedad occidental adulta ejercen tantas presiones sobre el individuo que acaban por desformarle  y convertirle en un tullido o simplemente, le convierte en un inadpatado. 

Los personajes de El Idiota, una de las mejores novelas de Dostoiewki -y por lo tanto una de las mejores novelas que se pueden leer- se dividen entre los que viven, piensan y sienten desde el interior de este sistema de relaciones fatídico, los excluidos y los que tienen un pié dentro y otro fuera. Habría que analizar la vida de Dostoiewski para saber porqué no son los primeros quienes más sufren. 

Para el escritor, el mundo se dividía en victimas, verdugos y condenados, como él mismo, incapaces de dominar sus pasiones (Dostoiewski era extremadamente cristiano y sufría ludopatía). Pero al mismo tiempo, los condenados suelen ser las principales victimas. Como en el caso del personaje femenino principal, Nastasia, repelida por la "buena sociedad" por vivir el sexo consecuentemente con sus pasiones, pero a la vez ultrajada y utilizada por los hombres. Al final de la novela (y esto es un spoiler) su muerte física simboliza la muerte emocional de la mujer. 

Lo mismo le pasa al principie Mishkin, carente de ambición y competitividad. Su aparente despreocupación hace que se le considere un idiota, como un niño pequeño al que no se le debe tener en cuenta. 

Y aunque algunos hayan querido ver en él una representación de los valores cristianos (su catatonia final, provocada por su imposibilidad de aceptar la realidad de los hombres en la sociedad moderna, puede verse como la nueva crucifixión), Mishkin, representa, más bien, la inocencia que perdemos al crecer. Una cosmovisión mal llamada infantil que ataca directamente, y del modo más simple, a los cimientos de la sociedad moderna.

Lamentablemente, Dostoiewski nunca aprendió a ser optimista y en su apuesta por enfrentar la pureza emocional (Mishkin y Nastasia) con la adaptación social, la sociedad vence, los aparta y los aplasta. 

Parece que Dostoiewsky nos quiera advertir de algo, avisarnos de que hay algo que anda mal y el enemigo parece demasiado poderoso.






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domingo, 19 de agosto de 2012

Poesía en verso. 1917-1923. Juan Ramón Jiménez.


La poesía, una vez terminada, pertenece al lector y no al autor. Es el lector quien la utiliza, quién se recrea en ella y es el lector, al sentir que ese pensamiento (expresado en palabras a través de un ritmo) le lleva más lejos de sí mismo, quien convierte unos versos en algo importante o intrascendente.

El pintor y el escultor elaboran un producto a través de materiales y herramientas. Proyectan en él su visión del  mundo, pero saben que al final su obra, como un objeto sagrado dotado de cierto poder mágico, vivirá en el público rebuscando en el inconsciente colectivo. El poeta es igual, aunque a menudo se olvide y quiera dejar su impronta, su esencia, en el poema, para que todo el mundo recuerde que es él, Juan Ramón Jiménez o el Neruda de turno, quienes han escrito el poema.

Podemos disfrutar de un cuadro, de un edificio, de la música, de una película, de una escultura sin necesidad de conocer al autor. En cambio, parece que los poetas se empeñen en dejar claro quién escribió el poema, colándose continuamente entre sus versos, como si lo importante no fuesen las imágenes creadas o las sugerencias, sino la persona que pensó estas, a menudo, ocurrencias ingeniosas.

Por eso no me gusta Juan Ramón Jiménez. O quizás debería decir por eso no lo entiendo, o no comulgo con él. No lo sé.

Esta recopilación de poemas de 1917 a 1923, pertenece a lo que él mismo llamó su etapa intelectual influenciado por la poesía anglosajona de poetas como Yeats, William Blake o Emily Dickinson, tras su primer viaje a América. Siguiendo la palabrería habitual, dice el poeta que a su miedo a la muerte se materializo en su obra como un esfuerzo por conseguir la eternidad a través de la belleza y la depuración poética. Así son las cosas.

Cierto si es que en esta etapa, huyendo de su pasado modernista, comienza el proceso de depuración estilística, suprimiendo la musicalidad (sin perderla, claro) y los efectos plásticos y ornamentales, para centrarse en las ideas concretas y a veces, simplemente, en la descripción de objetos al modo impresionista.


Aquí los poemas del libro que me gustan:

*

¡Miseria del instante!

                 Pensé destrozar todo
el divino trabajo de tantos días puros
-de tantas horas solas,
de tantos segundos infinitos-;
desbaratar en un momento, ¡ay!,
por inútil, por feo, por absurdo,
el camino de luz.
                   Y echarme al barro
miserable y continuo.
Y dí golpes a bellas joyas frágiles, 
y maldije el amor y la hermandad,
y me gustó comer, hablar, dormir...

**

No se ve el agua.
-pero su presencia oscura
se baña
la desnudez eterna,
para la que el hombre es ciego.-

Y este no verla que yo siento, fijo 
en la noche que ya va verdeando
-¿Noche interior, noche del mundo?-
es más que verla, es no saber
si se baña en el mundo o en mi alma
la desnudez eterna -la mujer
sola-,
para la que el hombre es ciego.






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IsolagnosisEdiciones en Huida (2013)

jueves, 2 de agosto de 2012

De la simple existencia. Wallace Stevens.


Un poeta que hace sonrojarse a los demás. El poeta del modernismo americano, de la energía de la ciudad, del trabajo monótono de oficinas y de los atascos en blanco y negro, aunque no escribe nunca ninguna referencia a su entorno. Wallace Stevens es un escritor de la imaginación, cuya obra describe un mundo casi siempre onírico, como una edad de oro o un paraíso perdido.

"Evíteme, por favor, contar los datos biográficos. Soy abogado en Hartford. Estos hechos no son divertidos ni reveladores", escribía en una carta de 1922 al director de la revista The Dial. No hay en su obra, al igual que en Michelangelo, nada que nos ayude a explicar ni un solo dato de su vida, ni de su vida en su obra.

Además de sus meta-poemas y sus reflexiones sobre el arte, fundamentales para cualquier persona interesada en la poesía, me resulta especialmente significativo la dualidad entre el poeta y el abogado vestido de traje: la relación entre la realidad y la imaginación, el choque y las relaciones de ambos planos independientes, como en el Quijote, en la materia gris del poeta del siglo XX. Al final la poesía resulta ser un escapismo... ¿Una herramienta para la evasión o para tomar una conciencia más profunda de lo que significa tener los pies  sobre la tierra?

Valor a parte tiene su libro Adagia,  recopilación de aforismos que, junto con los de Antonio Porchia, son de los mejor que he leído. Sus profundas percepciones sobre el arte y la poesía obligan al lector a profundizar, replantearse y cuestionar la razón y el motivo de su relación con el arte.


De la simple existencia.

La palmera al extremo de la mente,
se eleva más allá del pensamiento
en la extensión de bronce.


Un pájaro de plumas doradas
canta allí una canción extranjera,

no destinada al hombre sin sentimiento humano.

Entonces tu comprendes que no es esa la razón

que nos hace felices o infelices.
Canta el pájaro. Sus plumas resplandecen.

La palmera está al borde del espacio.
En las ramas se mueve el viento lentamente,
el plumaje del pájaro pende llameante.



XI

En las piedras la hiedra, lentamente,
Se convierte en las piedras. La mujeres

En ciudades, los niños en los campos
Y oleadas de hombres se convierten en mar.

Es el acorde falsificador.
Revierte el mar después sobre los hombres,

Los campos se apoderan de los niños, ladrillo
Es maleza y las moscas están presas,

Mustias, sin alas, más con vida aún.
La disonancia, simplemente, aumenta.

En lo oscuro del vientre del tiempo, más profundo,
Crece el tiempo desde la roca.


El vaso de agua. 

Que el vaso en el calor se fundiría 
Y que el agua en el frío se volvería hielo,
Demuestran que este objeto es tan sólo un estado,
Uno de muchos, entre dos polos.
También lo metafísico posee esos dos polos.
El vaso está en el centro. La luz
Es un león que ha bajado a beber. Allí,
Y en ese estado, el vaso es una charca.
Tiene rojos las garras y los ojos
Cuando la luz desciende a humedecer su quijada espumosa.
Y en el agua se mueve la cizaña arrancada.
Y allí y en otro estado –los reflejos,
La metaphysica, la zona plástica de los poemas,
Estallan en la mente. Pero, gordo Jocundo,
Que no te inquieta el vaso sino el centro.
En el centro de nuestras vidas, este tiempo y día,
Es un estado, primavera entre políticos
Que juegan a las cartas. En un pueblo de indígenas
Uno quisiera descansar. Entre perros y estiércol
Seguiría luchando con las propias ideas.





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